Ya han pasado los Reyes Magos con tractor municipal, camello desfondado y oriente de mercería, y yo creo que a Sánchez le han traído lo que pidió: a Franco y a Broncano. Cabalgatas de Franco y cabalgatas de Broncano, fiestuquis de Franco y fiestuquis de Broncano, polémicas con Franco y polémicas con Broncano, catecismo alrededor de Franco y catecismo alrededor de Broncano, que son los dos muy catequizantes a su manera, con su cosa de botafumeiro nacional y de curita tirillas de butaquita y meco. A Sánchez le han traído los Reyes a Franco y a Broncano como si fueran Pin y Pon, aunque quizá deberíamos decir que le han traído relato, constructores de relato. Franco desde su tumba seca, que es ya como un pozo de los deseos con tenderete sanchista, y Broncano desde su litera de niño grande (todo lo que hace, saltar, gritar, chinchar o bromear, parece que lo hace un niño en pijama desde la litera de arriba); los dos, en fin, van a ir teatralizando la guerra civil y absurda de Sánchez, como la que hacíamos nosotros el día de Reyes entre dinosaurios y robots o lo que tuviéramos, que Sánchez también hace lo que puede con lo que tiene.

Se trata del relato, que es algo diferente a una historia y, por supuesto, a la verdad. El relato es más bien un guiñol muy somero y pobre, de ahí que sirvan, como calcetines con ojitos, un fantasma muy hervido ya, como el de Franco, o incluso poner a pelear, en esa merienda salvaje y absurda de Sánchez con sus juguetes, a una estampita del Corazón de Jesús de la abuela contra esa otra estampita de la vaca como un dios fluvial egipcio. El relato no es tanto una narración sino un contexto amañado, ese contexto en el que un dictador enterrado y desenterrado mil veces como un doblón importa más que los dictadores presentes y las amenazas presentes; ese contexto en el que se presenta la lucha entre la diosa vaca y el Dios-Hombre como una lucha no solo posible sino determinante y urgentísima, como si lucharan por el alma del ser humano o de la democracia. Pero es un guiñol, como otros muchos. Claro que la diferencia es que uno haga su guiñol o su merienda en su casa o lo haga desde lo público.

Broncano es algo así como la Jesi de Sánchez. Con permiso de Silvia Intxaurrondo, claro, aunque Broncano es más sutil e informal, como un cura con guitarrita frente a la monja con regletazo.

Broncano en su tele privada, por las profundidades o las fronteras de la fibra o la adolescencia, no era nada. Me refiero a nada relevante para lo público, para lo que nos interesa. Ni Wyoming vestido de cura berlanguiano tantos años, esos largos años de cura viejo, repetido y cansado, alcanzará la relevancia de Broncano / Lalachús con la vaca icónica o iconoclasta. Y no es por la blasfemia, el humor ni la santidad de la vaca o del Jesús de la teología o de tu tía (una tía mía tenía un Corazón de Jesús en el salón casi de tamaño natural, que parecía un señor viendo la tele, con el corazón salido y estallado del susto de la actualidad; era casi un Corazón de Jesús puesto allí por Almodóvar). No, lo relevante es que se trataba de la televisión pública, que se hacía el guiñol en la televisión pública, que Broncano está puesto para hacer el guiñol en la televisión pública, o sea para catequizar o descatequizar con dinero público.

En lo de catequizar ya estuvo antes la Bruja Avería, que nos decía eso de “viva el mal, viva el capital” (un borroncillo dentro de la genialidad de La bola de cristal). Y hasta Urdaci, que todos tienen sus santos y sus monaguillos. Si se preguntan hasta dónde pueden llegar la catequesis, el guiñol, el sesgo ideológico, partidista o cultural interesado en los medios públicos, la respuesta es que llegan hasta donde mande el político que manda, que siempre manda un político. Ya depende de la vergüenza o la desvergüenza del político y, claro, del profesional que se presta a trabajar para el político desde lo público, sobre todo dándose cuenta de que sus opiniones y convicciones, sinceras o no, coinciden más o menos exacta o curiosamente con las del político. Ese profesional, en fin, que se sabe contratado como podría estar contratada la Jesi de Ábalos. Y Broncano es algo así como la Jesi de Sánchez. Con permiso de Silvia Intxaurrondo, claro, aunque Broncano es más sutil e informal, como un cura con guitarrita frente a la monja con regletazo.

Si no se pudieran ofender los sentimientos no se podría decir nada, que la gente se ofende por todo y ahora más que nunca, aunque no tanto desde la derecha meapilas como desde la izquierda ferruginosa. Como siempre, el límite de mi libertad es la libertad del otro, y yo creo que ahí las leyes y la jurisprudencia, en general, lo hacen bien, evaluando cuándo un acto o unas palabras pueden menoscabar realmente una libertad o un derecho, y una estampita no menoscaba nada. Pero no es ése el tema, sino que un medio público reparta las ofensas culturales o ideológicas tan mal como reparte los halagos. Es lo relevante y a la vez lo inevitable, porque todo lo público es botín político y contra eso aún no hemos encontrado remedio, pedagogía ni conmemoración. Antes despedíamos el año con vedetes de mesa camilla y dorados de mazapán, mientras en la calle la gente vomitaba pellejo de uva y pis de acera. Ahora tenemos a los chavales meones directamente dando las campanadas, pero eso no es importante. Broncano no era nada en su tele privada, nada que nos incumbiera, quiero decir. Como Franco ya no era nada en su pequeña tumba, más de tamborilero que de generalísimo. Broncano hace lo mismo que antes, siguen siendo cuarentones que hablan, visten y se comportan como chavales de 13 años y que practican progresía de La bola de cristal otra vez. Pero ahora lo suyo es servicio público y, aún más, catequesis pública, con botafumeiro en el discurso o con pellizcos de monja. Igual que será considerado servicio público no ya higienizarnos del fascismo meapilas que era el franquismo, sino de todo lo que esté a la derecha de Sánchez o de todo lo que lleve la contraria a Sánchez. De momento, Sánchez comienza bien los propósitos del nuevo año con ese Franco y ese Broncano que le han traído, como muñecas Repollo, los Reyes Magos de lo público, que somos todos. Claro que lo mismo su Navidad eterna le dura lo que el snowboard...