Se levantó Mariano Rajoy un día de la siesta, miró hacia la ventana y vio la luz melosa del atardecer, que se colaba por las rendijas de la persiana y pintaba su cara de color dorado. “No podrás echar una cabezada después de comer si vas a Madrid a hacer política”, le habían advertido, pero Mariano demostró que no era verdad. Hubo que hacer algunos ajustes para conseguirlo. Medidas impopulares, pero efectivas. Frases que impactaron, pero que fueron buenas para la causa, como aquella que decía que “los liberales y los conservadores se pueden ir a sus partidos si quieren”, lo cual sucedió en 2008, antes de llegar a Moncloa, en plena crisis y con ciento y pico mensajes diarios que le pedían reaccionar. Molestos todos. E innecesarios. Pero Rajoy era astuto y consiguió que los ruidosos se marcharan poco a poco de Génova 13.
El marianismo no perseguía la perfección. Mucho menos a la agitación, entendida como acción que sobresalta. Eso es siempre inoportuno. Que el movimiento se demuestra andando lo dirá usted. Cualquier ciudadano con dos dedos de frente aspiraría a marchar a la cama después de cenar y a conciliar el sueño pronto, sin necesidad de urdir estrategias o leer papeles con la cabeza en la almohada. Sólo se vive una vez y las inercias de la existencia son tan fuertes que no merece mucho la pena esforzarse por cambiarlas. Es de una lógica aplastante: la palabra de una persona nunca resonará más que la de cien o cien mil; ni el amanecer o el ocaso llegarán antes o después aunque me esfuerce por ello. ¿Para qué, pues, sufrir? Debatan ustedes mi cese como presidente si les viene en gana, que yo tengo hambre y no me voy a quedar aquí, haciendo el paripé.
Los socialistas no opinan lo mismo. Para ellos, la política requiere acción y emoción. Energía, sensacionalismo, dolor y gloria. Caradura cuando toca e intoxicación si es necesario. Así que todavía celebran congresos y se atreven a proponer, debatir y concluir. Cantan La internacional porque no les avergüenza, le quitan la 'Q+' al acrónimo LGTBI sin miedo, porque se quieren diferenciar de sus socios de Gobierno para intentar ganar terreno demoscópico; y proponen construir tropecientas viviendas desde el Estado porque, aunque no lo vayan a hacer, así lo quieren sus votantes.
Incluso invitan al Padre Ángel -rey del canapé, en su más amplia acepción- y le sitúan detrás de Pedro y de Begoña, a lo confesor jesuita, para demostrar que incluso los católicos pueden ser obreros -si toca- y apoyar a los socialistas, en continuación con la doctrina de Fidel, que incluso permitía que se rezara en La Habana si eso no tocaba las narices a nadie. Es curioso porque es la misma actitud del PSOE con la derecha. Digamos que la consiente, pero siempre que le venga bien. Si chifla, la llaman ultra.
ZP y Montero
El PSOE lo tiene claro: manda y quiere mandar más. Por eso exhibió fuerza en su Congreso y sacó a la palestra a Rodríguez Zapatero y a María Jesús Montero para despotricar contra las mentiras de la derecha, los bulos, el fango y todos aquellos que opinan que el Estado es débil. Falsa es esa afirmación. El Estado es fuerte. El PSOE es el Estado y el Estado lo es gracias al PSOE. Fíjense si es así que el Estado incluso fue capaz de vencer a la razón, la ética y a la decencia para exonerar a Griñán y a Chaves, a quienes se presentó como héroes este fin de semana. Sin rubor y sin nada que ocultar. Los socialistas conforman una fuerza de Gobierno. La única que aspira al poder -entendido así- en España.
No puede decirse lo mismo del PP, donde ni siquiera proponen con energía y convicción los debates que necesita España para abandonar la dinámica populista en la que ha vivido durante la última década. Al cual, por cierto, ha sido arrastrada por fuerzas como UGT, a cuyo cónclave acudió Núñez Feijóo encantado hace unos días. Apeló a los presentes a colaborar. A quienes le llaman ultra en campaña. Las ultraderechas, dicen. El PP de los negreros. No somos enemigos, dijo.
Unas semanas atrás, sus diputados preguntaban por los pufos de los sindicatos en RTVE, que perjudican a opositores, pagamos todos y benefician a auténticos sinvergüenzas. Llegado el momento, ahí está el líder de la derecha, al que odian. Al que identifican con los rentistas más ambiciosos, con la CEOE, a la que han hecho una pinza descarada en las negociaciones colectivas desde 2018. Pero eso no es importante. La derecha marianista tiene un concepto un tanto singular sobre sus contendientes. Un curioso síndrome de Estocolmo: si me pegan un mes seguido, pero al día 31 me acarician sin asco, puedo decir que esto último es un logro relevante. Lo comento en la máquina de café. Hoy no me han llamado nada malo. 1 a 0.
Por eso -parece ser- hay quien piensa por allí que no conviene mosquear ni proponer giros de guión para España. Políticas propias de los liberales, a los que Rajoy animó a que se fueran del partido. Las que defienden bajadas de impuestos para empresas y autónomos, la reducción del tamaño del Estado y el incremento del peso de lo privado en lo público para hacerlo más eficiente; la auditoría de la Administración (¿alguien todavía escucha al Tribunal de Cuentas?), la despolitización e incluso venta de los paquidermos públicos que destruyen la competencia en algunos sectores; el abaratamiento del despido ante la evidencia de que el desempleo juvenil es elevado y los salarios están estancados desde 2008 como consecuencia de la total ineficiencia del mercado laboral español... Lo propio de quien aspira a cambiar algo. A mejorarlo si es posible. O a intentarlo.
Pero parece ser que hay quien piensa en el PP que el silencio es mucho más cómodo que defender todo aquello con lo que la izquierda puede disentir. La batalla política -que no ideológica- lleva su tiempo y a veces genera enemistades y sinsabores. Y oponerse al proteccionismo para predicar libertad suele costar, dado que hay una buena parte de los ciudadanos -infantilizada- que todavía cree que el Estado puede resolver sus problemas y pagar sus facturas, cosa errónea y cara... y garantía de ruina.
Todo eso requiere un esfuerzo. Moverse del sitio, ser valiente y jugársela. Asumir que la oposición no es el período que transcurre desde que pierdes unas elecciones hasta que, por arte de magia, los astros te llevan a la presidencia, mientras Mercurio retrógrado se retira y deja paso a Acuario, al verano azul y el Gobierno del padre sobre el hijo derrochador y los verdaderos ultras, cada vez más zumbados, hasta el punto de defender el franquismo en el Congreso y proponer políticas proteccionistas que lindan con el fascismo más repugnante, perezoso y equivocado.
Se trata de transmitir a los españoles que más allá de la izquierda hay una alternativa seria... cosa que ahora el PP no hace. Ha renunciado a ello. O lo hace sin energía, acomplejado. Temeroso de Pedro y de Dios, que, por lo visto, son lo mismo. No así el de la bufanda roja, claro está.
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1 Comentarios
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hace 36 minutos
«»»»»Energía, sensacionalismo, dolor y gloria»»»»»»
Señor Arranz, esta es la última vez que le leo; de tanto querer parecer original termina usted por decir unas enormidades, que ni son ciertas ni inciertas: son nada.