Ayuso ha vuelto a aparecer. Después de una carrera solidaria en coletas (sigue corriendo como en el colegio, entre el rubor de la niña, el rubor de la manzana del almuerzo y el rubor del primer novio) se ha plantado ante Susanna Griso y ha llamado “cobarde” a Pedro Sánchez y “jetas” y “norcoreanos” a ese PSOE lleno de panderetas con flecos, siervos con flabelo y monjas del fundraising. Ayuso venía fresca de sangre, con ojos inmensos de Caperucita loba después de haberse comido también a Lobato, como se come a todos. Yo estoy por decir que sólo van a quedar ella y Sánchez, los dos inmortales, aunque la killer de la derecha, la colegiala asesina, la novia de Chaplin con cabello o pestañas de Medusa, no tiene ni que usar las cloacas del Estado. Simplemente, se estrellan contra ella como contra una roca con sirena. Quisieron tumbarla a través de su novio aguililla, hortera de acelerón y negociete, y la cosa ha terminado con el fiscal general imputado, Lobato en un convento y la Moncloa en el punto de mira judicial. Es lo que pasa, que mientras que Ayuso sale hermosa de sangre, como una vampiresa, de Feijóo sólo hablamos si se quita o se pone las gafas.
Ayuso mata como el frío o como los espejos, y eso no significa que sea mejor o peor gobernante, sino que mata como nadie, algo nada insignificante en política. Mata incluso mejor que Sánchez, que necesita mil mosqueteros, esos fiscales con capa, espuela y espadín; esos esbirros por las instituciones y por los gabinetes sucesivos y acaracolados de la Moncloa. Eso, más todas las cañoneras del Estado, y aun así últimamente todo le estalla en la cara, como al Coyote. Ayuso mata y también encara como nadie, vistiendo de limpio al sanchismo con cuatro adjetivos de cocinera y llamando al presidente “cobarde” como una maja o como una jotera, citando con el mentón y con el anca. Ayuso tiene el descaro y la naturalidad de las comadres y de las niñas perversas, por eso cada entrevista suya es una mina que le proporciona enemigos, votantes y enamorados que le sirven para lo mismo, para agrandar la leyenda.
Ayuso acusaba a Sánchez de usar todo el Estado contra ella desde el cabreo vanidoso de su colchón, igual que un señorito con gota. La diferencia con la conspiración de Sánchez, que ya abarca a medio mundo, desde jueces a ninjas o a toreros, es que lo que cuenta Ayuso es sólo lo que vamos descubriendo a través de la cadena de acontecimientos, desengaños y wasaps. Lo asombroso es que los socialistas no se preocupan por desmentirlo, más bien insisten en que la carta de Hacienda al novio, o la defensa de Ayuso de ese churri suyo que está entre el macarreo, el negocio resbaladizo y el golf con barriguita, son más graves que tener a fiscales, empleados de la Moncloa y funcionarios públicos con órdenes de cometer o colaborar en delitos para perjudicar a rivales políticos. El sanchismo está ciego con el relato, cuando los jueces evidentemente no van a atender a los relatos. O es que está ciegos sin más, después de pasar todo el fin de semana en ese congreso como en un casino sin ventanas.
Ayuso sólo te despieza el sanchismo con un lenguaje de hachazos, de ojos y de manos que parece natural. Y no te lo despacha con referencias ideológicas genéricas, sino que si te dice que los del PSOE son unos “jetas” te lo explica
Ayuso no tiene que inventarse conceptos, palabros raros ni estribillos con sonsonete (quitando lo de la “libertad”, que suele ser una palabra muy barata, igual que “valores”). Ayuso sólo te despieza el sanchismo con un lenguaje de hachazos, de ojos y de manos que parece natural como el de un carnicero que habla contigo mientras te despieza el animal. Y no te lo despacha con referencias ideológicas genéricas, sino que si te dice que los del PSOE son unos “jetas” te lo explica: acusan de lo mismo que hacen ellos más y mejor, y juegan a “empatar” los escándalos como un equipo de tuercebotas. Eso sí que me parece a mí transversalidad y capacidad de comunicación política, porque no requiere que al otro lado haya creyentes, sino sólo oyentes.
Ayuso, además de con el verbo, los hechos y la escoba, también se defendía con los ojos, que a mí es algo que me llama mucho la atención. Sí, es verdad que, como suelo decir yo, todos los poetas se encharcan en los ojos, pero en este caso la lucha de miradas entre Sánchez y Ayuso es paradigmática. Quiero decir que los ojos de Sánchez son de cera dura y los de Ayuso son como de agua de aguamanil, y les ganan. Esto seguramente sólo significa que Ayuso actúa mejor que Sánchez, ese actor de culebrón que sólo es guapo. O es que Sánchez ya ni se preocupa por actuar, por engañar, sólo confía en la fuerza, algo verdaderamente inquietante. Siendo mejor actriz y mejor asesina, diría que Ayuso tiene todas las de ganar. O quizá no.
Ayuso volvió, porque la chica de ayer siempre vuelve o porque ahora a Feijóo le parten las gafas cada vez que sale al recreo y MAR sigue teniendo grandes planes para su colegiala asesina, para su niña perversa e irresistible. Ayuso en realidad tendría que darle las gracias a Sánchez, que la está haciendo inmortal con su sangre negra de guapo de cera. Nada ha funcionado contra ella, ni ponerla de loca, con los ojos de canica de las muñecas siniestras, ni de asesina de ancianos, como una bruja de casita de chocolate; ni hacer chistes con la libertad del botellín o del botellón, ni sacarle mascarillas al hermano o Maseratis al novio aguililla, con gafas de sol en el cogote y Hacienda en la chepa. Lo del hermano se quedó en una lona, como la promoción de un rapero, y con lo del novio sólo se puede acusar a Ayuso de que le gusten más los macarras que los gafapastas. Mientras, Koldo, Ábalos y Begoña están ante el juez, más los que vengan. Y, a pesar de todo, lo peor de Ayuso es que Sánchez la prefiere como rival. Sánchez también tendría que darle las gracias si acaso ella le concede la última oportunidad, el último relato, el de enfrentarse con la bruja o con el lobo del cuento justo cuando el cuento ya se acababa.
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