Pepe Álvarez, líder de UGT, sindicalista vertical o cervical, con escayola de bufanda como un poeta de fritura o de rotonda, se ha ido a Waterloo a ver a Puigdemont, al que hay que cuidar y camelarse como a una novia de la mili, entre un tren y otro tren y entre un resfriado y otro resfriado. Pepe Álvarez, con homenaje de moquita (el frío de los enamorados es como el diamante de fidelidad que llevan en la nariz) o con homenaje de mostachón de Utrera (esa hambre de la mili que parecen tener y transmitir los sindicalistas), dicen que ha ido a negociar con Puigdemont la reducción de la jornada laboral, aunque no sabemos del todo en nombre de quién. Estos sindicatos de clase hace mucho que no representan a los trabajadores, sino a su partido, ni tampoco a ninguna clase, salvo la propia clase de los sindicalistas, que son como la aristocracia del tajo, con diván y arpa al lado de la fresadora. Así que Álvarez, con su cestillo de propuestas como de dulce de membrillo, sólo puede representar a Sánchez. Es como si hubiera ido Sánchez disfrazado de la mora Azofaifa con mucho velo y pestañeo, que no sé por qué a Sánchez le dan aún como vergüenza estas negociaciones y estos amoríos.

Pepe Álvarez, que con la paz social puede dejar a sus trabajadores, muy satisfechos del paraíso sanchista, para llevar a Puigdemont anillos, tartas y vacadas de novia rural

Sánchez depende de quien depende y besa los grandes pies de hermanastra de cuento a quien se los besa, ya lo sabemos. Pero se empeña en disimular y manda a cualquier otro a coger el tren de los enamorados y las pulmonías de los enamorados, mientras Puigdemont recibe como entre visones y bañeras de patas. Antes, por ejemplo, iba Santos Cerdán, con su cosa de tratante de ganado aterido de trashumancia y oloroso de quesos, que le ponía a la cosa interés y romanticismo prácticos de dineros y tierras, como un granjero que busca novia. Pero Santos Cerdán ya empieza a chamuscarse un poco en la pira de Aldama, donde van cayendo todos igual que en el infierno indiscriminado de los pistoleros del Oeste. Mientras, ya va yendo a Waterloo Pepe Álvarez, que con la paz social puede dejar a sus trabajadores, muy satisfechos del paraíso sanchista, para llevar a Puigdemont anillos, tartas y vacadas de novia rural.

Pepe Álvarez se fue a Waterloo a ver a Puigdemont y hasta se quitó la bufanda, que no es ya como quitarse el sombrero sino como quitarse el corsé. Pepe Álvarez con canalillo a mí me parece la rendición total del sanchismo, o el truco final del sanchismo, que puede que intente ganar tiempo ante Puigdemont enseñándole carne de sindicalista como carne de cupletera. A Puigdemont le importa poco ahora la jornada laboral, igual que el arpa partidista con la que los sindicalistas han sustituido la armónica obrera, el blues del paro y el botellín. A Puigdemont le interesan la pela y la republiqueta, así que algo de eso tendrá que llevar Álvarez o no hubiera atravesado Europa despechugado como Lorenzo Lamas, con los Pirineos en el bigote y el martillito sindical metido en manteca solidificada. Yo creo que Sánchez no le manda a Puigdemont una oferta sino un acercamiento o una sumisión simbólicos, y nada puede representar esto mejor que el acercamiento y la sumisión del sindicalismo a los intereses y la agenda partidistas. Mandarle a Pepe Álvarez es como mandarle a una geisha con camisa de franela.

Sánchez creo que se da por satisfecho mandando emisarios a Puigdemont, que parece devolverlos con la cabeza cortada y envuelta en su propio turbante. Igual que a Puigdemont no le importa ahora la jornada laboral, a Sánchez tampoco le importa mucho Puigdemont cuando se le están apareciendo jueces como cuervos de Poe. Sánchez intenta mantener la ficción del diálogo e incluso el ritual de la sumisión, mandando a esos socialistas disfrazados de dependiente de zapatería (Santos Cerdán tenía algo de eso delante de Puigdemont, probándole los zapatones de hermanastra de cuento), o mandando a estos sindicalistas disfrazados de jubilado con los bolsillos llenos de caramelos de café con leche. O es que quizá Sánchez empieza a quedarse sin personal y ha tenido que mandar a Pepe Álvarez como lo único que tiene ya, allá en el fondo del armario, con las bufandas despeluchadas, las zapatillas calentitas y las gorras de cuadros de los regalos navideños.

Pepe Álvarez, sindicalista de pancarta atornillada por el PSOE y de falso o incongruente obrerismo dandi, como un albañil con fular, se ha ido a Waterloo a ver a Puigdemont, o a convencer a Puigdemont, o sólo a fingir ante Puigdemont en nombre de Sánchez. Sánchez ahora sólo finge, finge seguir haciendo política, o compraventa, o lo que él haga. Finge hasta con Puigdemont y ya no sabe qué mandarle o con qué distraerlo, hasta que cae en mandar a un sindicalista misionero que parezca un cura celestino. Sánchez ya sólo finge, mientras sólo piensa en si los jueces irán a por él un día, como la Santa Compaña, para darle un final como de don Giovanni, de seductor disoluto arrastrado al infierno por sombras vengadoras.

Quizá no es que a Sánchez le dé pudor ir hasta Waterloo a besar él mismo esos pies peludos de novia antigua, rural y con dote de Puigdemont, o que no tenga a nadie más para hacerle de Cyrano o de Leporello con los amoríos de sus socios. Quizá Sánchez sólo aguanta o espera tiritando en posición fetal, sin saber muy bien qué hace el resto del tiempo. Lo mismo podría haber mandado a Begoña a Waterloo que haber mandado a Pepe Álvarez a dirigir una cátedra sobre el pico y la pala. Sánchez ya sabe que no caerá precisamente por Puigdemont y Puigdemont empieza a darse cuenta de que no se salvará por Sánchez. Lo demás es distracción, sollozo, agonía y pelusa.