El general Francisco Franco instauró una dictadura militar tras una sangrienta guerra civil que se prolongó durante casi tres años. Acabó con los partidos políticos, a excepción de la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS), grupo sobre el que construyó el llamado Movimiento Nacional, una especie de partido único que era la organización de masas sobre la que se apoyaba el régimen. Suprimió la libertad de prensa, así como las libertades de reunión y manifestación. Concentró todos los medios de comunicación públicos y a los privados los sometió a una férrea censura. Eliminó a la oposición política, encarcelando y aniquilando a sus dirigentes. Cientos de miles de españoles se vieron obligados a cruzar la frontera, a huir de su propio país. España sufrió un colapso económico sin precedentes. La renta per cápita se hundió. Para colmo, el papel de Franco como aliado de Hitler y Mussolini, aunque no participara directamente en la Segunda Guerra Mundial al lado del Eje, hizo que, una vez terminada la contienda, quedara fuera del Plan Marshall, que se supuso una inversión de 13.000 millones de dólares y que sirvió para reconstruir a países que habían quedado casi totalmente destruidos. El aislamiento internacional de España no comenzó a romperse hasta la visita del presidente de Estados Unidos Dwight Eisenhower en diciembre de 1959. Pero la integración de España en las instituciones europeas no se produjo hasta después de la muerte del dictador, el 1 de enero de 1986.

Durante décadas, España no sólo fue un país mísero y aislado, sino también una nación acomplejada, que pudo mantenerse en pie gracias a las remesas de divisas que aportaron los cientos de miles de españoles que emigraron a Europa o América.

Es verdad que desde mediados de los años 60 en adelante se produjo un despegue económico que propició la creación de una incipiente clase media. El campo se despobló y las grandes ciudades comenzaron a crecer impulsadas por una modesta industria. Eso permitió al régimen presumir de haber convertido a España en la "novena" potencia industrial del mundo.

Cuando Franco ya estaba muy enfermo, España ya era muy distinta de aquella que heredó en 1939. La mayoría de los españoles no había vivido la guerra civil. Y los que la habían vivido no querían volver a repetirla. Había, sí, una oposición de izquierdas, ilegal, que encabezaba el Partido Comunista (PCE), liderado por Santiago Carrillo; el PSOE era un grupo muy minoritario. Y había, también, un poderoso bunker de los llamados "nostálgicos", que quería perpetuar el franquismo sin Franco. Entre ellos, un grupo de militares de alta graduación, y los beneficiarios de la dictadura. Pero la gran parte de la gente pertenecía a lo que se calificó como "mayoría silenciosa". Los resultados de las elecciones generales de junio de 1977, ganadas por un partido recién creado, la Unión de Centro Democrático (UCD), de Adolfo Suárez, que había sido secretario general del Movimiento, son la prueba de que el pueblo quería un cambio tranquilo, sin sobresaltos.

Nadie que se sienta liberal puede defender una dictadura. Es todo lo contrario de lo que significa ser liberal en el sentido esencial del término.

El presidente quiere que los suyos se olviden de los casos de corrupción culpando a los del PP de franquistas

Ahora bien, el levantamiento de una parte del Ejército contra el gobierno legítimo de la República no fue un simple golpe de estado. Franco y los generales que encabezaron la insurrección respondían a una demanda de una parte de la población que quería poner fin a un estado de cosas insostenible. La II República no fue una panacea de libertad y concordia. En su interior había fuerzas centrífugas que pujaban por llevarla a sus extremos. Los comunistas y una parte de los socialistas hacia la dictadura del proletariado; la Falange y una parte de la CEDA a un régimen autoritario de derechas. Con razón se quejaba Manuel Azaña de que uno de los males de la república era que en España había muy pocos republicanos.

Si no hubiera ganado Franco, probablemente en España se habría instaurado un régimen muy parecido al que se estableció en los países satélites de la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial. Sencillamente porque la influencia del minoritario Partido Comunistas (respaldado por la URSS) era cada vez mayor en el bando republicano, ya que los anarquistas y trotskistas ya había sido prácticamente aniquilados en 1937 tras la derrota del levantamiento de Barcelona, y los republicanos puros casi ni existían.

Todo esto viene al caso de que Pedro Sánchez va a iniciar a partir de esta semana, con un acto el día 8 en el Reina Sofía, un road show por toda España, que se prolongará durante todo el año, en conmemoración del 50 aniversario de la muerte de Franco bajo el lema "España en libertad".

España, como bien debe saber el presidente del gobierno, no recuperó la libertad el 20 de noviembre de 1975, cuando falleció Franco. Al frente de la jefatura del Estado le sucedió el rey Juan Carlos I, en una restauración del régimen monárquico que tenía planeada desde hacía muchos años el dictador. El presidente del gobierno, tras la muerte de Franco, fue el mismo que lo había sido durante los últimos años de su mandato, Carlos Arias Navarro; no un demócrata precisamente.

El propio Partido Socialista Obrero Español (PSOE) no fue legalizado hasta febrero de 1977, unos meses antes de que lo fuera el PCE (en un sábado santo que marcó la reciente historia de España), y cinco meses antes de que se produjeran las primeras elecciones democráticas. Durante esos diecinueve meses (desde noviembre de 1975 a junio de 1977), España vivió momentos dramáticos, llenos de tensión e incertidumbre. Marcados por hechos tan terribles como, por ejemplo, el asesinato de los abogados de Atocha, la represión de Vitoria o los sucesos de Montejurra. La legalización del PCE provocó una fractura en la cúpula militar. Durante semanas tuvimos la sensación de que era posible un golpe de Estado contra una democracia que todavía estaba en el paritorio. Por eso, celebrar el 50 aniversario de la muerte de Franco bajo el lema "España en libertad" es, además de una inexactitud histórica, la prueba de que el objetivo de esta campaña tiene muy poco que ver con la celebración de la recuperación de las libertades y mucho con una maniobra para polarizar aún más la situación política.

No hay más que remitirse a lo que dicen sus exégetas. Ayer deba cuenta de ello Juanma Romero en su crónica publicada en El Independiente titulada 50 años sin Franco: Sánchez busca relato para reactivar a la izquierda. Según las fuentes a las que ha consultado Romero, la campaña de la conmemoración del cincuenta aniversario de la muerte de Franco se construye sobre tres pilares: una batalla cultural para situar al PP en la estela de Vox, como partido que se niega a condenar el franquismo; equilibrar la agresión externa, lo que viene a confirmar que es una campaña contra la derecha y no tanto para reivindicar la vuelta de la libertad, y, por último, la recuperación de la autoestima; es decir, para compensar los casos de la corrupción, no se les ocurre nada mejor que meter a la derecha en el saco del franquismo. Algo así como, 'los nuestros serán corruptos, pero vosotros sois unos fachas de tomo y lomo'.

Por supuesto, para este año de festejos Moncloa no ha contado con el PP, ni con ningún otro partido. Porque Sánchez, además de acorralar a Feijóo contra la barrera de Vox, quiere liderar un movimiento al que no le pueden hacer ascos los partidos a su izquierda, que acudirán como corderitos a los fastos antifranquistas.

Sánchez ha querido meter en el ajo a Felipe VI, que, hábilmente, ha declinado la invitación del miércoles aduciendo "problemas de agenda".

El presidente del gobierno bien podría haber esperado a 2027 para celebrar la recuperación de la libertad. Incluso a 2028, fecha en la que la Constitución cumple 50 años. Pero eso no le venía bien a su agenda, que necesita ya mismo un revulsivo para equilibrar el resquebrajamiento de su mayoría de investidura y los caos de corrupción que le atormentan.

Dudo que esta campaña movilice mucho, y se convierta en arma electoral, que, por otra parte, no necesitaría Sánchez si cumple su promesa de agotar la legislatura.

A los españoles les preocupa más el acceso a la vivienda o tener un empleo de calidad que recordar a Franco y todas sus fechorías.

Si el PP lo hace bien y no cae en la trampa de eludir la crítica a la dictadura puede convertir la marcha triunfal de Sánchez a lomos del franquismo en una tortura de la que querrá olvidarse pasadas unas semanas.

Lo verdaderamente patético de esta situación es que nuestro presidente necesite a Franco para recuperar la autoestima de los suyos. No se puede caer más bajo, ni tener en tan poca consideración a los españoles que le sufrimos, incluidos los propios votantes socialistas.