Yo diría que estamos en la edad del bulo como si estuviéramos en la Edad de Bronce, no podemos hacer otra cosa ni podemos ver otra cosa en las armas, en los escudos, en las estatuas, en los aperos o en los abalorios. El bulo no lo inventó Trump, ni siquiera Sánchez, a pesar de que sus “cambios de opinión” me parecen un hallazgo casi cartesiano, algo sí como “si lo pienso yo no es mentira”. El bulo era la trola, el cotilleo, la calumnia o la patraña, pero ahora es más, es todo un sistema que gobierna la política y la comunicación. O sea que nuestro mundo empieza a funcionar intercambiando bulos como monedas fenicias. Además, el bulo se ha ido afinando muchísimo, casi no queda espacio para la interpretación, la metáfora, la hipérbole o la guasa, porque cualquier descuido o desviación sobre la literalidad es bulo. Ya ven, como si a los políticos, igual que a los dioses, se les pudiera entender desde la literalidad. Si Sánchez dijo “si necesitan más recursos, que los pidan”, pero alguien cita “si necesitan ayuda, que la pidan”, ya es un bulo. A mí me parece más una traducción, una exégesis o un escáner cerebral, pero en fin.
Yo creo que deberíamos volver a hablar de mentira, de exageración, de invento, de montaje, de patinazo, de ignorancia, de tergiversación, porque eso de que todo sea bulo está abaratando el bulo como moneda fenicia y hasta como arma fenicia. Si la gente se inventa que hay muertos en Bonaire cuando nadie ha encontrado muertos, es eso, un invento. Y si Bolaños sale con su cosa de acusica de pupitre, de guardián del transportador de ángulos del profe, diciendo que al fiscal general lo investiga el Supremo por desmentir un bulo, es una tergiversación. Claro que en este caso sí sería hermoso poder hablar de bulo, porque sería un bulo churrigueresco, acandelabrado, enroscado en sí mismo; un bulo al cuadrado, un bulo de segundo nivel, un metabulo, un hiperbulo, un bulo que utiliza como contenedor otro bulo y que pretende salvarse de ser bulo mencionando otro bulo. A mí esto me parece una obra de arte, y aunque el arte al final resulta ser la mejor medida del mundo, en este caso de este mundo de politiquería, está muy lejos de ser una medida científica.
Ni Trump ni Sánchez inventaron el bulo ni el autoritarismo, como no inventaron el flequillo ni la chulería. Lo que sí hemos visto, con ellos y con otros (los hay que son como una Real Fábrica de Tapices del bulo, una gloria nacional de encajes de bolillos de las bolas, un museo del vestido de mentiras goyescas) es que se ya no sólo se ha convertido en un arma ofensiva y defensiva mortal y barata, sino en los mismos ladrillos del mundo, no una Edad de Bronce sino una Edad de Piedra. Todo está hecho de bulos como de adobe o de piezas de lego. Ni siquiera importa que el bulo sea un bulo, mientras se pueda usar o señalar como bulo. El bulo te puede llegar como mentira o te puede llegar como acusación de haber mentido, incluso te puede llegar como acusación mentirosa de haber mentido, que esto ya marea.
Nadie aquí podría competir en bulos con la Moncloa, con ese sotanillo de elfos navideños de Sánchez rellenando el día con mentiras como se rellenan calcetines con caramelos
Es curioso que en política no parezca importar demasiado la verdad (ahí tenemos a Sánchez, que igual la niega, la olvida o la inventa) pero todo ahora consiste en que el otro ha lanzado un bulo como un cañonazo de mierda. Yo creo que sigue sin importar la verdad, pero la propia palabra bulo ha tomado un valor y una sonoridad de pecado, y hasta una pesantez de piedra de lapidación, así que se arroja no la verdad ni la mentira sino la propia palabra maciza, como se arroja el pecado o la piedra a los pecadores de verdad o a los pecadores inventados. La verdad es que nadie aquí podría competir en bulos con la Moncloa, con ese sotanillo de elfos navideños de Sánchez rellenando el día con mentiras como se rellenan calcetines con caramelos. Y, por ende, con la propia prensa del Movimiento, que a pesar de ser otro ministerio no deja de señalarse como el periodismo verdadero (se visten de periodista verdadero como el que se viste de Sherlock Holmes y se cree Sherlock Holmes, o como el que se viste de poeta y se cree poeta). Pero el bulo no es más que otro significante vacío, la mejor arma, ya lo hemos dicho, de la antipolítica. Por eso Angélica Rubio, la que publicó que el juez Peinado tenía dos DNI (era bifachito de DNI), se permitía sermonear sobre los bulos como sobre la Trinidad justo el día en que la nombraban comisaria política en RTVE.
Estamos en la era del bulo como una vez estuvimos en la era de las pelucas o de las boy bands, una cosa entre la moda y el crimen. Una moda y un crimen porque ningún político se preocupa por la verdad, nunca lo han hecho y no van a hacerlo ahora por mucho que usen esa palabra plomiza y mierdosa, que parecen todos escarabajos peloteros de bulos y fango, el primero Sánchez. No importa la verdad, sólo sacarle al otro el bulo, inventarle al otro el bulo, meterle al otro el bulo en el ojo o en el calzoncillo, como una araña. La prueba de que la verdad no importa es que los bulos son bulos o son incluso verdad dependiendo sólo de su origen, su destino y su interés. Claro que no importa la verdad, sólo administrar el marchamo de verdad, que es otra cosa muy diferente y mucho más útil.
Sí, deberíamos volver a las escalas y a los matices, volver a hablar de embuste, de chisme, de artería, de fraude, de falacia, de manipulación, de engañabobos, de ironía, de coña o de cagada. El bulo ya sólo parece la falsa moneda de los bien pagaos. Mejor usen como pesa y medida el sentido común y el sentido crítico, y aléjense de esta calderilla de tahúres, piratas y tasadores, siempre limada, mordida, babeada o robada.
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