Puede parecer mentira y seguramente lo sea dentro de unos días, si es que así les conviene. Son especialistas en la estrategia del cónyuge manipulador: lo que dije lo mantendré mientras me venga bien, pero sólo si me viene bien. Fue este lunes cuando Pedro Sánchez se situó tras el atril del Palacio de la Moncloa para sugerir a los ciudadanos la necesidad de que aplaudan. De que lo hagan sin temor y de forma decidida en reconocimiento a la buena labor de los funcionarios que trabajan estos días en Valencia para restablecer el orden, tras la tormenta. A fin de cuentas, si los españoles salieron al balcón durante la pandemia, ¿por qué no ahora, ante esta nueva emergencia?, vino a afirmar.

Unos días antes, el presidente tuvo que salir a la carrera de Paiporta porque un grupo de ciudadanos comenzó a increparle. Le intentó agredir -y cualquier agresión merece una total repulsa- y, en lugar minimizar la acción, como hizo Rajoy con el puñetazo, Sánchez se victimizó. Unas horas después, sus terminales mediáticas -con Silvia Intxaurrondo a la cabeza- afirmaron que había sido cosa de la ultraderecha, del poder omnipresente y, a la vez, dragón en el garaje. La Guardia Civil lo desmintió poco después, tras detener a los autores, pero a esas alturas, los tertulianos ya se habían desgañitado con un discurso que alertaba de los peligros de los ultras. De la parte conveniente de los ultras, claro está.

Sánchez no hizo referencia a la Benemérita en su comparecencia, pero sí a los bulos, que todo lo enfangan y que sólo proceden de la derecha y la extrema derecha. De la prensa malvada que desestabiliza con mentira, al contrario que la progresista, que sólo aporta y que sólo pretende ensanchar los cimientos de la democracia.

Se entiende que son esos ultras quienes estos días han 'viralizado' el mensaje que sostiene -y en el que abundó Sánchez- que “sólo el pueblo salva al pueblo”, ante la evidencia de que en Valencia no hubo primeros auxilios o, si los hubo, no fueron suficientes, cosa que se explica en la incompetencia de las diferentes Administraciones -empezando por la que encabeza Carlos Mazón- y seguramente también en el cálculo político. 

Sánchez fue tajante al respecto: “El Estado sí que ha respondido en este caso”, expresó. Y añadió: “El Estado somos todos”. 

Estado... e impuestos

Ese mismo día, como quien no quiere la cosa, el PSOE y Sumar difundieron un documento con su propuesta de pacto fiscal para 2025. Merece la pena señalar el orden cronológico de los acontecimientos: primero, arreció la tormenta en Valencia. Después, arreciaron las críticas por la penosa respuesta institucional ante la catástrofe; posteriormente, el presidente negó la mayor y ensalzó la respuesta del Estado -que somos todos-; y, al final del día, como quien no quiere la cosa, su partido presentó un borrador que incluye impuestazos por aquí y por allá.

Visto el plan, se puede sospechar que es una nueva boutade propagandística que busca impresionar al votante medio de los dos partidos y avisar a navegantes. El documento no hace ninguna referencia al récord de recaudación de 2023 o a las dificultades por las que atraviesan las economías familiares en un escenario de inflación, que son dos factores que desaconsejarían cualquier subida de impuestos.

Ahora bien, sus firmantes incluyeron una serie de propuestas que podrían llegar a interpretarse como premios y castigos.

A los artistas se les prometía un estatuto, lo cual hace difícil pensar que cualquier empresario o particular de esa colectividad vaya a emprenderla contra el Ejecutivo -que ya había prometido 1.500 millones en avales financieros al sector audiovisual- y su propaganda. Tampoco lo harán con una especial fiereza los medios que confían en beneficiarse del reparto de 100 millones de euros en ayudas a su digitalización, que, sobra decir, también saldrán de las arcas públicas. No está previsto que Almodóvar deje de llorar ante la próxima citación de Begoña Gómez; o que El País acentúe las críticas contra todo aquello que se puede criticar.

Yates y coches de lujo

El plan señalaba a los ricos, dado que se creará un impuesto a los yates y los coches de lujo con el que se recaudará una minucia, pero que seguramente lleve a la izquierda acrítica a aplaudir en el balcón al pensar que Amancio Ortega va a tener que rascarse el bolsillo para seguir paseando con su barco. Lo mismo sucederá con las rentas superiores a 300.000 euros, que deberán pagar a partir de ahora dos puntos más de IRPF. Esto suena bien, a priori, pero si se tiene en cuenta que sólo el 0,50% de la población gana más de 150.000 euros anuales, a lo mejor hay que empezar a pensar que el trilero ha escondido la bolita.

Luego hay una medida que llega en el peor momento posible, cuando Muface se encuentra en la peor crisis de su historia y podría devolver a miles y miles de funcionarios a los hospitales públicos. En esta situación, no ha tenido una mejor idea la coalición gubernamental que eliminar la exención sobre el IVA de los seguros privados. Entra dentro de toda lógica que se trate de descongestionar el sistema público a través del fomento de estas pólizas. Sobre todo, en contextos como el de un país envejecido en el que costará que la sanidad pública no se colapse, pese a los esfuerzos presupuestarios que puedan hacerse. Parece ser que el Ejecutivo lo ve de otra forma. En concreto, de la contraria.

En Moncloa también consideran que incrementar el IVA sobre las viviendas turísticas y eliminar el régimen fiscal especial sobre las SOCIMIs -que ciertamente habían tenido poco éxito- serán medidas positivas para insuflar oxígeno en el mercado de la vivienda, que no es doméstico, sino occidental y para el que no parece que exista una solución sencilla, pese a lo que prometen unos y otros. Ahora bien, la izquierda todavía piensa que pegando pellizcos hacia los oferentes va a conseguir una reducción de precios y todo eso, sobra decirlo, no hace más que empeorar el problema.

Propagandistas desatados

La propaganda vende todas estas medidas como acciones que promueven la justicia social o "la equidad horizontal". Con este concepto sucede como con la letra de La Internacional: dependiendo de la intensidad de la izquierda que la recite, se refiere a "los parias de la tierra" o "los pobres del mundo". Se pueden buscar eufemismos o se puede directamente defender, sin lindezas, que quien más ingresa, más tiene que pagar, aunque posteriormente no suceda así exactamente; o no ocurra en absoluto.

Estas cosas se han dejado de debatir, del mismo modo que todo lo relativo al gasto estatal o al estado de los servicios públicos. La oposición no se esfuerza especialmente en ello porque es cansado; y el Ejecutivo se las ha ingeniado para que cualquiera que cuestione casi cualquier aspecto de la política económica y fiscal sea prácticamente considerado como una mala persona.

Algo similar sucede con quien se oponga a la disonancia cognitiva que 'obliga a sufrir' el escuchar las expresiones "Estado fuerte" y "Estado de todos" tras lo visto en estos días atrás en Valencia. Es decir, en los días previos a que Sánchez apareciera para animar a aplaudir y a una parte de los ciudadanos, a pagar más.

Los valencianos, a pie de calle, son conscientes de que los políticos les han fallado, de que la ayuda ha llegado tarde y de que en las comparecencias que se han producido durante los últimos días se ha iniciado un intercambio de golpes que busca repartir culpas, pero no solucionar los problemas. Carlos Mazón quiere estos días salvar el tipo con impostura y mentiras; y Pedro Sánchez y su Gobierno, con un discurso estatalista, al que sucedió el anuncio de nuevos impuestos.

El requiebro es tan patético que canta a la vista para cualquiera medianamente avispado. Pretende justificar lo injustificable, insuflar ánimos en sus electores y abundar en la citada disonancia cognitiva. De paso, llamar al vulgo a aplaudir. A los bomberos, al Estado y, sobre todo, a él.

Sánchez no ha sido el pionero en la difusión de esta propaganda, pero, desde luego, por su especial descaro para imponer su relato frente a la realidad… es único.