Sánchez ya se viste como Zelenski para liderar la guerra del fango, de las escobas o de las manifestaciones, que a lo mejor es la más importante y urgente de las guerras. Vestirse para la guerra es como vestirse para el polo, hay que estar a la vez práctico, elegante, cómodo, deportivo e imponente, así que el presidente de nuestro Estado Compuesto se presentó en el Gabinete de Crisis con sudadera o jerseicillo caqui, así como para un fin de semana en Balmoral con un poco de barro, un poco de pipa y un poco de chimenea con galgo. Sin duda, entre coger la pala y coger el mando está este término medio de coger una buena paleta de colores otoñales, escoceses, rurales y acrílicos, que lo mismo sirven para estar en el invernadero que en la trinchera. Hay que vestirse de guerra para que se sepa que hay guerra, aunque la guerra sigue siendo política. Sánchez, de guerra o de campamento de domingo, es como un Patton que sólo dirige brigadas de manifestantes y tertulianos. Ésta es una guerra entre incompetentes que no va a ganar el más competente, que no existe, sino el que mejor sepa vestirse de guerra, de luto, de hada o de ovejita. O ése es el plan.
Sánchez se viste como de batalla de paintball para ir a su Gabinete de Crisis, que en realidad sólo parece un desayuno de casa rural, con ministros recién despertados por el gallo y huevos morenos recién puestos por la gallina. El gabinete puede parecer un desayuno de hípsters, un poco legañosos y perezosos ante el asombro y el esfuerzo que requieren yemas, rebanadas y amaneceres con el doble de su tamaño, pero Sánchez ha asumido y entendido el asunto como otra guerra de imagen y de relato. Yo diría que la elección de esa sudadera, que está justo entre el tono de la arena, del tabaco, del café y de la madera, que está entre el camuflaje y la distinción y entre lo inmaculado y lo manchable, ha involucrado a más personal del Gobierno que el que se involucró en los primeros días de la catástrofe. Ya ven que han tardado menos en montar la manifestación y el ataúd para Mazón, ese ataúd raudo, liviano e inapelable como los ataúdes del Oeste, que lo que tardó el Estado en pisar el barro de Valencia, que ya es como un barro de Verdún.
Sánchez sabe que esta guerra de incompetentes en el barro, como de torpes focas, hay que encararla de otra manera, quiero decir de la misma manera que cualquier otro asunto en nuestra política. Ya vieron las notas de la ministra de Igualdad (“éste es nuestro momento”) durante lo que se suponía que era una “reunión operativa para el seguimiento de los efectos de la DANA”. Los efectos de la DANA, claro, son sobre todo políticos, requieren estrategias políticas, lenguaje político y hasta fondo de armario político, por eso se ordenan manifestaciones antes que zafarranchos y achiques de responsabilidades antes que achiques de agua. En esas reuniones con estrategias o desayunos rancheros, mientras el jefe de la UME, que parece el primo de campo de Bolaños, disimula extendiendo un mapa como esos mapas de cereales de los libros escolares, no se trata tanto de ir distribuyendo recursos del Estado contra la catástrofe sino recursos del Estado para tapar o beneficiar a Sánchez.
El presidente de nuestro Estado Compuesto se presentó en el Gabinete de Crisis con sudadera o jerseicillo caqui, así como para un fin de semana en Balmoral
La manifestación de Valencia, eso sí que fue un ejemplo de prontitud, unidad, eficacia y pulcritud. Casi diría uno que estaban “perfectamente organizados”, como esos de las escobas y los cepillos en Paiporta, que se notaba enseguida que se movían como ninjas con sus armas de palo y hierro y su sombra de gato negro sin sombra. Seguro que han visto a esa jefecilla o meritoria de la manifa que llamó a la policía a cuenta de una pancarta que ponía “Sánchez y Mazón la misma mierda son”. No se podía ir con eso, decía, “a una manifestación antifascista” (la DANA trajo fascismo casi más que horror y cañizo, o es que esos haces deshechos de la riada o de la vida trajeron el fascismo etimológico antes que político). A eso están, a la caza de Mazón, cuyos consejeros no saben ni cerrar un grifo y que el día fatídico comía con una periodista para que le llevara el chiringuito televisivo (curiosamente, sin siquiera comida ni ocultación, al día siguiente los socios de Sánchez se ocupaban en el Congreso de lo mismo). Los otros también están a la caza de Ribera, que en el desastre escribía mensajes de cortesía, como los de la Conferencia Hidrográfica, o a la caza de Sánchez, de quien The Economist dice que no había sido “proactivo” y yo diría que simplemente ese día no se levantó ni para el desayuno campero.
Estamos en la guerra del fango, con Sánchez no sé si de general, de tamborilero o de sargento de cocina con mugre de mil mugres en el perol, pero las fuerzas no son comparables. Quiero decir que los siniestros incompetentes de un lado aún tienen ejércitos que los defienden y a los siniestros incompetentes del otro lado no los defiende ni su partido (Feijóo conducirá tarde o temprano a Mazón ante el árbol solitario y retorcido de la horca, aunque no puede dejar que sea ahora, cuando lo piden los batallones charistas de Sánchez). Lo más curioso es que cuanto más incompetente se revela el gobierno de falleras y patanes de Mazón más culpable resulta la inhibición de Sánchez, una inhibición que no puede ser sino calculada y por tanto aún más cínica y culpable.
Sánchez, vestido para la tragedia como para un pícnic, para ese desayuno serranillo con ministros en pololos y generales que parecen un lechero antiguo; Sánchez como un Zelenski de Andrés Pajares igual que aquel Rocky / Roque de Andrés Pajares; Sánchez, en fin, moviliza el Estado no contra la catástrofe sino contra el enemigo, aunque no sé si antes o después de movilizarlo para buscarle el outfit perfecto que diga que, sin mandar en nada, se preocupa desenfadadamente por todo. Sánchez, la verdad, tiene experiencia y fondo de armario de sobra, que no es la primera guerra que libra entre la incompetencia, los difuntos, la merendola, la nómina y la pelusa (le ha copiado el jerseicillo a Fernando Simón). Y nunca le fallaron sus nutridos ejércitos.
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