Un lugar en el mundo obtuvo el Goya a la mejor película extranjera en 1993. La historia reúne todos los tópicos políticos que conforman la "educación sentimental" latinoamericana. Desde el revoltijo entre lo público y lo privado donde medra el político corrupto, la pobreza, la inmigración, la transnacional extractivista de materias primas y los explotados que dejan de luchar por miedo, cansancio o desidia, hasta la violencia como forma de acción política. Federico Luppi, fiel a su gesto solemne y vital, encarna a la perfección a Mario, el protagonista, uno de esos personajes cabreados que dan épica a la derrota amalgamando momentos emotivos, como el izado de bandera en la improvisada escuela que abre, con gestos radicales, como la quema de lana para evitar que los ovejeros de la cooperativa que él mismo había montado –a fin de dar valor agregado al producto y evitar al abusivo intermediario– deserten. Tampoco le faltan destellos de trascendencia como ese momento en el que sentencia "cuando uno encuentra su lugar ya no puede irse".

A diferencia de Mario, América Latina no acaba de encontrar su lugar en mundo, o mejor dicho, tiene un lugar en el nuevo orden global que parece no gustar a los propios latinoamericanos porque se trata de un espacio no elegido y, sobre todo, no pensando desde las necesidades de los habitantes de la región.

En lo económico, la región es proveedora de productos primarios como petróleo, minerales, soja, frutas, cocaína o carne, entre otros; en términos medioambientales, se espera que salve al mundo manteniendo el Amazonas y dejando de explotar y consumir combustibles fósiles, mientras China o los países del Golfo Pérsico se hacen de oro calentando el planeta; y a nivel político, las potencias compiten por ganar gobiernos aliados sin importar lo que hagan éstos dentro de sus fronteras.

Así, a la hora de establecer prioridades para América Latina, desde Europa se insiste en que la región necesita hacer tres transiciones: digital, ecológica y socioeconómica, cuando las encuestas del Latinobarómetro o LAPOP señalan que las preocupaciones y necesidades de los latinoamericanos giran en torno a la situación económica, el empleo o a la inseguridad.

No cabe duda de que la digitalización o el cambio en el modelo energético impactarían en el mercado de trabajo o en la reducción de las desigualdades, pero estos efectos postransición se verían, si todo sale bien, en el medio o largo plazo, mientras que los gobiernos deben atender las demandas de empleo o seguridad de los ciudadanos en el corto plazo. Además, se trata de una exigencia que carga los costes del proceso en los países de América Latina, que tendrían que dejar de explotar sus recursos naturales y transformar sus economías mientras que países ricos, vuelvo con China, los del Golfo Pérsico o EEUU, no lo hacen. Los gobiernos de la región se han mostrado dispuestos a colaborar, siempre y cuando se les compense por los productos que dejan de explotar, puesto que de estos dependen gran parte de sus ingresos.

Como quedó patente en la COP29 de Bakú o en la COP16 de Cali, el compromiso de los países más ricos y contaminantes con la financiación de la transición ecológica no es firme, por eso es comprensible que los países de América Latina se resistan a subsidiar la lucha contra el cambio climático, aún siendo muy conscientes de que se trata de un reto global (o precisamente por ello).

A veces, la sensación es que, desde la Unión Europea (UE), América Latina es vista como una reserva natural en torno a la Amazonía, olvidando que, según CEPAL, en la región viven 652 millones de personas, el 50,8% de las cuales están en edad de trabajar y menos de la mitad tienen empleos formales. Así mismo, 172 millones de personas son pobres, es decir, no pueden cubrir sus necesidades elementales y, de ellos, 66 millones están en pobreza extrema al no poder adquirir una canasta básica. A todo ello se suma una desigualdad estructural que concentra el 66% de la riqueza total en el 10% de las personas de mayores ingresos y, en el 1% más rico, el 33% de la misma. A mayores, no hay que olvidar los problemas de violencia e inseguridad.

En ese contexto y por poner un ejemplo, ¿es realista pedir a un Estado como el ecuatoriano, a cuyos ingresos el petróleo aporta entre el 25% y el 45% en función del precio del barril, que abandone los combustibles fósiles sin ofrecer a cambio una alternativa productiva o de ingresos? Desde la UE se diría que la iniciativa Global Gateway es la respuesta a esas demandas, pero se trata de un mecanismo complejo y poco claro, excesivamente centrado en las iniciativas público-privadas para intervenir en países donde los grandes requerimientos de inversión son principalmente del sector público, a lo que se suma que el Banco Europeo de Inversiones –brazo financiero del proyecto– tiene una política de crédito woke con muchas restricciones a la hora de financiar infraestructuras.

Ayudará a que los países de América Latina miren más a China la reelección de Trump, que se deciará a perseguir a los inmigrantes de 'los países mexicanos'"

En las últimas semanas, en que una serie de eventos internacionales han obligado a replantearse el lugar en el mundo de América Latina y de sus socios, lo único claro es que China ya ha ganado el primer tiempo del partido y tiene una delantera potente. Así, en la exitosa reunión APEC Perú 24, una agenda claramente económica mostraba las ventajas que los países de la región podrían obtener si colaboraban con China, como quedó patente con la promoción que hicieron del puerto de Chancay en Perú. Ahí se ratificó la posición de Latinoamérica como fuente de materias primas y, desde el punto de vista político, que la hegemonía china insuflaría oxígeno a regímenes autoritarios de cualquier color. Sin duda, ayudará también a que los países de América Latina miren más a China la reelección de Donald Trump, que se dedicará a perseguir a los inmigrantes de los "países mexicanos" y que tiene a Marco Rubio como secretario de Estado, un señor que vive en la guerra fría y ve terroristas en todo lado, menos en Argentina o en El Salvador.

No quería terminar sin referirme a la estocada –que no descabello– dada por el presidente francés Emmanuel Macron al acuerdo UE- Mercosur que obliga, al menos eso espero, a que en la UE se pongan de una vez a pensar en una nueva estrategia de relación con la región. No tiene sentido seguir recurriendo a este tema cuando lleva en la agenda más de 20 años sin dar frutos.

Por último, los resultados de la XXIX Cumbre Iberoamericana de Cuenca, en Ecuador, invitan a una profunda reflexión sobre la estrategia española de aproximación a la región. Si bien es cierto que en este tipo de reuniones importa mucho el papel del país anfitrión –y no cabe duda de que el gobierno de Novoa no tiene muchos amigos–, las cumbres siempre han sido percibidas como una iniciativa española y lo ocurrido en la última, con la total ausencia de los presidentes latinoamericanos, obliga a replantearse un modelo de relaciones con Iberoamérica del que las cumbres son sólo una parte, que ya ha cumplido 30 años y que, a todas luces, se pensó para un mundo que ya no existe.


Francisco Sánchez es director del Instituto Iberoamericano de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer todos los artículos que ha publicado en www.elindependiente.com.