Pedro Sánchez estaba en la India, entre carrozas o féretros de flores; Mazón estaba comiendo o empantanado en la sobremesa, como un cenicero lleno ya de ron cola y pistachos; y Teresa Ribera estaba preparándose su examen para gran burócrata europeo (nuestros ministros escapan a Europa, no sé si porque su trabajo aquí es muy bueno o muy malo, pero en ninguno de los casos tiene sentido). A ninguno, en fin, le parecían demasiado alarmantes esas alertas rojas que iban y venían o sólo adornaban, como sirenas de gran ciudad que adornan esa desatención que define a las grandes ciudades. A ninguno de ellos les pareció que tuvieran que alterar su agenda por los avisos, las previsiones, las noticias, los mensajes rutinarios que llegaban con angustia o los mensajes angustiosos que llegaban con rutina (el mail de la Confederación Hidrográfica sobre el brutal aumento de caudal del Poyo parecía una felicitación de clínica dental que se queda en el spam o en la pereza). Y, sin embargo, les estamos pidiendo explicaciones o ellos mismos se apuntan para darlas. A mí lo que me parece es que no puede dar explicaciones quien sólo puede dar excusas.
Aún no se ha ido el barro, que está echando raíces volcánicas e incluso irónicas (todavía esperan los del volcán de La Palma esos millones de boquilla con los que Sánchez quiso solucionar la cosa para el telediario del día); aún hay escombros, anafes, cráteres, frío y escasez allí donde desaguaron el cielo y el infierno, pero ahora la acción y la atención están en Europa y en nuestros parlamentos ávidos de verdad. En Europa, los nombramientos para la Comisión están atascados en el juego partidista de los bloques, en el que reverberan la reacción doliente ante la victoria de Trump y ante nuestra catástrofe, que es a la vez local y global. Teresa Ribera, que ya digo que no se sabe si está allí esperando el cargo o la jubilación, ni si está por buena o por mala, es como la estrella internacional de nuestro gobierno absentista, ese gobierno que sólo se activa cuando a Begoña le sale un viaje o a Ayuso le sale un novio, pero no tanto en una emergencia nacional. Ribera es otra que no estaba o estaba lejos (sigue lejos), otra que sólo puede poner excusas. Pero también es una pieza de caza política o geopolítica (la geopolítica apenas se diferencia de la política local en la escala de los mapas).
En cuanto a los parlamentos de aquí, esos diputados con las manos llenas de anillos, que ya sabemos que no están para achicar agua, seguro que achican muy bien las culpas de sus jefes. Y los presidentes autonómicos, como Mazón, y los presidentes sólo de su casa, como Sánchez, no dejan de ser como Ribera pero más cerca, o sea otros dos que no estaban y que sólo pueden dar excusas por no haber estado. Los parlamentos de por ahí hacen con la desgracia esperanto y guerra fría, y los de aquí hacen folclore partidista y batida de patos. Los presidentes de feria de la tapa explicarán que no estaban de tapas, y los presidentes de G-20 explicarán que ellos están para salvar el mundo, sobre todo si lo salvan montados en una carroza o en una ponchera, y no tanto para salvar una provincia levantina o levantisca que les parece, mientras están en la India o en Brasil, algo así como Filipinas.
Los políticos nos darán excusas, pero no explicaciones, así que para la verdad lo mismo tenemos que esperar a los jueces
Además, siempre suele quedar bien entremeter algún alcalde pinchando como con mondadientes o dando con el bastón de charanga, como está pasando con Mazón y el alcalde de Cullera. Hay ahora un misterio que ya no es la ausencia de todos, como la ausencia de Dios, sino el misterio específico y casi mariano alrededor de la comida de Mazón, comida o no comida, o comida sin comida, con llamadas a la hora sagrada o maldita de la media tarde. Estos piques siempre quedan castizos, como entre el alcalde y el cura o el boticario y el chulapo, pero yo creo que el personal no está para vodeviles ni zarzueleo, menos donde la gente sigue comiendo arena y la DANA sigue comiéndose a la gente por los pies, desde el barro, como un cocodrilo.
Se examinó Teresa Ribera como una muchacha de Selectividad, un poco confundiendo a Platón con Parménides, el seno con el coseno y la competencia profesional con la promoción personal, sin que sus respuestas sirvieran de mucho ni allí ni aquí. Compareció Mazón que, como escribía Casimiro García-Abadillo, no contestó la pregunta más importante, y comparecerá Sánchez, seguramente aún desde la carroza india o brasileña, con un jet lag de geopolítica bronceándole de realeza las ojeras, como el maquillaje de un príncipe egipcio. Los políticos no saben, no quieren, no pueden explicar sus errores, que siempre son de otros por definición. Nos van a obligar a tragarnos unas cuantas sesiones de argumentario pelón y de fango en tartera de escolar, como esos conciertos de Bolaños (Bolaños da conciertos como de clarinete con el argumentario de la Moncloa).
Los políticos nos darán excusas, pero no explicaciones, así que para la verdad lo mismo tenemos que esperar a los jueces. Nadie estaba donde debía, o no sabemos dónde estaban (ni siquiera sabemos si estaba o no estaba el general de la UME, si tuvo que esperar el permiso de Mazón o al final se coló a lo salvaje, con esa cosa que tiene él entre Hannibal Smith y Loco Murdock). No, no vamos a enterarnos de lo que pasó con lo que nos cuenten los políticos ni los mosqueteros de los políticos, pero sobre todo es que los políticos deberían estar más en las soluciones que en las coartadas. Claro que la culpa, aunque no la reconozcan, les quema. Ya ven que una estaba de exámenes o quizá de Erasmus por Europa, otro probándose collares de flores en la India, como coronas fúnebres, y otro comiendo o no comiendo en un mesón o ni siquiera en un mesón…
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