Juan José Güemes, otro de los súbitos mecenas de Begoña Gómez, llegó ante el juez Peinado como testigo y salió como investigado. Yo creo que lo que pasa es que nadie puede explicar sin contradecirse ni sonrojarse que una bachiller con inglés de azafata de la Renfe llegue de repente a estos cargos de nombre y proyección internacionales, como eso de directora del África Center, que suena a la vez a proyecto de Bill Gates, a commonwealth de enchufados y a gorrones de Fitur. Yo ya estoy pensando que eso de que Begoña sea “empresaria” va a ser otro bulo de la derecha y la ultraderecha, que sólo la hemos visto pasar de consultorías de medio pelo al gran enchufe intercontinental, interdisciplinar o intergubernamental. Un enchufe que uno se imagina casi físicamente, como un interruptor de castillo de Frankenstein dándole la vida entre chispas y arcos voltaicos, como la novia de Frankenstein que efectivamente es ella. A lo mejor ser empresaria es como ser mocatriz, sólo una percepción personal y optimista de una vida triste con diario de sueños, hasta que los sueños se cumplen por la magia o por el electromagnetismo de nuestra política.
A Begoña no le va a quedar muy bien en el currículum que sus jefes vayan a explicar su relación laboral con ella y terminen imputados. Es casi como decir que darle trabajo es un crimen. Le ha pasado a Güemes, al rector de la Complutense, Joaquín Goyache, y también al socio / padrino Barrabés. El otro día, en la comparecencia ante la comisión de investigación de la Asamblea de Madrid, Begoña se paró, se calló o se calcificó como una tortuga o como una azafata de Tío Pepe, pero no pudo evitar que le recordaran el largo y difícil proceso (tesinas, tesis, doctorados, docencia, investigación…) hasta que una universidad te permite dirigir o figurar en una cátedra. En el caso de Begoña, además de difícil era imposible, porque no es licenciada. Es más, llegó a dirigir un máster en el que ni siquiera podría haber sido alumna, como le señaló la diputada Mercedes Zarzalejo. Nadie puede explicar ni lo de la cátedra ni lo del África Center, con nombre ya de estafa de clínica dental. Y menos ante un juez. Así que todo su currículum y todos sus socios van saliendo imputados, como si en vez de empresaria Begoña fuera butronera.
Yo no sé cómo la presidencia del Gobierno aún funciona con todo el trabajo que tiene atender los asuntos de Begoña
Begoña, novia de Frankenstein, no sólo maneja los enchufes góticos del castillo de Frankenstein, sino que usa al personal del castillo de Frankenstein, a los que supongo que tiene jorobados, bizcos y cojitrancos de ir constantemente de las cosas de la Moncloa a sus cosas de empresaria de éxito, como de la cocina al corral. Es más, yo no sé cómo la presidencia del Gobierno aún funciona con todo el trabajo que tiene atender los asuntos de Begoña, ese recibir en Moncloa como una gran duquesa, ese pedir dinero como una huerfanita hierática o ese pedir datos (para la propiedad intelectual del software que le hicieron gratis, nada menos) como un teleoperador. El personal de la Moncloa, eso sí, le pone mucha dedicación y mucho oficio, escribiendo en el tono justo entre la exigencia y el respeto, entre la institucionalidad y la intimidad, entre la devoción y la malversación. Yo me estoy acordando de Juan Guerra, con sus cafelitos en un despacho de archivero, y me parece un tieso y un panoli. Ahora, la Moncloa es sólo la sede comercial de la franquicia de los Sánchez, que lo mismo maneja la financiación singular de los indepes que la financiación singular de Begoña.
Van los empleadores, los benefactores, los socios y los padrinos de Begoña a explicar el trabajo, la necesidad, el éxito, el milagro de nuestra presidenta, y salen imputados como si salieran por un tobogán. De momento ninguno ha cantado, sólo han tosido o se han atorado, aunque puede que canten, que una cosa es el personal de la Moncloa, que está ahí como atado al colchón conyugal y tordesillano de la regia y católica pareja, y otra cosa el que tiene que seguir con su vida de profesor raído o de dinamizador de negocios más o menos internacionales, como un cortador de jamón de Fitur. La cosa es que, aunque lo de Begoña fuera de verdad un milagro de talento innato y sobrehumano, si fuera un genio del fundraising y del linkedinés ante el que caen rendidos banqueros y académicos como ante una Nadiuska empresarial; aunque fuera así, que de momento no se le nota nada, es imposible desvincular a Sánchez de una Moncloa convertida en escandalosa oficina público-privada.
Contratar a Begoña está entre la sospecha y el delito, pero que la Moncloa sea ahora el Centro de Negocios Atenea, ese sitio con nombre de salón de uñas en el que empezó ella, ya apenas deja lugar para la duda. Begoña está siendo investigada, entre otros delitos, por tráfico de influencias y corrupción en los negocios, y resulta que asesores y empleados de la Moncloa trabajan ciertamente para sus negocios, y que piden dinero, compresión o datos bajo el ala no ya alegórica sino jerárquica de la presidencia del Gobierno. Así va a ser muy difícil defender las casualidades, el desconocimiento y el choque sin querer por los pasillos. Begoña es la novia de Frankenstein con ramillete electrificado, y el que lo toca va cayendo quemado o imputado. El próximo puede ser el propio Sánchez. No acababa bien, como sabrán, aquel romance entre monstruos hieráticos.
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