El fiscal general del Estado o de Sánchez, Álvaro García Ortiz, quizá porque anda como en un medievo de collares, vellones y servidumbres, parece que pensó que borrar un móvil o un wasap era como quemar un salvoconducto de guerra o una carta de una reina amancebada, algo definitivo y hasta poético. Quizá usara la chimenea, o un candelabro del sotanillo de la Moncloa, y se quedara mirando el arabesco de fuego con un gesto entre cardenal Richelieu victorioso y Rappel en un ritual playero de purificación. También Sánchez debe de pensar que cuando su gente o él borran algo de sus teléfonos o de su memoria se borra a la vez de nuestros ojos, de la realidad, de la historia y de todos los cacharritos diabólicos que hay ahora, y en los que su farsa y su vergüenza se multiplican y difunden como una congestionada e impotente fotopolla. Un móvil con “0 mensajes”, el propio Ortiz oliendo a lejía, sólo apuntalaba como sospechoso al ya evidente sospechoso, y aun así Sánchez nos embistió exigiendo disculpas. Ahora que ya conocemos los mensajes, esa fotopolla vehementemente negada parece llenar todo el cielo como un zepelín en llamas. Ya es imborrable.
Ahora casi nada desaparece, a pesar de que a Sánchez le cuenten en cada desayuno que el españolito ha olvidado sus mentiras y contradicciones del día anterior apenas ha visto a su presidente bailar la canción del bulo, que es como su canción de Travolta. Pero tampoco hacía falta conocer entonces ese mensaje que luego publicaría El Mundo, rescatado de la lejía, del ácido y de la ceniza como una reliquia mágica, como la Sábana Santa. Ese mensaje enviado a las 20:54 del 13 de marzo en el que al fiscal tardíamente purificado de móvil le preguntaban “a qué correo te mando los correos cruzados de Julián y el abogado”, y al que el fiscal de nuestras disculpas contestaba adjuntando su dirección de correo personal. Quiero decir que podríamos ignorar este mensaje, meterlo incluso dentro del baile del bulo, que está de moda como la Macarena o el hula hoop, porque cuando Sánchez sale ya lo hace vistosamente orlado de falacias, con la tomadura de pelo como un emplumado cuerpo de baile. Pasó exactamente lo mismo cuando lo de Begoña, cuando la carta y el soponcito, es decir, que no nos hacía falta conocer los hechos, ni el futuro, para que la actuación del presidente fuera esencialmente mentirosa y desquiciada.
Ahora casi nada desaparece, a pesar de que a Sánchez le cuenten en cada desayuno que el españolito ha olvidado sus mentiras del día anterior
Ni es un ataque a la democracia que investiguen a tu santa ni es prueba de inocencia ni de descargo que Ortiz haya borrado el móvil, más bien al contrario, como si se lo hubiera comido el perro, ese perro que se comía todas nuestras culpas en la infancia y que yo creo que también tienen en la Moncloa, muy bien alimentado de redacciones y cuentas sin hacer, promesas sin cumplir y principios sin estrenar como un cuadernillo Rubio. Salir con el ataque de dignidad como un apuñalado de don Mendo, con hemorragia de sirope, higadillos de confeti y diatriba vengadora en rima no puede tener más sentido que la comedia, pero no ya una comedia del disimulo sino del ridículo. Sánchez hace comedia del ridículo sin sentido del ridículo y es lo que a uno le extraña. Quiero decir que a un narcisista no le gusta hacer el ridículo, y Sánchez, el narcisista puro, está haciendo el ridículo. No le veo explicación, ni siquiera una explicación sanchista. Quizá, simplemente, ha perdido el contacto con la realidad.
Sánchez exigía disculpas después de que al fiscal general le hayan encontrado un móvil no ya limpio sino arrasado, un móvil como de niño o menos que de niño, donde no salía ni Peppa Pig. Un móvil como el de mi padre, virgen como una tablilla de cera romana, que mi padre ni entiende ni entenderá ya nunca un móvil. Ortiz, entre llamas de pirómano o de iconoclasta, no sé qué se pensaba que iba a pasar con esos mensajes enviados o almacenados. Esos mensajes que ya van saliendo aunque se los comiera el perro, o un protocolo fantasma que nadie conocía hasta ahora ni tiene tampoco ningún sentido jurídico ni de seguridad, pero que lo cierto es que al fiscal inocente le habría privado de probar su inocencia y al fiscal culpable le seguiría señalando como culpable. No sé qué pensaban Ortiz o Sánchez, pero con el móvil no se borran la memoria ni los demás indicios. Ni las peligrosas y primeras preguntas: quién sino alguien de la fiscalía iba a filtrar aquello, y a quién sino a Sánchez beneficiaba el asunto. Además, que el Gobierno y el PSOE nos digan que “la Fiscalía se limitó a desmentir un bulo” puede que les sirva a ellos para el relato, pero también sirve como chocante confesión.
El fiscal general ya era el evidente sospechoso antes de que conociéramos los mensajes y su cronología (la UCO recalca que Ortiz recibió el correo antes de que se mencionara en cualquier medio) y seguiría siéndolo, más todavía, incluso si sólo supiéramos que no quedó ni un mensaje en el móvil, limpio, reluciente y sospechoso como un revólver, más cerca de la destrucción de pruebas que de la pulcritud. Entorpecer la investigación tendría sentido (apenas quedaría otra opción), lo que no tiene sentido es lo de Sánchez. Sánchez queda como un bobo que intenta negar hasta lo que es imposible negar, alguien de quien ni siquiera se puede decir que va de listo porque usa recursos de tonto, o alguien tan tonto que no se da cuenta de que está usando recursos de tonto. Y eso no le pega.
El primer ataque de dignidad fingido fue cuando le tocaron a su Begoña y le dio por dormirse cinco días sobre una tumba de enamorado o de loco, como en el poema de Poe. Sabíamos que era fingido porque nada se sostenía, ni sus agravios ni sus complots ni su lógica. No hacía falta ni considerar los hechos ante su comportamiento falaz y desquiciado. Con el discurso del otro día es la segunda vez que veo salir a Sánchez así de loco o de ciego. Más opciones no se me ocurren. Y eso puede ser el final del sanchismo, no ya porque lo trinquen en algo de esto sino porque Sánchez ya sería torpe o miope como cualquier político. El ridículo ya es imborrable.
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