La ruleta de la gili-polémica volvió a girar el pasado 1 de enero después de que la presentadora de las Campanadas de TVE, conocida como Lalachus, decidiera mostrar en la cámara una estampita con la imagen de la vaquilla de Grand Prix representada como el Sagrado Corazón de Jesús. Hubo quien consideró esa horterada como una blasfemia, así que aquella chispa provocó el primer incendio del año, en el que confluyeron los elementos de siempre: el grupo de los ofendidos, los defensores de la postura, los incendios en las redes, los titulares de los medios y la opinión de las luminarias que hacían guardia en un festivo, con Gabriel Rufián en papel destacado.

La imbecilidad de estos debates se aprecia mejor desde unos cuantos cientos de kilómetros de distancia. Tampoco hace falta hacer un camino muy largo. Podríamos parar en Portugal, donde desde hace algunas décadas los niños de la localidad de Vale de Salgueiro reciben tabaco como regalo navideño. La cuestión genera siempre un gran impacto y no suelen faltar opiniones que apelan a respetar las tradiciones (lo nuestro), frente a las que expresan los riesgos que implica el obsequiar con un paquete de Ducados a los muchachos, que aparecen en los vídeos encantados, dándole caladas al cigarrillo, mientras expertos en salud lanzan señales de alerta.

Observar todo ese cambalache desde lejos tiene su gracia, pero también inquieta. ¿Acaso no genera cierta vergüenza ajena ponerse en la piel de un ciudadano de Estocolmo que, de repente, aterrice en una noticia sobre la polémica de Lalachus? Consideraría, como poco, que algo no va bien por estos lares. Si fuera algo duro, nos llamaría idiotas crónicos.

Habría que advertirle entonces de que campa por aquí una derecha asustadiza e insoportable que vive con cierto temor a que la vida que conoció se le escape de las manos mediante una pérdida de los valores en los que cree. Ese sentimiento es bastante similar al que le invade a determinada izquierda cuando alguien intenta frenar su idea irreflexiva del progreso, que suele derivar impuestazos, adoctrinamiento, ruina o cutrez; y en una sociedad más hortera y cosmopaleta. Estas dos Españas son muy pequeñas, pero son tan ruidosas que parecen gigantes.

¿Era necesario?

Si el sueco fuera un poco agudo en su análisis de la Nochevieja española podría advertir de aspectos que puede apreciar cualquiera que conserve su raciocinio intacto, como la poca o ninguna necesidad que existía de utilizar un símbolo religioso para hacer una broma en la noche de fin de año, en una televisión pública. También estaría tentado a afirmar que el debate que ha generado es excesivo y la repulsa, demasiada. Incluso podría incidir en que ese tal Félix Bolaños -con su outfit de funcionario de la RDA- a lo mejor pecó de oportunista cuando aprovechó la ocasión para incidir en la voluntad del Gobierno de eliminar el delito contra los sentimientos religiosos. Digamos que en los tres casos ese ciudadano de Estocolmo tendría razón.

Habrá leído este sueco estos días comentarios que critican lo sencillo que resulta la burla con lo cristiano, frente a las consecuencias a las que se enfrentan quienes retratan a Mahoma. Comentan esas voces -indignadísimas todavía hoy- que las sociedades ordenadas son aquellas en las que se respeta la forma de pensar de cada cual; en las que sus individuos actúan con empatía y pulcritud a la hora de expresarse sobre aquello que puede ofender a los demás. Estas dos son en realidad medias verdades que conviene desterrar.

Espacio para la sátira

Si ese curioso nórdico intenta aplicar el pragmatismo concluirá que las sociedades desarrolladas son las que reconocen derechos, pero, a la vez, las que no tiemblan como un flan ni se debilitan cuando alguien se expresa de forma satírica o improcedente sobre la identidad o las creencias de alguien. Ahí surge otra cuestión: no es lo mismo repartir estopa con gracia que a lo bulto. Tampoco se puede aspirar a que todos los ciudadanos acepten, rechacen o se rían de las mismas cosas; o a pedir cierta contención en su furia a quienes despotricaron contra Lalachus, pero callaron cuando Fernando Alonso, Díaz Ayuso o Maradona fueron retratados con el mismo símbolo religioso.

Abogados Cristianos tiene que hacer ruido porque, de lo contrario, nadie repararía en la existencia de esa asociación. Hace unos años, sus posiciones eran mayoritariamente excéntricas, pero hoy son más comunes. El péndulo gira y a la doctrina woke parece que le quiere tomar la alternativa otra conservadora e igualmente soporífera.

De ahí surgen las voces que advierten de la cobardía de quienes se atreven a satirizar sobre Cristo, pero no sobre Mahoma. Sin darse cuenta, su aspaviento esconde una buena noticia: aquí hay espacio para la burla y la expresión con sorna, no así en Yemen ni en ningún lugar donde la doctrina de la carcundia gobierna sobre la lógica ilustrada y liberal. Esa carcundia también es socialista en muchos puntos, por cierto, no sólo fundamentalista. De ahí la vigencia en el Código Penal de un sinsentido similar al de la ofensa religiosa, como es el de los delitos de odio.

La otra epidemia

Y luego está la cuestión de los tontos, mal endémico que por momentos parecería creciente en porcentaje. Estos individuos no suelen ser especialmente sutiles en sus compras ni en sus reivindicaciones. Suelen ser proclives a la provocación gratuita, al bocinazo y al chiste fácil; y podría decirse que desde que se digitalizó la sociedad gozan de más proyección que nunca. Quequé cocosas.

Dado que esta figura es irremediable en cualquier grupo humano, habría que preguntarse acerca de la consideración que se les otorga. Porque quien tiene muy en cuenta a un tonto o se ofende por sus deposiciones verbales y afectivas, a lo mejor debería realizar cierta introspección que derive en un diagnóstico sincero sobre sí mismo. Podría decir el señor sueco que cuando un grupo humano, llámese España, concede tanta importancia a la acción o efecto de los anteriormente aludidos, se ha convertido en algo parecido.

Poca duda cabe de ello, si se tiene en cuenta el ruido que generan las noticias, tuits, reacciones, virales, reels, TikToks y campanadas de los tontos que hacen turno de lunes a domingo, seven-eleven.