Sánchez, con capucha de nieve como una capucha de ladrón de Bagdad, se ha ido a esquiar o se ha querido escapar esquiando, pero ni sabe esquiar ni puede escapar. Seguramente ya no sabe qué hacer, salvo sonreír como una calavera en la nieve, así que Sánchez se ahogaba en la nieve, se tropezaba con la nieve, se caía sobre la nieve muy lentamente, como un carruaje que se va hundiendo en nieve, incluso recibía bolazos de nieve o desprecio del personal, pero él seguía como un témpano, aunque sea un tempano rajado justo por la sonrisa. El otro día decía yo que a Sánchez tendrán que sacarlo de la Moncloa en un bloque de hielo, como un espeleólogo o un gambón. Pero yo creo que Sánchez no se ha ido a esquiar para congelarse en la nieve y aguantar allí, sino para derretirse en la nieve, para hacerse nieve, para desaparecer en la nieve como un tigre blanco, por si así se olvidan de él la actualidad, los jueces y el turbión de amistades, imputados y corruptelas que él va dejando como huellas de tigre o de muñón de tigre.

A Sánchez, que ya iba como disfrazado de iceberg, lo hemos visto intentar confundirse con la nieve, tragar nieve, bailar con la nieve, y hasta bajar por la nieve a la lenta velocidad de las sombras, para ser más una roca que un turista. Con la tabla de snowboard, que evidentemente Sánchez no sabe usar, no se trataba de ir rápido ni de molar, sino de todo lo contrario. Nadie mola en una tabla de snowboard como con ruedines, que te hace parecer un mendigo victoriano sin piernas en su carrito, pero más lento. Y es que se trataba justo de eso, de no ir rápido ni molar, que es cuando todo el mundo te mira en una pista de esquí y así es imposible esconderse y escapar de todo lo que Sánchez tiene que esconderse y escaparse. La fachosfera ya es un poco estratosfera, llega bastante más alto que los Pirineos aragoneses, y lo que tenía que hacer Sánchez es justo lo que hizo, intentar pasar desapercibido, quedarse casi parado sobre su tablita, como un muñeco de plástico con peana, como un cowboy de a peseta todo azul, ese cowboy de nuestros juegos que cuando caía por la bala o la flecha imaginarias, a cámara lenta igual que Sánchez, a lo mejor estaba ya inventando el snowboard presidencial.

Allí estaba Sánchez, casi parado como un maniquí con ropa de esquí, que a lo mejor es lo que es, alguien que soñaba con ser un Geyperman presidente como quizá Begoña soñaba con ser Barbigoña (los dos lo han conseguido). Allí estaba Sánchez, ya digo, no de vacaciones ni de desconexión sino como ensayando una huida, una huida no por velocidad (era evidente) sino por mímesis, esperando desaparecer por el método de hundirse lentamente en la nieve como Homer Simpson se hundía en aquel seto. Lo de caerse de culo, no como un cowboy de la montura sino como Bambi en la nieve, ya hubiera bastado para mandar al garete todo su plan de incógnito y desvanecimiento (yo creo, sinceramente, que él creía poder desvanecerse en la nieve como su memoria se desvanece en cada ducha mañanera). Pero la gente ya se había dado cuenta de que estaba allí. Sánchez ya no puede ocultarse ni escapar por la sencilla razón de que todos lo conocen, ya saben cómo es, vaya disfrazado de gobernante o de telefilm navideño.

Allí estaba Sánchez, casi parado como un maniquí con ropa de esquí, que a lo mejor es lo que es, alguien que soñaba con ser un Geyperman presidente como quizá Begoña soñaba con ser Barbigoña (los dos lo han conseguido)"

Sánchez ya no puede salir por ahí, ni vestido de pueblo entre el pueblo ni relleno de nieve en la nieve, como un muñeco de nieve o un ángel de nieve. A pesar de moverse muy lentamente, como para evitar los sensores de la fachosfera; a pesar de ser más una sombra de árbol que un esquiador, algo lo delataba en la nieve inmensa y cegadora. Algo le brillaba, un diente de oro en la nieve, un mechón plateado en la nieve, un pelucón de aquel primer George Michael fosforito en la nieve, unas gafotas de Barbie o Barbigoña en la nieve. Sánchez quería desaparecer en la nieve, o desaparecer sin más, pero era imposible. Era como un gran pingüino emperador bamboleándose y cayéndose sobre el culo igual que un bebé con pañal. Era como un rompehielos de mandíbula picuda entrando por el horizonte. Era como un tren de vapor en la nieve, negro, ruidoso y ceniciento sobre ese blanco y limpio sol extendido igual que un hule. Era como un presidente que ya no puede esconderse ni escapar.

Sánchez iba con botas de nieve, guantes de nieve, peto de nieve y máscara de nieve, y aun así era más visible que nunca, como un matarife que hubiera ido a la nieve con sus botas de sangre, sus guantes de sangre, su peto de sangre y su máscara de sangre. Yo creo que ya no hay cueva ni planeta ni hotelito donde Sánchez pueda esconderse o escapar, no ya de los jueces sino de la verdad y del votante. Por supuesto, lo intentará. Pero lo intentará como intenta el snowboard, tratando de no caerse pero cayéndose todo el tiempo, creyendo que mola cuando sólo hace el ridículo o creyendo que nadie lo ve cuando es imposible dejar de verlo, incluso cuando sonríe con invisible y atigrada sonrisa de nieve en la nieve.