El año 2024 quedará grabado en los libros de historia y en nuestra memoria como un año en el que el mundo tomó un peligroso giro.

A principios de noviembre los europeos nos levantamos en una pesadilla con tintes de dèja-vu que llegaba desde los Estados Unidos: el retorno de Donald Trump a la presidencia del país, con un mandato claro de las urnas que le permite amasar más poder que nunca controlando el Senado y la Cámara de Representantes -y el Tribunal Supremo-, y que no dudará en usar como un cheque en blanco para impulsar su agenda reaccionaria, anti-globalista, ultraconservadora y libertaria. 

La Unión Europea, entre el estupor, el desánimo y la resignación, tiene que abordar este nuevo escenario inmersa en su propia renovación, en pleno proceso de audiencias a los nuevos Comisarios designados por la Presidenta Ursula Von der Leyen. A su vez, la alemana ha sido testigo de cómo se resquebrajaba la mayoría pro-europea y demócrata que la ungió en julio, una coalición de populares, socialistas, liberales y verdes que aislaba a una fortalecida extrema derecha en distintos formatos pero que se hizo con casi el 25% de los miembros del Parlamento Europeo en las elecciones europeas de junio. 

Tras ese voto, el Partido Popular decidió romper el histórico cordón sanitario y acordar iniciativas, pactar votos e intentar vetar a candidat(a)s de la mano no solo de los conservadores de Meloni, sino de los ultras de Le Pen y los neo-fascistas de Alternativa para Alemania. Una maniobra de autor, Manfred Weber, que contradice escandalosamente las leyes de la política en Berlín. El propio líder de su partido, Friederich Merz, de la CDU, fue muy claro: con AfD a ningún sitio. Los ecos no llegaron a Bruselas...

Un contexto que verdaderamente no es óptimo para los retos que la UE tendrá que enfrentar en 2025. Entre ellos, creo que se pueden subrayar tres principales. 

No sólo luchamos a contrarreloj para frenar y mitigar en lo posible los efectos del cambio climático, sino que debemos resistir la ola reaccionaria que pretende diluir nuestras actuales ambiciones

El primero y más urgente es la lucha contra el cambio climático, la mayor amenaza a nuestra propia existencia y modo de vida. No sólo luchamos a contrarreloj para frenar y mitigar en lo posible sus efectos, sino que debemos resistir la ola reaccionaria que pretende diluir nuestras actuales ambiciones, incluso en un momento en el que somos plenamente conscientes que los fenómenos meteorológicos extremos serán cada vez más frecuentes y devastadores, como la reciente DANA que se ha cobrado más de 200 vidas en Valencia. 

El segundo reto será conseguir una verdadera autonomía estratégica, con capacidades reforzadas en materia de seguridad y defensa, que nos permita estar preparados ante los potenciales escenarios más extremos, ante la incertidumbre de lo que pase en Ucrania fruto de la sintonía entre Putin y Trump, así como que podamos dar el necesario salto hacia adelante en nuestra competitividad económica e industrial, tal y como señalan los relevantes informes Letta y Draghi

Y el tercero será terminar de alzar un verdadero pilar social, que proteja el empleo, combata las desigualdades y de solución al mayor reto que afronta la ciudadanía hoy: el acceso a la vivienda. 

Queda por ver si este giro, geopolítico, económico, social, digital y medioambiental, queda en los libros de historia como una curva en la carretera o como el vuelco al precipicio. Dependerá de la ambición, compromiso y responsabilidad de la Unión Europea, sus Estados Miembros y las fuerzas políticas que la han construido a lo largo de su existencia. 


Javi López - Vicepresidente del Parlamento Europeo