El nombre completo de Uruguay es República Oriental del Uruguay y por eso los uruguayos bromean diciendo que lo suyo no es un país, sino una dirección postal. La denominación hace referencia a la antigua toponimia virreinal que conocía como Banda Oriental al territorio que iba del río Uruguay –río de los pájaros en guaraní– al Océano Atlántico y que actualmente es compartido por el país del que estoy hablando y por el estado brasileño de Río Grande del Sur. A pesar de contar con un potente sector de servicios, sobre todo turísticos, su aparato productivo sigue ligado a la agricultura y la ganadería, algo que los orientales simplifican recordando que el país tiene más vacas que habitantes: casi cuatro por cada uno de los cerca de tres millones y medio de personas, de los cuales, la mitad vive en Montevideo y su zona metropolitana. Visto así, se entiende mejor la descripción que hace Jorge Drexler de su país cuando dice "vengo de un prado vacío, un país con el nombre de un río (…) un campo al costado del mar".
Pero, sobre todo, Uruguay sobresale por la excepcionalidad de su política, en medio de la conflictividad e inestabilidad que caracterizan a la región; rasgo del país del que se ha vuelto a hablar tras el triunfo de Yamandú Orsí, candidato del Frente Amplio. Se trata de un sistema político que ha sido ampliamente estudiado por la Ciencia Política y hay magníficos estudios que explican claramente la situación del país desde su funcional sistema de partidos –otra excepción en la región–, su particular y garantista sistema electoral, la fortaleza de sus instituciones o la cultura cívica y consensual de su sociedad y sus élites que permite gestionar los conflictos de otra manera, haciendo que "se amortigüen", como diría Carlos Real de Azúa.
En mi opinión nada canónica, el factor diferencial uruguayo en América Latina va más allá de lo antes citado, sus tres banderas oficiales o ese profundo laicismo -en un entorno continental en que las iglesias católica y evangélica tienen mucho poder político y social- que hace que denominen oficialmente a la Navidad, el Día de la Familia o a la Semana Santa, Semana del Turismo. El factor diferencial, decía, radica sobre todo en ser un país de antihéroes dentro de una región gobernada por héroes, es decir, por unos señoros que desbordan testosterona y se aferran al poder en medio de delirios mesiánicos.
El factor diferencial de Uruguay radica sobre todo en ser un país de 'antihéroes' en una región gobernada por 'señoros' que desbordan testosterona y se aferran al poder en medio de delirios mesiánicos
El primer 'antihéroe' fue José Gervasio Artigas quien, a pesar de ser el Jefe de los Orientales y pelear la independencia contra las dos coronas ibéricas con presencia colonial en la zona, no pensó en el Uruguay como un proyecto nacional autónomo. Por el contrario, era un firme convencido de la unidad con los territorios de la actual Argentina a través de esa estructura federal llamada las Provincias Unidas del Río de la Plata. A diferencia de otros héroes de las independencias americanas, no acabó sus días gobernando, en guerras o conspiraciones, sino dedicado a la agricultura en el exilio. Después de un conflicto con otros líderes federalistas recibió protección del gobierno de Paraguay y ahí vivió sin meterse en política, se borró como dice el Cuarteto de Nos en esa maravilla de la irreverencia que es el Primer Oriental Desertor.
En línea con lo anterior, es significativo que la fundación del país no se asocie en los imaginarios a la intervención de una persona tipo Bolívar o San Martín, sino a la acción colectiva de un grupo de Treinta y Tres Orientales, número que corresponde más al simbolismo masónico que a la realidad. Era un grupo que buscaba, mediante la acción militar, recuperar para las Provincias Unidas el territorio de la Banda Oriental ocupado por el Imperio de Brasil.
Ante la prolongación de la guerra, la mediación británica propuso la creación de un Estado independiente ubicado entre los actuales Argentina y Brasil como una forma de evitar conflictos a través de lo que se suele llamar "Estado tapón". De esta forma, los Treinta y Tres Orientales acabaron involucrados en la fundación de un tercer país en la zona que, a la vista de los acontecimientos y siendo fruto de una jugada geopolítica, resultó ser un buen invento.
Ya entrando en el siglo XX, creo que quien mejor define la forma de hacer política en el país es José Batlle y Ordoñez (pronunciado Balle a la uruguaya). Don Pepe fue dos veces presidente y su familia ha dado otros tres presidentes democráticos al país (entre ellos su propio padre), de modo que, haciendo un símil, se podría decir que los Kennedy son como los Batlle de Estados Unidos.
Es considerado padre del Uruguay moderno, hasta el punto de que allí se habla del batllismo para definir un modelo de Estado liberal con un fuerte componente social, con énfasis, entre otras cosas, en la educación o las condiciones laborales; en el que prima la fortaleza de las instituciones y el Estado de derecho. Fue una persona muy particular para su época, no sólo por sus características físicas (media más de un metro noventa), o su fuerte carácter que lo llevó a batirse varias veces en duelo en defensa de su honor, sino también porque era profundamente anticlerical y desafió todas las convenciones sociales, por ejemplo, se casó con una señora separada de su primo y madre de cinco hijos. Sin embargo, tuvo una gran influencia en el Partido Colorado y participó de varias formas en el gobierno del país, sin caer por ello en la tentación de mantenerse en el poder, como era habitual entre otros líderes del momento.
En la gestión de la crisis económica de inicios de los 2000 también primó la lógica del antihéroe. El presidente Jorge Batlle siendo consciente de su debilidad, en lugar de aferrarse al poder hasta tener que escapar en helicóptero como otros presidentes, creó de facto un sistema de primer ministro en la figura del ministro de Finanzas Alejandro Atchugarray, un abogado sin experiencia en el campo económico que antes de ejercer el cargo de ministro era vicepresidente del Senado. Tras una exitosa gestión basada en la negociación y los consensos que le valió ser considerado como uno de los políticos mejor valorados de su país, Atchugarry declinó liderar electoralmente el Partido Colorado para retirarse a la pequeña industria textil de su familia, fábrica que siempre imaginé como la de Jacobo Koller de la película Whisky.
Ahora bien, el antihéroe uruguayo de esta generación es sin duda José Mujica, el tercer José. Su mayor mérito, para mí, es haberse convertido en la evidencia de que es posible ser poderoso a la vez que modesto y austero. Sus acciones las tenemos frescas y por eso no me extenderé. Pero quiero destacar que es una persona que ha mutado desde la violencia política a la defensa acérrima de las instituciones y la democracia. Ha sido capaz de reconocer errores y buscar el consenso, a pesar de su pasado extremista que le llevó a pagar una pena de cárcel en condiciones inhumanas. Uno de los últimos actos institucionales de Mujica fue el de acudir con el entonces presidente y otros expresidentes uruguayos a la posesión de Lula, acto colectivo que sería impensable en un país donde primasen los héroes.
Francisco Sánchez es director de Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer los artículos que ha publicado en El Independiente.
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