En Madrid van a hacer nada menos que tres actos diferentes el día de la Constitución. Supone uno que sobre la misma Constitución, que creo que todavía Sánchez no se ha hecho la suya propia, con él en la portada entoallado de bandera, como un Hércules de estanco, ni la ha raptado como un maniquí de pervertido. Supone uno también que los actos serán para honrarla y reivindicarla, y no para zaherirla, maltratarla y quemarle un par de hojas como bucles de doncella prisionera. Con la Constitución pasa como con el Quijote, que preside discursos, rotondas, hosterías y días de algún calendario gregoriano que nadie mira mucho, pero en realidad no la conocen ni la entienden. El que no se cree que es un diario que dejó Franco como una monja adolescente, se cree que es la Biblia abierta y encendida en piedra como una catedral. Desde su particular tarima, desde su particular señorita que hará de Constitución como la que hace de alegoría de la vendimia en cada pueblo, el PSOE dirá que el PP la incumple y sólo la utiliza para el odio, y el PP podría decir exactamente lo mismo.
Ayuso, Almeida y el delegado del Gobierno en Madrid, que nadie se acuerda de quién es, harán cada uno su espectáculo a lo Puy de Fou, la democracia con justas y corceles y caballeros. Hace mucho que aquí perdimos los consensos más básicos sobre la vida pública y la democracia, por eso cada uno encarga su Constitución como su tarta o como su cachiporra, y la usa para el tartazo o el cachiporrazo. La Constitución se ha quedado de alguna manera vacía, porque contiene reglas comunes y consensuadas cuando ya nadie considera que deba de haber algo común y consensuado, sino sólo victorias de multitudes o de héroes sobre las cabezas cortadas del otro, para tomar el Estado como botín sucia y virilmente. O sea que ya sólo tenemos esa carpetilla, esa funda, esas pastas, con grandes números o letras de turrón pretencioso, y dentro sólo un gurruño mojado, como si hubiéramos metido la Constitución en café con leche, esa café con leche que era el color del primer librito de la Constitución que vi yo.
Desde cada podio o cada estafeta, yo me imagino como cargando una gran ballesta antigua con esa Constitución de bronce, toda tapas y bisagras, para luego lanzarla al otro podio o la otra estafeta del otro partido, donde podría aplastar a Sánchez como al Coyote o a Ayuso como una calcomanía de Minnie Mouse. La Constitución la usan para una cosa y para la contraria, como un predicador con pistola, y eso quizá es un poder que tienen los libros sagrados o ambiguos. Si lo hacen, es porque cuentan con que nadie va a abrir ese librito con candado de tumba de doña Urraca para ver, qué sé yo, que a nuestro Evangelio de mármol se lo olvidó especificar qué pasa cuando no hay acuerdo para renovar el CGPJ, o cuando el fiscal general, jefe de todos los fiscales dispuestos en escalinata con sus joyones, como el cuerpo de baile de pretendientes de Marilyn / Sánchez, resulta imputado y lo tiene que acusar, claro, la Fiscalía…
No es que todos ignoren o mancillen igual a la Constitución, que a Sánchez sólo le falta que Irene Lozano le escriba la suya, porque de la de verdad ya no queda una página sin quemar o morder
Más nos valdría abrir esas tapas que abren tantas cabezas y mirar dentro, que ahí no es que esté una salvación ni una herencia, simplemente está lo que permite que vivamos con diferentes ideologías y hasta morales, y que haya derechos que ni siquiera las mayorías puedan anular. La Constitución no es tan pétrea ni tan enciclopédica, sólo parece el prospecto de la democracia o sus reglas del parchís. Por eso es ambigua y se ha dejado por ahí como agujeros o misterios para que sigamos completando la democracia. Lo que ocurre es que algunos han olvidado qué es la democracia. La Constitución artículo a artículo es como la Biblia versículo a versículo, puede uno encontrar resquicio para justificar casi cualquier cosa. A veces el consenso consiste precisamente en una ambigüedad, para salvar algo más importante en su corpus o para que se las apañen las siguientes generaciones. Una ambigüedad aprovechó Alfonso Guerra para que los partidos se metieran bajo las tentadoras faldas de costurera de los jueces, porque con la Constitución en la mano (la de papel, no la de hierro) tan constitucional es el truco de Guerra como la opción de que a los jueces del CGPJ los elijan los jueces. Tiene hasta más sentido, porque la separación de poderes no viene ni de Suárez ni por supuesto de Franco, sino de cuanto todavía la gente pensaba con peluca y se inventaba la democracia.
Hay profetas de artículo como profetas de versículo infernal, hay profetas del Estado morrocotudo que creen que ese librito es una lámpara mágica y hay profetas de la Revolución que creen que es una cárcel burguesa, cuando es lo único que nos permite ser libres, más incluso que abrir bares con sonido de metralleta ideológica. Nuestra Constitución tiene agujeros u olvidos, qué sé yo, aclarar por ejemplo que el derecho a la vivienda no significa que el Estado te ponga un pisito como si fueras la Jesi de Ábalos (claro que eso quizá es como esas advertencias que aclaran que no te comas el envoltorio de plástico o de corcho de la comida). Pero además tiene espíritu, y es lo que hay mirar, sobre todo cuando nadie mira ya dentro de los libros ni las palabras.
Todo en la política es una guerra y tiene que haber guerra también en el Día de la Constitución, que es otro día más con tarimita y argumentario (ése que ya reparten a los plumillas, para ahorrarles tiempo y dudas). La Constitución hay que mirarla con más perspectiva, para darse cuenta, por ejemplo, de que no hay resquicio que justifique que el imperio de la ley se quiebre por una votación entre particulares que se autoamnistían. O que el Gobierno use todo el Estado, sin límites, como una Armada Invencible, contra partidos o particulares. O que se instaure una especie de Ministerio de la Verdad, cuando a los políticos nunca les ha importado la verdad. O que se considere lawfare que se investiguen los negocios etéreos de Begoña Gómez o la música etérea del hermano del presidente, al que pagaban no sé si por cantar el Funiculì, funiculà.
Habrá tres actos como tres metas volantes por ese Madrid de día de fiesta o de final de vuelta ciclista. No es que todos ignoren o mancillen igual a la Constitución, que a Sánchez sólo le falta que Irene Lozano le escriba la suya, porque de la de verdad ya no queda una página sin quemar o morder. Pero no presten mucha atención a las invocaciones y a las palomas que salen de las bocas y los tragabolas este día. Mejor cojan ese frágil librito, ábranlo y miren lo que intentan justificar con él.
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