Allí estaba lo que queda de Podemos, como una chatarrería. O allí estaba la chatarrería, como lo que queda de Podemos. Irene Montero presentaba su libro en la Casa Encendida de Madrid, un libro de memorias no sé si tempranero o póstumo, y justo en la misma calle, un poco antes, como un espejismo proyectado desde lejos o desde otro tiempo, resulta que había una chatarrería de verdad, un estrecho túnel de mineral y chispas que me pareció que horadaba la historia o agusanaba el libro ya agusanado de Montero. De la chatarrería había salido un hombre con algo así como un grifo o una tubería y lo golpeaba fuerte contra una farola, supongo que intentando desatascarlo, descalcificarlo, recuperarlo, aprovecharlo, como diciendo “sí se puede”. Era justo lo que iba a decir luego Montero presentando aquellas memorias de “esperanza”, y es que ellos siguen negando la realidad, la lógica y hasta la flecha termodinámica del tiempo.

Allí estaba lo que queda de Podemos. Y lo que fue Podemos pero ya no se puede decir que sea Podemos ni tampoco algo diferente a Podemos. O sea un Podemos entre desguazado y en reparación, con piezas nuevas y viejas, útiles e inservibles, puestas y quitadas y luego quitadas y puestas. Echenique, que subía y bajaba de altura como una grúa de taller, parecía un viejo ciclista, con su bici vieja y su bombín viejo, al que se acercaba la juventud más como curiosidad de época que como pleitesía. Alguien le dio un beso en la frente pero aun así parecía algo meramente escultórico puesto allí, como si hubieran besado a un Niño Jesús de porcelana, o más exactamente el pie de un Niño Jesús de porcelana. Pablo Iglesias, achaparrado y con las manos en la cinturilla, ya sólo parece un fontanero de los que enseñan hucha, aunque él siga creyéndose un cowboy con los pulgares en el cinto y el tonillo de escupir plomo por la boca torcida. En un momento en que Iglesias se acercó a Echenique, no sé si para decirle algo al oído o quizá besar la reliquia de su oreja, fue como ver una de esas esculturas hechas con soldador, como un atleta de alambre unido a una caldera. A lo mejor ya sólo pueden dar eso, arte de basurero.

La secretaria general de Podemos, Ione Belarra (i), junto al ex vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias (d), asisten a la presentación del libro de la exministra y eurodiputada de Podemos Irene Montero | EF

Allí estaba lo que queda de Podemos, Pablo Fernández Santos como un Sandokán sin serie, con la fiereza y los alardes sólo para los espejos, e Ione Belarra, que se ha ido convirtiendo como en una señora de reclinatorio, esas señoras que van envejeciendo y encogiéndose en las primeras filas y en los domingos de sermón (todos los puritanismos terminan pareciéndose) hasta que se quedan dormidas y se las lleva el Señor a dormirlas para siempre. La verdad es que las primeras filas, las de los cargos e invitados, parecían la sala de espera de un sanatorio, entre descalabrados y desahuciados. Aunque aún fue más sorprendente cuando llegó un público más que nada de señoras mayores cogidas del brazo como para el bingo o para Juan y Medio. Supongo que ya sólo están los de toda la vida, en eso han quedado la nueva política, el mochileo y el 15-M. Podemos va siendo lo que la fiesta del PCE, aquella romería de nostalgia con un comunismo que tenía más de charlestón que de canción protesta.

Sólo les queda la esperanza de Yolanda, Yolanda que fue “el mayor error”, dijo Montero, reconociendo en realidad, con gran modestia, un único error

Allí estaba lo que queda de Podemos tras las purgas y los desplantes, los errores y los fracasos; errores y fracasos que ellos siguen negando porque, como le pasa a Sánchez, todo es un complot de la derecha, en este caso para hacerles parecer extrañamente hipócritas, fanáticos, pueriles y dañinos. Algo habremos hecho, se titula el libro, que querían poner una cosa de señoro como franquista para la audiencia fidelizada y fetichista. Sin embargo, el propio título desmonta la mitología victimista, porque justo por lo que han hecho dejaron de votarlos y ahora la pareja de Galapagar está entre el balneario europeo y la tasca de tragaperras, y sus sustitutos parecen espíritus de emparedados en el Congreso y las autonomías. Sólo les queda la esperanza de Yolanda, Yolanda que fue “el mayor error”, dijo Montero, reconociendo en realidad, con gran modestia, un único error. Resulta que la ley del ‘sólo sí es sí’ seguía siendo una “ofensiva judicial reaccionaria” y que ellos han transformado el feminismo y la sociedad. Y no dudo que lo hayan hecho, justo hasta que la sociedad se ha hartado de su feminismo y de sus transformaciones, que a lo mejor la democracia va a ser eso.

Allí estaba lo que queda de Podemos, entre chispas y goznes, entre remaches y descartes, entre la ferralla y las estatuas, como un museo de ferrocarriles. Irene Montero presentaba un libro que a mí me parece como un cuento de Blancanieves con mal final de cuento, aunque la protagonista aún no se haya enterado. Algo en ella, su blanco de muñequita vestida de azul, su lágrima temblona de dibujito japonés (lloró al comenzar a hablar) seguía teniendo algo de Blancanieves fuera de estilo. Ellos eran (aún son) unos diletantes que jugaban a cambiar el mundo y cuando el mundo vio lo que querían hacer con él los devolvió a las vinotecas y a las teterías, a que siguieran haciendo política de ganchillo y de escaloncito de piscina, que es lo que hace ahora Montero en Europa. A sus votantes los decepcionaron y a los demás los horrorizaron, pero el libro de Montero, unas memorias de adolescente, de quien ya lo ha hecho todo en la vida antes de entender nada (seguramente sea así) aún trae “esperanza”.

“Sí se puede”, sigue diciendo Irene Montero como podría decir aquel hombre que golpeaba la pieza de grifería o de motor contra la farola. “Hemos demostrado que se puede —insistía ante la chatarrería que es el partido— y esto no ha hecho más que empezar”. Quieren empezar otra vez, creen que pueden empezar otra vez. “Ahora nuestra tarea es poner la izquierda en pie”, decía como una muñequita coronela de la izquierda, como esas muñecas legionarias. Confían en que Yolanda, la marca de leche merengada del sanchismo, les despeje esa izquierda entre pija y guerrillera que sigue ahí todavía, esperando la vuelta de Montero como si fuera Ana Belén. Como confían en el icono de la derechona (la portada del libro muestra a Irene Montero triunfante en su escaño azul, ante cuatro diputados del PP como una rondalla desfondada, cuando se aprobó la Ley Trans).

Supongo que también, claro, seguirán confiando en Sánchez, sin cuya permisividad y cinismo la izquierda de romería de Podemos no hubiera dejado nunca de ser romería. Ahora que los conocemos en la romería y en los ministerios, yo creo que el nuevo milagro de Podemos es aún más complicado que el nuevo milagro de Sánchez, sobre todo porque se trata de dos milagros sucesivos. Pero siempre pueden escribir libros, rapear podcasts y seguir golpeando la farola con la izquierda eternamente fracasada y eternamente esperanzada, por si se va la historia como se va el hollín. La verdad es que, ahora que lo pienso, la chatarrería es un negocio tan bueno como otro cualquiera.