En plena pugna por intentar imponer la verdad frente a los bulos, Silvia Intxaurrondo se hizo eco en su programa de una información que afirmaba que la ultraderecha se atribuía la autoría de la agresión a Pedro Sánchez en Paiporta. Unas horas después, la periodista de cabecera de Radiotelevisión Española abroncó a un contertulio por exponer en público 'chatarra informativa'. “En esta casa no voy a permitir que entre desinformación”, vino a decir, en un ejercicio de valentía similar al que exhibió cuando rubricó aquel manifiesto contra el “golpe de Estado político y judicial” que circuló por las redacciones españolas después de que el presidente del Gobierno enviara su primera carta a la ciudadanía.
Sucede que la Guardia Civil descartó hace unos días que un grupo extremista estuviera detrás de los disturbios de Valencia, a lo mejor previsibles en esas circunstancias, pero siempre lamentables. Así que podría decirse que, inconscientemente, Intxaurrondo difundió algo que no era cierto. Entra dentro de lo normal que quien intenta informar sobre una catástrofe de tal dimensión a veces se equivoque con un dato o un enfoque. Eso no le convierte en un mentiroso, sino en una víctima de la inmediatez, en un pardillo o en un fallón. Lo que sucedió en este caso es que, aquella tarde, desde las filas gubernamentales se había distribuido un documento de 12 páginas que culpaba a los ultras de lo sucedido, cosa que era mentira. Así que quien erró lo hizo mientras contribuía a victimizar al presidente del Ejecutivo en un momento en el que las víctimas estaban a pie de calle, como parte de una campaña, como poco, cuestionable.
Decía este jueves Àngels Barceló que, de un tiempo a esta parte, siente cierta desmotivación a la hora de afrontar la tarea periodística, dado que, mientras en la Cadena SER cumplen con rigor la diligencia informativa, hay una buena parte de sus compañeros de profesión, y no digamos los externos, que se saltan ese procedimiento. Sobra decir que en Prisa tampoco atan los perros con longaniza, dado que también difundieron la falsa tesis de que lo de Paiporta era culpa de la ultraderecha. Reitero: estas cosas pasan. A todo el mundo le intoxican alguna vez e incluso se deja llevar por sus filias y sus fobias. No hay fuentes más pestilentes que las gubernamentales cuando el poder se siente peligrar y suelen darla con queso. Sucede en todas las empresas periodísticas. Lo curioso es que, ahora, los medios pro Moncloa se dedican a cazar a los difusores de bulos, como si fueran totalmente ajenos a esa práctica.
Señora Barceló: la pereza que siente usted, dentro de su cámara de eco, también la sienten quienes aprecian, desde la suya, cómo otros medios manipulan a partir de las trolas que cuentan las fuentes gubernamentales. Incluso hay quien se siente desbordado por el ruido existente en una sociedad polarizada en la que la desinformación circula entre los dos extremos; y no sólo del uno hacia el otro.
los medios pro Moncloa se dedican a cazar a los difusores de bulos, como si fueran totalmente ajenos a esa práctica
Hecha esta consideración, conviene reiterar que todo el mundo se equivoca. La propia Agencia EFE publicó el jueves por la tarde una noticia falsa, por error, que hablaba del choque de un helicóptero contra la Torre de Cristal, de Madrid. Su presidente, Miguel Ángel Oliver -exsecretario de Estado de Comunicación-, lamentó el fallo y lo atribuyó a una torpeza. Para entonces, varios medios de comunicación habían difundido el teletipo. Tienen este servicio automatizado y trasladan todo lo que EFE comunica a sus clientes sin analizar previamente su contenido, que a veces puede ser de calidad... y otras, no.
Nadie en su sano juicio acusó a la empresa pública de noticias de fomentar el alarmismo por equivocarse, como tampoco de intoxicar a la sociedad española. Tampoco se han convocado movilizaciones en RTVE después de que Xabier Fortes presentara este jueves como “experta en el reparto de responsabilidades durante la gestión de emergencias” a una catedrática que, casualmente, también había formado parte del Consejo Nacional del BNG y colaborado con otros partidos de izquierda. La filiación ideológica de los especialistas no les hace menos doctos, pero a veces condiciona sus opiniones.
En este caso, sobra decir que en su intervención se dedicó a ilustrar sobre la -evidentísima- mala praxis del Gobierno de Carlos Mazón durante la gota fría del 29 de octubre. De paso, señaló que el PP valenciano se había dedicado a desmantelar servicios de emergencias, en los que había algunas vacantes. No incidió tanto -no lo hizo- en otras cuestiones que afectan a más partidos, como el PSOE, relacionadas con las negligencias de la Confederación Hidrográfica del Júcar o con las infraestructuras que no se han construido en la zona y que podrían minimizar los efectos de estas riadas.
La audiencia no es imbécil
Conviene no tratar a la audiencia con desprecio porque, quien más, quien menos, es consciente de lo que va a encontrar en cada medio de comunicación. Ejercer de sheriff contra los bulos no estaría mal si alguien estuviera dispuesto a hacerlo sin un parche en el ojo. Es decir, señalando también a los suyos o denunciando lo que no le interesa o le conviene a la Administración que más aporta al medio, sea cual sea su color. Lo que sucede es que eso no existe y los lectores lo notan, lo ven y seleccionan. De ahí su creciente desafección hacia los medios de comunicación; y de ahí su cada vez mayor confianza en las redes sociales y en plataformas como Telegram.
Allí también hay buenos periodistas y divulgadores, como también nefastos intoxicadores. Confluyen fuentes oficiales con activistas con olor a rublo o a petaca. Existe una corriente creciente que trata de demonizar estas plataformas en favor del periodismo que desarrollan los medios de comunicación. En parte, tienen razón. En otra, no. ¿Acaso no hay activistas en las redacciones? Sin duda. Por eso, ese tipo de campañas desafían a la inteligencia del personal.
Los espectadores, como los lectores, que no son tontos, cada vez confían menos en los periodistas. Y no es culpa de los otros, es principalmente nuestra.
También lo hacen discursos como el de David Broncano durante la entrega de los Premios Ondas. Allí abundó en la necesidad de defender los servicios públicos frente a quienes los quieren desmantelar. Sin duda, su discurso hubiera ganado enteros con una referencia a RTVE, cuyos consejeros han sido directamente designados por PSOE, Sumar, Podemos, PP, PNV, ERC y Junts, en su mayoría, a partir de los méritos que han ejercido dentro de sus partidos, y no por su valía como gestores de empresas públicas o del sector audiovisual. La casa donde trabaja Broncano tiene un presupuesto anual de 1.200 millones de euros aproximadamente. También lanza bulos de vez en cuando, como hizo Intxaurrondo con los sucesos de Paiporta. Lo que sucede es que esta empresa la pagan los contribuyentes y sería exigible, al menos, que ejerciera de forma neutral su tarea informativa.
Las terminales mediáticas del Gobierno sostienen estos días lo contrario. Mientras, Broncano, que cobra de ahí, se niega a señalar el foco del problema. A ser valiente, en definitiva. Así que los espectadores, como los lectores, que no son tontos, cada vez confían menos en los periodistas. Y no es culpa de los otros, es principalmente nuestra.
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