Deberían los periodistas ponerse estos días en la piel del ciudadano medio que enciende el televisor y observa el espectáculo. Pensará: “¿De qué va todo esto?”, mientras intenta sacar algo en claro del discurso yermo de personajes como Gonzalo Miró, que aparecen por aquí y por allá, figuran, braman y exhiben una extraordinaria capacidad para errar el tiro y despistar mientras desafían la verdadera hazaña de San Clemente, que en realidad no fue la bondad, sino el don de la bilocación.
Sucede todo eso en los platós -circo enano y cutre-, pero también en algunos diarios de papel y digitales, los cuales editan empresas que luchan estos días por mantener su negocio a flote mientras despotrican contra los influencers porque -consideran- intoxican a la sociedad, al contrario que ellos, que la enriquecen con Miró y otros herederos de Cicerón y Pericles. En mitad de este ambiente de luz y letra clara, hubo un día, el pasado marzo, que alguien del Gobierno filtró a la prensa afín unos correos electrónicos que estaban relacionados con la causa judicial del novio de Isabel Díaz Ayuso por presunto fraude fiscal.
Un rato antes de que estos medios lo publicaran, Juan Lobato -otrora líder de los socialistas madrileños- recibió esos documentos en su teléfono móvil. Se los remitió Pilar Sánchez Acera, la entonces directora de Gabinete de Óscar López. ¿De dónde procedían estos documentos? Todas las sospechas apuntan a la Fiscalía. De hecho, la investigación judicial al respecto fue lo que motivó a Lobato -técnico de Hacienda, ni chicha ni limoná en general- a registrar ante notario la citada conversación de Whatsapp... para curarse en salud.
Se puede extraer de aquí una lección que resulta tan reveladora como cruel; y que tiene que ver con el papel que juegan los medios de comunicación en estas guerras, que son sucias y hieden a venganza y a cobardía. Es el de transmisores del virus o golpeadores por encargo. Luca Brassi o Clemenza. Porque lo que ha sucedido en este caso es que Moncloa quiso desviar la atención sobre sus propias corruptelas apuntando a las que le afectan al otro, de modo que utilizó a la prensa para efectuar el disparo.
La ley y la trampa
Lo hizo a sabiendas de que los periodistas están amparados por el secreto profesional, derecho constitucional que les faculta para ocultar sus fuentes en caso de que un juez quiera indagar al respecto. Eso otorga un gran margen de maniobra a quienes quieren intoxicar sin dar la cara, o sea, a los cobardes y a los conspiradores, de los que se nutre la prensa en buena parte en estos tiempos, lo que le convierte muchas veces en un mero contenedor de filtraciones interesadas. Esto sitúa a todo el sector en una posición similar a la de un espectáculo de guiñoles en el que los gobiernos y las empresas -y díganme si hay alguno más inocente que otro- introducen la mano en el trasero de los periodistas y mueven los dedos para que abran y cierren la boca cuando sea menester, mientras emiten sonidos sobre lo que quieren que digan.
Tampoco estoy descubriendo la pólvora. Esto es muy viejo y el sistema está bien engrasado. Existen unos medios más centrados que otros y los más escorados suelen generar menos confianza en las fuentes más nobles, así que son utilizados más a menudo por los indeseables. Iván Redondo estaba obsesionado, allá por 2019, porque alguna cabecera digital progresista aceptara ser más combativa para ser más útil en estos casos. Se lo ofreció a dos o tres directores. Al final, se ha visto que recurren a El Plural para estos casos. El de Angélica Rubio. El de los dos DNIs del juez Peinado. Se indigna la derecha con estas cosas, pero a la vez nutre a sus propios contenedores de material sensible. Así que, al final, casi nunca queda nada por salir. Y, en caso de que nadie acepte, se monta uno nuevo, como hizo el comisario o aquel empresario andaluz que se ha vuelto majara y ahora es fuente de Ferraz.
A todo esto se le podría definir como una 'maniobra de aprovechamiento'. De los garbanzos del día anterior y un poco de pimentón picante sale la 'ropa vieja', del mismo modo que de las sobras de la prensa, malherida, surge un ecosistema mediático que administra miseria y en el que hay un buen ramillete de medios que han renunciado definitivamente a la información y a la investigación para convertirse en espacios gratuitos para la filtración.
Son aburridos en el día a día, pero perfectos cuando conviene amortiguar el golpe del 'caso Koldo' con otro escándalo; o quitar hierro a lo de Begoña Gómez con una trola de la mujer de Alberto Núñez Feijóo. Sucede igualmente viceversa, que nadie piense lo contrario. Y los que fabrican estos scoop radiactivos lo tienen muy fácil: saben que en el momento en que el medio amigo se rebele, morirá, dado que dejará de recibir determinados ingresos, fundamentales.
Gente con mucho cuajo
Lo peor es que, como incluso los grandes grupos mediáticos están tocados y, en algunos casos, casi hundidos, el fenómeno se ha vuelto bastante común, hasta el punto que cuesta encontrar un medio que no abunde en semblanzas excesivas o en intoxicaciones atroces. Algunos de ellos, los buenos, los legacy, los pro-gubernamentales, los que tienen más cuajo, lamentan estos días que una parte del público haya desconectado de sus canales -tres capas de canales- o dejado de leer sus páginas; y que se haya entregado a los influencers, que son nocivos. Chatarreros del miserio o putinejos sin mucha vergüenza.
Surge en estos casos siempre la misma pregunta: ¿acaso no hay espejos en sus reacciones? Porque el cáncer empieza allí. Si no fuera por el uso espurio que hacen algunos de sus confidentes del secreto profesional del que disponen, muchos no valdrían ni la mitad de la mitad de la mitad de un influencer de esos.
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