“¿Se te está pasando el arroz?”. Encontré ese mensaje en un cartel el pasado sábado por la mañana, en la estación de metro de Guzmán el Bueno. Suelo aprovechar ese momento de la semana para pasear y descongestionar de la emocionante vida rutinaria, así que viajo en el tren hasta la parada de Moncloa y allí comienzo la ruta por el Parque del Oeste. Si estoy preocupado, dedico un buen rato a la tarea y ese día me frené en el Matadero, pero pude terminar en Aranjuez. A pocos meses de alcanzar los 40, me ha dado por pensar que he trabajado con ánimo estajanovista durante 15 años, pero no ha servido para mucho, salvo para desgastar mi moral. El periodismo es una profesión estúpida hoy en día. Nos movemos entre miserias, en un terreno pantanoso de egos y personajes de baja hidalguía que alardean de ser conspicuos, pese a ejercer una función que no es mucho más sofisticada que la ictioterapia.

Mientras recorro la ciudad, intento convencerme de que mi descreimiento general y manías, de crecimiento exponencial, no son tan malas; y de que a lo mejor me he convertido en alguien miserable. A saber. Deus est anima brutorum. Los brutos y los perdedores también son hijos de Dios.

El cinismo es una buena estrategia para sobrellevarlo, aunque la situación obliga a adoptar determinadas precauciones, como la de no mirar a los escaparates de las inmobiliarias o la de no asistir a reuniones sociales en las que se expongan muchos éxitos, que alegran, pero a la vez preocupan. En mitad de esta línea de pensamiento en espiral, patético y melancólico, para qué negarlo, encontré el citado anuncio del metro y no me dejó indiferente. Noté cierto enfado del que no lleva a vocear, pero sí a recurrir al sarcasmo.

Lo había pagado la Asociación de Familias Numerosas y mostraba el dibujo de dos jóvenes en el sofá, rodeados de tres sombras fantasmagóricas de otros tantos críos que nunca concibieron y entregados a la pereza, a la inconsciencia o vete a saber. Ella aparecía con el brazo derecho estirado, en posición de fotografiarse la cara. Él figuraba con un mando de consola entre las manos, concentrado en una pantalla. A sus pies había una botella de vino abierta. A los de ella, un gato negro. Sobre sus cabezas, el mensaje de marras: “¿Se te está pasando el arroz?”. El felino miraba fijamente. ¿Cuántos secretos guardarán en estos tiempos?

Culpar al paria

Deben andar despistados en esa asociación o quizás sean un poco tramposos; porque intentan situar la consecuencia -la pasividad- como la causa, cuando no es así. Es un error común y surge de la lectura diaria de un catecismo equivocado o de un prejuicio malicioso contra los jóvenes. Pero cualquiera que intente observar el mundo desde su óptica podrá entender el porqué los motivos de su falta de ímpetu, que no son otros que una visión más clarividente sobre el futuro del lugar en el que viven que la que les transmite la propaganda. El cinismo es opcional. El pesimismo es la actitud más realista.

Me abstraje por un momento -mientras venía el tren- y pensé en que la protagonista o el protagonista del anuncio se abalanzaba sobre el otro con afán de amancebarse, sin malicias errejonianas ni adornos innecesarios. Tan sólo con el fin de iniciar la tarea necesaria para conformar una familia, que empieza por la primera cohabitación y que requiere posteriormente agarrar una bolsa de basura, depositar alcoholes, cazasueños y vestigios y esperanzas adolescentes, y advertir al gato de que no volverá a ejercer de paño de lágrimas.

Después, pensé en que los personajes se podrían poner de acuerdo para residir en el mismo lugar y transformar la sombra azul del primer crío fantasmagórico (observar la imagen) en carne. A continuación, del segundo y, por último, del tercero, siempre procurando seguir el mismo movimiento percutor. Habría un momento, tras lograr la familia numerosa, que se verían obligados a abordar la tarea de pagar las facturas. Es decir, a evitar la rigidez del cuello al pasar por las inmobiliarias y encontrar una casa con dos o tres habitaciones, pasar las pruebas humillantes del 'tranquiler' y disponer del flujo monetario suficiente para pagarlo. A partir de ahí, se trata de conciliar, que, en realidad, implica correr de aquí para allá... sin llegar pronto y bien casi nunca.

Seguí con los ojos puestos en el cartel mientras llegaba el tren e imaginé a partir de ahí que se extendían las imágenes sobre las fatigas que eso implicaría a lo largo del andén, desplegadas quizás a modo de viacrucis. Nunca fue sencillo criar a la prole y no conviene ser un llorón. Lo que me temo es que los de la Asociación de Familias Numerosas no advirtieron sobre la creciente dificultad de desplegar ese plan en la gran ciudad en estos tiempos, en los que lo que debería ser simple -casi es un ejercicio biológico- entraña una gran complejidad, fruto de este extraño concepto de prosperidad del que disfrutamos en el que todo cuesta y nada parece consistente.

¿Sabemos dónde estamos?

Me gusta recordar una anécdota para ilustrar sobre la existencia cómoda, pero complicada. Siempre que Cioran -otra vez recurro a él, como pesimista que soy- se cruzaba con una de sus criadas, le preguntaba: "¿cómo va?"; a lo que ella respondía: "Vamos marchando". O sea, 'tirando'. Decía entonces que le entraban ganas de llorar porque no conocía un sentimiento más patético que el de entregarse al devenir de los días sin mucha confianza en que algo bueno va a pasar. Tan sólo intentando amarrar el nudo, uno al día, uno más, para no despeñarse. En España cada vez hay más gente que va tirando. Ni cerca del bien ni atrapado en el mal. Con salud, que es lo importante, pero con miedo a que se averíe la lavadora o a que le suban el alquiler porque, ya se sabe, la zona ahora está muy bonita y tiene mucha demanda.

Hay quien conoció la prosperidad, como los millenial -llorones e influenciables somos, así como la peor generación-, pero los jóvenes crecieron con los mensajes catastrofistas del período ominoso que se inició en 2008. Al principio todo iba "mal" y, desde 2015, bueno... tirando. "Mientras pueda estar aquí..., aunque no sé qué será de mi futuro".

Supongo que los protagonistas del anuncio pertenecen a esa generación y piensan que todavía viven en un lugar estable, así que... ni bien ni mal. Pero no me cabe duda de que, entre ellos, hay quien empieza a tener claro que el Estado tarde o temprano empeorará y nos mostrará realidades incómodas y lejanas. Alguno a lo mejor sospecha que eso sucederá cuando el envejecimiento y el encarecimiento de lo básico desequilibre todavía más las cuentas. Evitar eso implicaría un giro importante de los acontecimientos, pero la inercia actual es tan fuerte que no tiene pinta de que así sea.

Pasividad obligada

No hace falta ser un gran analista para intuir eso. Tan sólo hace falta el dejar de escuchar la propaganda y de mirar los carteles del metro. Por eso es bastante fácil de entender el descreimiento de tantos sobre el futuro. Según el CIS, el 31,9% de los votantes de Alvise Pérez en las elecciones europeas lo hizo por sentirse "asqueado", entre desesperanza y tiktoks que son lógicos anestésicos en tiempos en los que 'se va tirando', pero sin mucha esperanza.

¿Se les está pasando el arroz? Es posible. Pero, ¿de qué se les puede culpar con tanta fiereza? A lo mejor de no emigrar ante la evidencia de que un mercado con el 30% de paro juvenil está roto; y donde diferentes sectores pierden competitividad por una política económica que es suicida a largo plazo, entre mediocridad y oportunismo político.

A nadie le pueden obligar tampoco a confiar en que el inicio del éxito pasa por desembolsar la mitad del salario para pagar 800 euros por una habitación compartida en la que pueda florecer el amor y una especie de sueño americano que requiere gozar de muchos golpes de suerte para cumplirse.

Los simples y los bocazas no suelen entender la desesperanza, como tampoco suelen ser muy conscientes del descreimiento al que te conduce, a medio plazo, la falta de probabilidades en prosperar con lo que haces o con lo que te proponen. Así que hay quien se ha entregado al hedonismo del selfie, los filtros fotográficos, la inacción, la fotografía del plato con burrata o del brunch con cubiertos dorados; el amor líquido y breve; y a una adolescencia perpetua en la que no se plantea tener familia... por imposibilidad de mantenerla sin desfallecer. No tengo duda en que es un error, pero que es una consecuencia, no una causa. Habría que hacer, al menos, el ejercicio de intentar comprenderlo y, en lo posible, evitar la propaganda obscena en el metro para no joder el día todavía más a los mustios.