Twitter (X) era un lugar menos tóxico cuando Juan Carlos Monedero llamaba a tumbar el régimen del 78 e Íñigo Errejón definía como “pijos” y “machistas” a los críos de ese colegio mayor que salieron en la ventana a escupir berridos seminales en la Ciudad Universitaria madrileña. El debate era más juicioso cuando Ángela Rodríguez Pam andaba por allí y decía aquello de que todo hombre es un violador en potencia por el hecho de nacer. Allí florecía un diálogo de nivel. Del que hubiera hecho palidecer a Cicerón.
Entonces, esta plataforma no era una herramienta que ponía en peligro la estabilidad de la democracia española, pese a que se leyeran alegatos de los líderes independentistas apelando a romper el orden constitucional o a Julian Assange llegara a publicar un tuit cada 13 minutos en favor del procés, como siempre, sin más interés que el que determinaba su intelecto.
En cambio, desde que Elon Musk compró esta compañía y la bautizó como X, es un foco enorme de toxicidad, al contrario, por ejemplo, que Instagram, donde Cristina Fallarás organiza cada pocas horas juicios sumarísimos que están basados en denuncias anónimas, pero que promueven cacerías y lapidaciones que entran dentro de lo que se exigiría en cualquier Estado de derecho medianamente evolucionado.
El mundo es un lugar peor
Todo tiende a decaer con el paso de los años y el caso de Twitter es paradigmático, aunque no excepcional. La vida moderna tampoco es como la de hace 25 años. Ojalá volvieran los últimos 90, en los que bastaba con irse al monte o encerrarse en casa para evitar saber nada de nadie. En esos años, analógicos, los medios de comunicación eran los amos. Lanzaban casi 100 páginas los domingos, vendían medio millón de ejemplares sin despeinarse y eran las únicas voces que atestiguaban lo que sucedía en los puntos lejanos, pero interesantes, donde enviaban a sus corresponsales, personas con gen aventurero y cualidades indudables.
Los periodistas ganaban mucho más dinero en aquel entonces y hacían mucha mejor información. No existían las mentiras, ni las informaciones interesadas. Tampoco los bulos. Salías a la calle, pronunciabas la palabra 'bulo' y los viandantes te miraban como si hubieras aprendido a hablar en polaco. ¿Qué significa bulo? Nadie entendía el concepto de 'mentir', del mismo modo que en aquel cuento de Borges los habitantes de un extraño territorio desconocían los sustantivos porque definen siempre cosas menores, y no ideales e incólumes.
Los ciudadanos desconocían, pues, lo que eran las falacias porque los redactores se encargaban de contar la verdad, y sólo la verdad, y gracias a ello ganaban mucho más dinero que ahora, cuando están condenados a la precariedad y a terminar con el cerebro como un queso gruyere como consecuencia de la inestabilidad.
La decrepitud
Todo eso se debe a la decadencia del negocio, que es un fenómeno sobre el que las empresas periodísticas y sus magníficos gestores no tienen culpa alguna. Aquí las únicas responsables son Google y las redes sociales, que son, a su vez, las que han obligado a acuñar un nuevo concepto que no existía hasta entonces: el de fake news. Nuestra época no se recordará dentro de varios siglos como la de la digitalización de las sociedades, sino como aquella en la que se inventó y patentó la mentira, cosa que se explica en la pérdida de protagonismo de los medios a la hora de influir en la conversación pública.
Tiene sentido, en estas circunstancias, que The Guardian y La Vanguardia hayan decidido abandonar X ante la avalancha de toxicidad que han detectado en esta red social. La misma decisión la han tomado otras figuras periodísticas que no citaremos, para respetar la discreción que ha acompañado a su marcha de esta red social -que no han escenificado-, pero a las que recordaremos siempre por su respeto a la libertad de expresión, a la independencia del periodismo de los poderes públicos y al pluralismo; incluso en 2009, cuando elaboraron el famoso editorial único, que reprodujo casi toda la prensa catalana.
Seguramente les haya costado dar este paso hacia adelante. Hasta hace no mucho, era casi imposible concebir que empresas como Twitter, como Netflix o como Google podían fijar para sus plataformas una línea ideológica que estuviera en consonancia con sus intereses comerciales o sus complicidades políticas. Hasta que Elon Musk entró en el negocio de las redes sociales en 2022, era difícil apreciar que estas empresas contaban con filias y fobias ideológicas. Al revés, se las consideraba como enormes foros de debate en las que había de todo, pero en la que siempre se censuraba a quienes se lo merecían. Por tanto, siempre prevalecían la paz y la justicia.
Si acaso, se podía criticar a los creadores de contenido, los que hacían el llamado 'periodismo ciudadano', que eran menos rigurosos que los periodistas tradicionales, los que siempre siguen la diligencia informativa y elaboran editoriales únicos por la creencia de que defienden algo justo, y no por esperar algo a cambio -en efectivo o con tarjeta- de una Administración o una empresa participada. Definitivamente, entonces Twitter merecía la pena.
Los bots indios
Ahora es todo lo contrario. Esta red se ha convertido en un lugar en el que predominan los bots -nunca antes habían existido-, el discurso del odio y la toxicidad. Por eso creo, sin duda, que lo mejor es abandonarla y trasladarse a otros foros como Instagram, donde se pueden leer las juiciosas denuncias anónimas de Fallarás o comprobar cómo tu vida es una mierda, ante la evidencia de los viajes, coches y restaurantes de los que disfrutan los demás. También está la alternativa de TikTok, donde Sumar tiene un equipo de “millenioides” que nunca confundiría a la sociedad a través de ideología nociva, al igual que tampoco tertulianos de chaqué, meñique estirado y verbo florido, como aquel tertuliano gallego que también ha anunciado su marcha de Twitter.
En fin, la que ha liado Elon Musk. Por cierto, lo de Cambridge Analytica fue en Facebook y entonces ningún periódico se fue de allí. Al revés, siguieron casi todos inflando su política de clickbait -muy responsable siempre- porque entonces funcionaba bien. Pero, ahora... la que ha liado Elon Musk.
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hace 1 mes
Siete maneras de sobrevivir a X: la cuarta te sorprenderá.
O, si naciste entre 1900 y 2024 puedes conseguir gratis estos paneles solares.
O, qué ocurre en tu cuerpo si tomas agua cada día.
O, el subsidio de desempleo sufre estos cambios que pueden afectarte.
O, la DANA que se aproxima en los próximos días; estas regiones están en peligro.
hace 1 mes
A mí me ha echado de ‘X’ el tal Elon Musk, pero no sé por qué.
Conviene dejar decir las atrocidades que le pasen a uno por el magín, pero proteger a un tercero sin petición del mismo es paternalismo cogotero, como el que hace la guarra cerril.
No somos necios de baba, ni esquizoides a controlar o vigilar; como dijo un emperador chino a los sacerdotes que querían hacer sacrificios humanos, que elijan las víctimas entre ellos mismos.
Qué paisanaje!
hace 1 mes
Gran artículo. No es tu mejor artículo, pero sí uno de los más valiosos. Inclúyelo cuando escribas tu primera antología periodística.
hace 1 mes
Artículo certero.
hace 1 mes
En los 90 también se publicaban mentiras (a veces se equivocaban), pero la diferencia es que los medios no se dedicaban a transmitir la propaganda de los políticos ni de las agendas globalistas 2030 para adoctrinar a la población.
hace 1 mes
Efectivamente, X será menos tóxica y más libre con la salida de toda esa basura izmierdista