Al aterrizar en París desde Barcelona, regresando del recién concluido y sorprendente Foro de la UNESCO contra el Racismo y la Discriminación, la realidad me recordó abruptamente que el camino por delante es largo y empinado. Mientras pasaba rápidamente por la aduana, un compañero de viaje con quien había estado hablando sobre el Foro se demoró más. El motivo fue la cantidad de preguntas que le hicieron en el acceso. ¿Y saben qué? Él era negro y yo blanca.
A pesar de los avances globales en derechos humanos y las numerosas leyes progresistas aprobadas a lo largo de los años, el racismo y la discriminación siguen profundamente arraigados en las sociedades de todo el mundo, en contra de nuestros ideales de igualdad, justicia y dignidad humana. Es algo que continúa manifestándose de muchas maneras diferentes, siempre dañinas, y de forma sistémica. Y es lo que ha detectado la primera Perspectiva Mundial sobre el Racismo y la Discriminación de la UNESCO: el alarmante alcance de las desigualdades raciales y sociales en todo el mundo. Cifras que no son meros números, sino que reflejan vidas reales que se ven afectadas por la exclusión, el abuso verbal y, en algunos casos, la violencia física.
Una de cada cinco personas en el mundo afirma haber experimentado algún tipo de discriminación ya sea por motivos de raza, género, discapacidad, edad u otras características. En el 38% de los casos se produce por el color o la raza; en el 33% por el sexo o las preferencias de género; y en el 20% de los casos por tener un origen étnico. Si se dan simultáneamente varias de estas características, lo que ocurre en una quinta parte de los casos, se magnifican los daños a los que deben enfrentarse muchas personas o grupos de marginados. Un ejemplo sería una mujer que, además, es negra, o discapacitada, o emigrante.
Reconocer las complejidades de la identidad y cómo la raza, el género y otros factores se combinan para dar forma a las experiencias que viven ciertos individuos o grupos se vuelve imprescindible para poder encontrar soluciones adecuadas. Igualmente importante es reconocer que, las mismas instituciones que supuestamente salvaguardan la igualdad y la justicia, a menudo perpetúan sesgos socioeconómicos sistémicos y arraigados. En el 27% de los casos las escuelas, los lugares de trabajo y las fuerzas del orden, entre otros, están implicados en la discriminación.
Por otra parte, a medida que el mundo digital y el analógico continúan entrelazados es importante reconocer y abordar el papel de las redes sociales y las plataformas digitales a la hora de permitir o incluso alimentar el discurso de odio y la desinformación. De hecho, los algoritmos pueden reflejar y amplificar los prejuicios, haciendo del espacio digital un campo de batalla. Para garantizar que la tecnología no sea una herramienta para perpetuar la discriminación sino una fuerza para la inclusión, la Recomendación de la UNESCO pide el desarrollo, despliegue y uso de la IA para defender los derechos humanos, la dignidad humana y las libertades fundamentales, por el bien de todos. Debemos ser conscientes de que el progreso puede ser efímero y frágil y que retroceder siempre es una posibilidad.
Las sociedades tienden a responder al racismo única o principalmente después de casos importantes, con medidas que son temporales e insuficientes para un cambio a largo plazo. Este enfoque reactivo deja a los sistemas vulnerables a la regresión, socavando los logros obtenidos con tanto esfuerzo por las comunidades marginadas. Por lo tanto, el compromiso proactivo y sistémico, que prioriza la justicia social, la equidad y la inclusión en todas las esferas de la sociedad, se vuelve clave. Un cambio sostenido y a largo plazo es posible si involucramos a las personas, a los formuladores de políticas y a la sociedad civil por igual como actores del cambio, y aprovechamos sistemas de datos innovadores y compatibles con la privacidad que integren métricas interseccionales y proporcionen conocimientos longitudinales sobre cómo el racismo y la discriminación evolucionan con el tiempo.
Por eso, en el Foro Mundial de la UNESCO recientemente celebrado se ha lanzado la nueva Alianza Mundial Contra el Racismo y la Discriminación, un audaz paso adelante en la lucha por la igualdad. La Alianza reúne a gobiernos, a la sociedad civil, investigadores, artistas, académicos y líderes del sector privado para abordar el racismo y la discriminación sistémicos a través de la colaboración y la acción. Este pacto se centra en promover políticas inclusivas, acciones afirmativas, empoderar a los gobiernos locales y la sociedad civil para crear comunidades acogedoras, e invertir en datos e investigaciones para exponer las desigualdades. Se guía por el conjunto de herramientas contra el racismo de la UNESCO y aprovecha iniciativas como las clases magistrales que imparte el organismo para cambiar mentalidades, garantizar la rendición de cuentas, ayudar a establecer objetivos y evaluar el progreso. Al unir diversas voces y esfuerzos, la Alianza pretende convertir los compromisos compartidos en cambios duraderos, construyendo un futuro donde la equidad y la justicia sean fundamentales para toda sociedad.
La evidencia es clara: el racismo no es sólo un mal social sino un problema estructural que requiere un cambio sistémico profundo. Cambiarlo no sólo mejorará las vidas de millones de personas, incluido mi compañero de viaje, sino que también nos permitirá vivir en sociedades más pacíficas e inclusivas. La elección es nuestra.
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Gabriela Ramos, directora general adjunta para Ciencias Sociales y Humanas de
la UNESCO
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