Begoña Gómez, musa de los pasillos de la política como una musa de ateneo, no va a poder atender al juez Peinado porque estará en la cumbre del G-20. Parece una excusa de celebrity, que te dice que ese día tiene cumpleaños de Rosalía, o una excusa de marquesota ida, que te dice que ese día tiene recepción en El Pardo, a la sombra de ciprés de un reloj de péndulo. Pero no es una excusa. Begoña no es una mera consorte, tiene que estar allí como presidenta de España, o como pichona nacional, o las dos cosas a la vez, que a ella esos dos títulos o condiciones se le unen en un solo símbolo, como esas alegorías con búho, con antorcha o con cornucopia. El juez le tiene que comunicar que se añaden dos delitos más a su querella o a su éxito empresarial, pero sin duda es algo que no necesita ni de su presencia ni de floreadas excusas de diva belcantista. No es una excusa, ni una necesidad, sino un alarde. Es como la celebrity que de verdad tiene cumpleaños de Rosalía, o la marquesa que de verdad tiene recepción con mantilla y cabezada. Y que cree que eso impresiona o asusta a los jueces, como si fueran porteros del Ritz, o a los españolitos, como si fueran porteros de pensión.
Begoña dice “estaré en el G-20” como quien dice “estaré en el saloncito de música” o “estaré en las caballerizas”. O sea, no para informarnos de que estará allí, a la sombra angelical y costurera del arpa (los ángeles cosen con arpa), a la sombra mitológica de un pura sangre o a la sombra ojival de los poderosos, sino para distanciarse del mundo plebeyo. Ese mundo en el que están no sólo los jueces y las leyes, como tribunales de labriegos, sino el resto de los empresarios exitosos, a los que no se les pone el Ibex al teléfono por una simple frase en linkedinés, y hasta el resto de los españoles, que consideran un éxito social cruzarse con Cristina Pedroche enseñando la espalda como una raspa en cualquier sarao. Begoña no quiere escaparse de la cita con el juez, que yo pienso, como su defensa, que no tiene por qué ir. Sólo quiere que sepamos que mientras nosotros seguimos entre la ruina, la burocracia y la incompetencia, ella estará haciendo cosas de presidenta a la distancia inalcanzable de las presidentas, que estará en Brasil más allá de la sordidez y la justicia de España, como si fuera el Dioni.
Begoña ejerce de presidenta porque lo es, en la India tenía agenda propia, como una infanta con huérfano, con pobre o con violonchelista, y en el G-20 no sé si hará de ángel de terciopelo, de turista cultural o de fundraiser lánguida. A lo mejor sólo les hace pestiños a los poderosos de verdad, pero haga lo que haga lo hace como Estado. Si Begoña puede apropiarse de la abogacía del Estado y de los enchufes del Estado, no sé por qué no va a hacer lo mismo con el protocolo del Estado, sea para sus negocios o sólo para quedar de princesa china ante los propios chinos, como quedó de esposa hindú ante los propios indios (ese amor de Taj Mahal que hay entre ella y Sánchez). España es sólo un invitado en el G-20, pero menuda invitación. Aquello no se puede comparar con nada de aquí, ni con los Goya, ni con un sarao de Cristina Pedroche con la trenza como una anguila todavía mojada, ni con una fiesta de cocidos y billetes de la pandilla de Ábalos. Ni siquiera con aquello de la OTAN, que al final se trataba de poner nuestros caballos gordos velazqueños por delante de los tanques de las verdaderas potencias militares. Lo de Brasil va a ser algo así como la fiesta ibicenca del poder mundial, cómo no va a estar Begoña allí, brillando y roneando con marbete estatal.
Brasil no es sólo un sitio en el que Begoña debe estar, sino un sitio donde debe contar que va a estar, que a lo mejor es lo que distingue a una esnob de una estadista o de una marquesota. Begoña, como Sánchez, es una esnob de haiga, piscinón, gafa gorda, estampado de dálmata, mayordomo escayolado, gorila con pinganillo e invitación para cosas de Estado como una invitación para el yate de C. Tangana. Yo creo que Begoña no necesitaba decirle al juez Peinado lo del G-20, pero eso hubiera sido como no decírselo a la vecina o al cuñado, un insulto al código del hortera español, que no distingue mucho entre Brasil y Benidorm, entre la Universidad y la peña deportiva, ni entre el negocio y la barbacoa. Allí estará Begoña, en Brasil, de carnaval del poder, de cóctel de embajada, de cena con soperas de oro y de paseo en una góndola de esposas de catálogo como bolsos de catálogo. Mientras, al otro lado del mundo o de la realidad, el juez Peinado estará en sus cosas sagradas y un poco miserables de juez, como un sacristán con sus cosas de sacristán, y el español estará quejándose de los precios y de los políticos, como siempre, y encima con la DANA. Sí, qué satisfactoria distancia.
No entiende uno por qué Begoña ha tenido que decirle al juez si se iba al G-20 o se iba al Primark. Pero tampoco entiende uno por qué Begoña y Sánchez han hecho todo lo que han hecho sólo por seguir de presidentes de catálogo
El esnob no busca el poder, sino la distancia, que es siempre simbólica aunque parezca material, en lejanía, en lujo o en alardes. Al juez no le meterá miedo con el G-20, pero a lo mejor sí envidia, y yo creo que la pareja presidencial, mirando toda su carrera, ya se da por satisfecha con eso. Begoña Gómez se va a Brasil, al G-20, que debe de ser algo así como la discoteca más exclusiva del mundo para dos especímenes de discoteca como son ella y Sánchez. Allí no es que vayan a hacer mucho, si acaso poner otra vez a nuestros caballos y mendigos velazqueños ante las flotas de cañones y lingotes de los verdaderamente poderosos, como contraste o como cuadro flamenco. Pero han puesto distancia, en kilómetros, en posición o sólo en cortes de manga, como cuando el Dioni se dio el piro.
No entiende uno por qué Begoña ha tenido que decirle al juez si se iba al G-20 o se iba al Primark. Pero tampoco entiende uno por qué Begoña y Sánchez han hecho todo lo que han hecho, y lo que siguen haciendo, sólo por seguir de presidentes de catálogo y de horteras de catálogo, en esa góndola para turistas del poder. La acusación ha pedido que se le retire a Begoña el pasaporte, no sé si pensando en el Dioni o en Imelda Marcos dejándose un botín de millones o de zapatos en Brasil o donde sea. Pero yo creo que eso es una tontería. Begoña siempre regresará para contarlo, si no para qué tanto viaje y tanta lata.
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