Begoña Gómez ya habla ante el juez, aunque sea como con sordina, que en realidad es como habla ella siempre, con su cosa de balada triste de trompeta. Begoña creo que guarda dentro ese blues de los infelices, los sufrientes y los excluidos, quizá por ser una empresaria y docente de la que nadie se toma en serio ni su empresa ni su docencia. A mí me parece que es cierto lo que le ha dicho a su abogado o al humo del micrófono (ella iba vestida como de jazz, ese luto que se pone a veces el jazz no por nadie en especial, sino por todos, por la misma vida). A mí también me parece que lo suyo no ha sido por ánimo de lucro, aunque sea extraño crear una empresa sin tener ánimo de lucro. No, yo diría que ha sido más que nada por un agujero en el alma, ese agujero por el que el jazz o el blues expulsan bocanadas de tabaco, notas pegajosas y duros diamantes que no compensan la pena de la que nacen, como esas canciones oscuras, bellas, fastuosas y podridas de Billie Holiday. Yo creo que Begoña no quiere dinero, como Sánchez no quiere poder (Sánchez no tiene poder, no puede ni aprobar una ley ni salir a la calle). Begoña sólo quiere respeto, y es lo que más pena da.

Begoña sólo quiere respeto y no lo consigue, por eso no deja de ser una pobre con lujos, una mecanógrafa con académicos y una princesa de tocadorcito. Begoña sólo quiere respeto, que no se rían de ella cuando habla en inglés de la Renfe, en linkedinés o en barriosesamés; cuando le dan esos trabajos de infanta fotográfica, de cerámica solidaria o de florista de neologismos; o cuando posa como una sirena de congelados en las mesas de los poderosos del mundo. Begoña sólo quiere respeto, lleva toda la vida queriendo respeto pero no lo consigue, y esa pena no se va nunca, se queda ahí en la garganta como una serpiente que termina convirtiéndose en ronquera, en silbido, en collar de perlas, en coraza, en música o en odio, o en todo eso a la vez. Yo creo que el sanchismo-begoñismo es más vacío que ambición, más revancha que poder, más carencia que inmoralidad. Y digo sanchismo-begoñismo no sólo porque Sánchez haya identificado su matrimonio con el Estado, sino porque creo que comparten la herida y el nudo en la garganta, aunque Sánchez tenga más maldad, más ira y más recursos.

Sánchez invierte más en los triunfos de sus socios que en los de su partido, al que sólo le queda Cataluña porque lo demás es páramo o territorio comanche, aunque sea del comanche poco temible que es Page

Yo creo que Sánchez, como Begoña, sólo quiere respeto, lleva toda la vida queriendo respeto y no lo consigue. Por eso no deja de ser un guapo con relleno, un tenista entre políticos y un presidente de cama de agua como un patito de bañera de espuma. Sánchez sólo quiere respeto pero no lo consigue, y esa pena y esa rabia no se van nunca. Yo creo que ni en el PSOE lo respetan, es imposible que en un partido respeten a quien los ha vaciado de toda ideología, de toda coherencia, de toda decencia y hasta de todo poder (Sánchez invierte más en los triunfos de sus socios que en los de su partido, al que sólo le queda Cataluña porque lo demás es páramo o territorio comanche, aunque sea del comanche poco temible que es Page). Incluso en el PSOE que le monta a Sánchez besapiés como raves, o raves como besapiés, no hay más que hambre y miedo. Eso sigue sin ser respeto, pero Sánchez sin duda ya ha llegado a ese punto en el que el respeto imposible ha sido bien sustituido, incluso felizmente superado, por el puro alarde de fuerza bruta, por la revancha de la fuerza bruta.

Begoña Gómez sólo ha contestado a su abogado, que tenía algo de pianista en el que la estrella triste apoya o acoda la nota o la tristeza como en lo negro del piano, en lo negro de un esmoquin, en lo negro de una copa o en lo negro del alma. El blues le suena a Begoña algo contradictorio, por ejemplo eso de que ella haya seguido sólo las indicaciones de la Universidad pero un informe interno de la Complutense señale que actuó a sus espaldas al registrar marcas y dominios. Sus brillantes méritos y currículum para ser contratada en el Instituto de Empresa también chocan, como saliva contra metal, con la versión de la directora de Recursos Humanos, o sea la versión de que simplemente la enchufaron por ser la esposísima, como aquél otro era el hermanísimo. Pero el blues quizá debe ser contradictorio, como debe ser hondo, y a Begoña desde luego le sonaba muy hondo, como desde las cicatrices. De todas formas, el problema no es jurídico, no se trata de que Begoña sea o no culpable, sino de que no pueda siquiera ser investigada por ser quien es. Sí, esa falta de respeto, precisamente.

Begoña no necesita ser una eminencia para acabar en una cátedra, no necesita ser una infanta para terminar en las pinacotecas, no necesita saber inglés para sonar a loro inglés, y al final la enseñanza de toda esa vida herida y anhelante es que no hace falta ser sino estar. Si no pueden ser, al menos nos pueden obligar a verlos estar. Estar de académica con un cursillo como de mancomunidad, estar de princesa como de muñeca de mueble bar, o estar de presidente sin ganas ni moral para gobernar, pero estar. Ni siquiera se trata de comprar respeto, sino de garantizarlo por el miedo. Lo que hizo Sánchez después de aquellos cinco días de desmayo, o sólo de pesadillas escolares, fue expresar su voluntad de castigar la falta de respeto, en este caso de jueces y de plumillas. Es lo que hará Sánchez con cualquiera que pretenda romper su fantasía.

Yo creí que Sánchez y Begoña sólo eran horteras de rasca, ambiciosos de carrito de golf, nuevos ricos en la Moncloa como en un crucero hawaiano. Pero creo que el agujero en el alma o en las medias es grande y hondo. Suena y huele a destrucción y a vacío, a infección y a puchero, a jazz de saxofón como de cañería, a blues de tristes, fracasados y crueles borrachos. Y es lo que más pena da.