A David Sánchez Pérez-Castejón, el hermano lírico de nuestro presidente prosaico, ya lo han llamado como investigado por su trabajo también lírico, etéreo y puramente estético en la Diputación de Badajoz. Yo creo que la Justicia, con su espada de mármol y su balanza de mármol, como una alegoría y una maquinaria de picapedrero, aún se sorprende y sospecha de la inmaterialidad de la música y de los propios músicos, que están sin estar, trabajan sin trabajar y viven sin vivir. A David Sánchez Pérez-Castejón, lírico por maldición, como un hombre lobo condenado a los claros de luna pianísticos; lírico desde su nombre artístico, David Azagra, nombre de torreón moro o de barón de Puccini; al hermano lírico y spinto de Pedro Sánchez, en fin, lo que le pega es vivir en una bohemia sin domicilio, sin ley, sin papeles y sin explicaciones, feliz y agreste sobre la cama de nieve y carbonilla de la música, que eso parecen las partituras. Pero nuestra Justicia no entiende estas sutilezas ni estos sacrificios, sólo ve a un enchufado con bufanda de mármol y butacón de mármol, como la alegoría del enchufado.
Dice la juez en su auto de mármol, sin musicalidad ni alma ni resquicio, que “no se ha podido especificar con detalle en qué concretas actividades ha intervenido” nuestra estrella de pelo tallado a lo Karajan y batuta blanda como una salchicha, “ni por tanto en qué consiste exactamente su trabajo”. La juez demuestra así que no sabe qué es un artista, sobre todo un artista puramente lírico, alegórico, flamígero y sanchista (el sanchismo ya va siendo un arte, impresionante y terrible como el teatro japonés). A mí me parece que el pobre David Azagra es reo de puro lirismo, como si fuera el Mario Cavaradossi de Tosca. Y es que hay que ser muy lírico y a la vez muy salvaje, lírico y salvaje como un fauno, para dejar San Petersburgo y venirse a Badajoz a hacer música con flautas de Pan o a hacer pedagogía del silencio y de la ausencia, que es hacer pedagogía de la música por contraposición, justo lo que parecía hacer él en su trabajo o su no trabajo.
El hermano de Sánchez es lírico como todo músico sin talento, con el esmoquin como un ataúd prestado y una tristeza de vals triste siempre en el ojal y en la batuta, esa batuta como un mondadientes del director sin talento. Es lírico por dirigir sólo orquestas de ángeles invisibles y pobres semióperas pacenses, que no son como las semióperas de Purcell sino simplemente óperas a medio vestir, a medio dirigir, a medio ver y a medio cantar, por ahí por esa medio Viena que debe de ser el Badajoz operístico subvencionado o quizá inexistente. Es lírico porque además de la ópera o semiópera pacense, escasa, escolar e indigente, había por ahí un puesto no ya de profesor o director de un conservatorio sino de fantasma del conservatorio, que uno se lo imagina paseando por allí sólo en espíritu pero llenando totalmente el lugar, como debe de hacer el fantasma de Chaikovski por su conservatorio moscovita. El hermano lírico de Sánchez es lírico como un duelista o como un ladrón, como una barquita o como un candelabro; creo que está condenado irremediablemente al lirismo, ese terrible puñal, y eso a lo mejor ya es castigo suficiente.
A mí me parece más lírico por enchufado que por músico con mitones de pelusa o con fantasías de espejito, como las fantasías de espejito que uno se imagina en Sánchez
David Sánchez, en realidad, a mí me parece más lírico por enchufado que por músico con mitones de pelusa o con fantasías de espejito, como las fantasías de espejito que uno se imagina en Sánchez. El enchufado quizá es más lírico que nadie, es como el poeta del currelar, el artista del escaqueo, el escultor de las horas perdidas, el pintor del pastar, el violinista en el despachito como el violinista en el tejado. Pero, más que nada, David Sánchez, que sin nombre artístico sólo parece un futbolista, es lírico sobre todo como epítome del sanchismo. O sea, es lírico igual que es lírica Begoña Gómez, como una pastorcilla de égloga que define toda una época de la política igual que una época de la poesía. David Sánchez y Begoña Gómez son como la pareja de pastorcillos de aparador que definen el sanchismo como definen a ese hortera que tiene pastorcillos en el aparador.
Lírico por músico malo, lírico por enchufado, lírico por hermanísimo, como en un crudo lirismo bíblico; lírico por ser ese sanchismo de Lladró que llena de mediocres con peana y de horteras con lazo todos los muebles de la casa, lírico porque los familiares del presidente parece que viven de las musas del Estado como de putas lánguidas y enfermizas… Pero el hermano lírico de Sánchez se va a encontrar con una juez a la que uno ve, de momento, poca sensibilidad con la musicalidad y la levedad de estas gracias. Y hay más gente investigada haciéndole el coro lírico, pastoril o egipciaco al hermano o al propio Sánchez, que ahora está como contrapuntístico de escándalos, de corrupción y de soplones dando el do de pecho. Sí, yo creo que Sánchez al final no es tan prosaico, es el más lírico de todos, lírico como un pirata o un cementerio. Y ahora parece que está a punto de cantar el Adiós a la vida de Tosca, o ya lo está cantando, o ya está muerto, que en la ópera y en la política eso nunca se sabe.
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