“Te vas en 24 horas”. Lo primero que hago es contactar con Noelia Monge, compañera en Acción contra el Hambre y responsable del equipo de emergencia. Entre una llamada y otra, me dice que no olvide bajo ningún concepto de coger botas de agua altas, guantes de trabajo, mascarillas FFP2 y gel hidroalcohólico. “Cuando llegues, no bebas agua del grifo”.
Noelia lleva tres días trabajando entre lodo y ruinas en la zona cero de la DANA. Licenciada en periodismo y doctora en Geografía e Historia, cuenta con muchos años de experiencia a sus espaldas en emergencias humanitarias: Filipinas, Centroamérica, Siria, Turquía… No hay nadie mejor que ella para ayudarme a decidir qué meter en la maleta y qué dejar fuera. Rápidamente, cojo los bártulos y me planto en el aeropuerto, camino a Valencia.
Tenemos tres horas por delante hasta llegar a Paiporta. La congestión en las carreteras es monumental. Cientos de vehículos se aglomeran en las vías de entrada para acceder a las localidades afectadas. Llevamos el coche y la furgoneta cargados de miles de raciones de comidas calientes que tenemos que entregar, sí o sí, a las dos del mediodía. Son muchas las personas que las están esperando.
Está todo empantanado. El lodo se te mete dentro de las botas. El primer día reconocimos en alguna ocasión el olor de cuerpos sin vida: es inequívoco
Mientras zigzagueamos para llegar a la hora, Noelia me explica cómo vivió los primeros días: “Está todo empantanado. El lodo se te mete dentro de las botas. El primer día reconocimos en alguna ocasión el olor de cuerpos sin vida: es inequívoco”. Carolina Jiménez, economista y compañera de Noelia en el equipo de emergencia de Acción contra el Hambre, cuenta que lo que más le impactó al llegar fue “la magnitud de la catástrofe y la desolación de los valencianos y las valencianas. La imagen que siempre recordaré es la de los coches marcados con una ‘X’, que indica que han encontrado una víctima mortal”.
Llegamos al colegio Ausiàs March, punto que las autoridades nos han indicado para repartir las comidas calientes. En un abrir y cerrar de ojos, se forma una hilera larguísima de personas. Junto con Mapi, profesora de la escuela y ahora voluntaria, distribuimos casi todas las raciones en cuestión de minutos.
Descanso un momento. Mis ojos y mi cuerpo empiezan a procesar dónde estoy y qué es lo que percibo. Empiezo a notar el olor penetrante y el ambiente denso provocados por la combinación de lodo y toneladas de basura. Advierto la entrega y solidaridad de las personas voluntarias, la profesionalidad de los bomberos y las bomberas, del personal de la Unidad Militar de Emergencias… y de mis compañeras.
Salgo a recorrer las calles de Paiporta y me topo con esa mirada que no será la primera vez que vea: una mirada hacia el horizonte, cansada y perdida en una nebulosa. Me impacta ver los garajes que parecen cuevas con una rampa vertiginosa que se pierde en la oscuridad. “De ese parking una persona salió sin vida”, me cuenta un vecino.
Me doy cuenta de que la gente saca el lodo de sus casas casi sin protección, con la cara manchada, sin saber la insalubridad a la pueden estar expuestos. Lo lanzan a la calle o al sistema de alcantarillado, que ya está colapsando junto con las aguas estancadas que pueden provocar la aparición de roedores y mosquitos y, con ellos, enfermedades infecciosas.
Esa misma noche, durante la reunión de coordinación del equipo, mi compañero Pablo Alcalde, responsable de agua, saneamiento e higiene en Acción contra el Hambre, me explica que “aunque el riesgo de salud pública existe, todavía no se han detectado muchos casos de enfermedades. Tenemos que seguir trabajando en la prevención para mantener la situación bajo control”. Me tranquiliza. El equipo decide que es hora de comenzar con actividades de instalación de puntos de lavado de manos y de uso de maquinaria pesada especializada para extraer el lodo de las alcantarillas.
Mientras se planifica la puesta en marcha de estas actividades, empieza un nuevo día. Gracias a una evaluación de necesidades que el equipo hizo nada más aterrizar en la zona cero y a las decenas de llamadas a diferentes autoridades y organizaciones, sabemos que tenemos que llevar productos de higiene y limpieza a Catarroja.
Vicenta y Sergio se acercan a la puerta y se abrazan mientras ven cómo la máquina rompe a trozos el horno
Llegamos con la furgoneta cargada. Lo primero que hace el equipo es revisar la bomba de achique de agua que lleva en funcionamiento desde hace dos días en el Centro Cultural del municipio, cuyo bajo quedó totalmente inundado. El desempeño de la bomba sigue siendo óptimo. Ahora, toca arremangarse y empezar a distribuir detergente, jabón, escobillas y capazos.
En Catarroja conozco a Vicenta, propietaria de una panadería que ha quedado totalmente destruida tras el paso de la DANA. Me explica que este negocio lo regentaba su familia desde hacía tres generaciones y, ahora, no queda nada. Su hijo, Sergio, quien lleva días trabajando junto con su madre, padre y esposa para sacar el lodo del local, se toma el tiempo para hablar conmigo. Sergio me cuenta que tiene llagas en los pies y en las manos. “Los primeros días no había botas. Empezamos a trabajar con lo que teníamos. Por suerte, empezaron a llegar los productos de higiene y las comidas”.
Oímos el sonido de maquinaria pesada. Vicenta mira hacia la dirección desde donde viene ese ruido. Sus ojos se empapan. Sergio me cuenta que la máquina que estamos viendo desde dentro del local está destrozando lo que era el horno de su panadería, y que la familia tuvo que sacar del local para limpiar. Vicenta y Sergio se acercan a la puerta y se abrazan mientras ven cómo la máquina rompe a trozos el horno.
Parte del equipo de emergencia de Acción contra el Hambre se queda en Valencia para seguir dando respuesta a las necesidades de agua, saneamiento e higiene. Tras varios días, a mí me toca marchar, no sin antes recorrer una última vez las calles de Paiporta. Esta es la última imagen que veo: un voluntario, protegido con mascarilla y Equipo de Protección Individual (EPI), toca la gaita, solemne, al lado del barranco del Poyo.
Yo me voy, pero mis compañeros y compañeras de Acción contra el Hambre se quedan en Valencia porque, cuando desaparezca el lodo, las necesidades de las personas afectadas seguirán estando ahí.
Elisa Bernal es especialista en comunicación de emergencias de Acción contra el Hambre
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