Pedro Sánchez se veía bastante arrugado en el espejo de Franco, como un antiguo billete de peseta. Nuestro presidente va cogiendo el color y la arenosidad de los muertos, de los pergaminos y de aquellos duros de vieja que hacían gloria, miseria y música nacionales en los bolsillos de delantal del franquismo. De tanto roce con su propia calderilla, con la tierra de cementerio y con la liturgia del fascismo, Sánchez no se daba cuenta de que cuando hablaba de “autoritarismo”, de una “minoría que impone sus intereses con el miedo y el poder”, no parecía referirse al Franco muerto o no muerto que tiene él en el cajón como pastillas para la tos, sino a él mismo en sus manejos con sus socios o esbirros. Allí, con todo el Gobierno en la primera fila, como una primera fila con cirios, como una primera fila con doña Carmen Polo, Sánchez, el verdadero homenajeado, se había subido a hablar de democracia sonando a cacharrería de Generalísimo, a duro heráldico, pobre, ridículo y orinado de Franco.
Sánchez se había llevado al Museo Reina Sofía su cirio franquista, su democracia enlutada, esa democracia suya (nuestra) que necesita un dictador podrido para oler democráticamente porque, si no, no hay manera
Sánchez se había llevado al Museo Reina Sofía su cirio franquista, su democracia enlutada, esa democracia suya (nuestra) que necesita un dictador podrido para oler democráticamente porque, si no, no hay manera. Hay que sacar a Franco con aureola de gusanera para que Bildu, Puigdemont, Mohamed VI, Delcy, la negación del imperio de la ley o la persecución a jueces y periodistas parezcan pétalos de democracia y libertad, claveles de la Revolución de los Claveles. Sánchez había empezado su cirio franquista, en fin, en el Museo Reina Sofía, o al menos en su salón de actos o de resurrecciones, con algo de escenario de pregón cofrade, entre el tablao y el milagro. Yo creo que era por hacerlo bajo el Guernica, siempre ceniciento de guerra y siempre vendido como suvenir, o sea ideal para lo que quiere Sánchez, vendernos como un botijo de turista su democracia trágica y falsa.
Cuando se atenuaron las luces sobre la proyección de un cielo estrellado y uno creía que iba a sonar el comienzo de Así habló Zaratustra de Richard Strauss (2001, para los de cine), empezó el tablao de verdad. Con campanazos de guitarra, una bailarina / bailaora también de luto hacía la coreografía que completaba el suvenir, o sea la muerte lorquiana, el desgarramiento lorquiano, nuestro folclore de muertos que es como nuestro folclore de cosecha. La bailarina, de negro Viernes Santo, negro aflamencado como un Cristo gitano, invocaba o desenterraba muertos a manojos y a patadas, y es cuando uno supo que la cosa no iba de celebrar la libertad ni la modernidad, sino que la intención siempre iba a ser echar muertos a la cara como ramos secos, como paladas de arena o como campanazos en la cabeza. Volvíamos a las lápidas como mesas de café, igual que en La colmena, al muerto como la manera más barata de sobrevivir en la miseria cotidiana de la vida o de la política.
El Guernica, que después mencionó mucho Sánchez, parecía echar ceniza sobre la ceniza en un sobredorado obsesivo y tétrico, y ése era el trasfondo verdadero. O sea, que quedaran siempre ahí unas sombras chinescas de muerte sobre la celebración y la retrospectiva de la España que pasaba de Arias Salgado a Lamine Yamal, sobre todo cuando Sánchez mencionara los peligros que amenazan a la democracia. Eso sí, sólo los peligros de la ultraderecha, o más bien sólo los de la ultraderecha que no lo apoya a él. Ése era el decorado de verdad, aunque habían diseñado un escenario con un lema, “España en libertad”, en el que la virgulilla de la eñe era una paloma que parecía escapada de la boca roja y roja de Ana Belén, y que buscaba a Sánchez como a Zampo. Como decía al entrar alguien que no recuerdo, “Franco no ha muerto”, pero la cosa es dejar claro que sigue vivo sólo en la oposición, no en estos ministros como nuncios que tiene Sánchez, ni en esa santa esposa suya católicamente inmaculada, ni en esos altos cargos del Estado como gobernadores civiles o militares de El Pardo monclovita.
Franco no ha muerto, claro, que el sanchismo lo ha visto en los periódicos, en los tribunales o en Pablo Motos, así que el ambiente no era tanto de celebración como de avizor. Allí, entre los ministros con cirio y el alpisteo de cuadros y sindicalistas, con Patxi López con algo de tamborilero y Félix Bolaños como un niño de comunión al que le dan duros de Franco, con Juan Espadas (más muerto que el dictador) dándole la cabezada a María Jesús Montero, yo diría que la tensión y los reojos estaban puestos en el hecho de que en cualquier momento iba a entrar Tejero. O Ayuso, que acojona más. La democracia hay que seguir ganándola cada día, insistía Sánchez, sin darse cuenta de cómo Franco le sonreía desde el espejo de cuproníquel. En realidad, creo que nadie mencionó a Franco, al que no hacía falta mencionar en ese ambiente físicamente oloroso del dictador, como de cripta tomada por los saqueadores de Sánchez.
A Franco, que en el fondo da yuyu, creo que sólo lo mencionaron en un vídeo en el que los jóvenes jugaban a adivinar cosas que “con Franco no pasaban”. Antes, Soledad Gallego, esa madre superiora de la progresía, había jugado un poco a lo mismo con un joven investigador, un diálogo un poco dickensiano o navideño, como entre un fantasma y un vivo o sonámbulo. La verdad es que casi más interesante hubiera sido pensar en cosas que pasaban más o menos igual con Franco y con Sánchez, como el censor en la chepa, en la redacción o en Internet; las listas negras sobre la mesa camilla de la Moncloa, el confesor metido en la alcoba del personal, o la gente intocable por la cuna, también por la alcoba o, sin más, intocable por imposición de manos del Generalísimo. Claro que hace falta pedagogía, y memoria, justo la que no tenemos aquí, no ya por no acordarnos de lo que hizo Franco hace 50 o 90 años sino por lo que hizo Sánchez el otro día. Seguimos sin saber qué es la democracia, no lo sabe Bildu, ni Puigdemont, ni Zapatero, ni Bolaños, ni el fiscal general del Estado, ni mucho menos Sánchez, que los manda, los obedece o los consiente. No lo saben ni lo sabrán, así programen diez años de cuadros flamencos, exposiciones inmersivas y rezos con cirio.
La pedagogía democrática y modernita no sé si funcionaba, que bajando la vista desde el gallinero de la prensa al patio de butacas vi que alguien miraba vídeos de tiktokeras con canalillo como si siguiéramos con las Mamachicho. La verdad es que la pedagogía tampoco era para alardear, por mucho quejío lorquiano y mucha paloma de trapo que le pusieran. Hasta en la sanchosfera de El País se cachondeaban un poco de la cosa: “Dictadura, mal; democracia, bien”, resumía guasonamente Ángeles Caballero, bajando ya en el ascensor como de la nube del acto. Toda la ocurrencia de este año de Franco se explica con la falacia del hombre de paja, que en este caso es Franco de palo. Las prisas, la abundancia, la necesidad de estas conmemoraciones, como la necesidad de casi todo con Sánchez, se explica con su necesidad personal, no hace falta más.
Allí, en fin, entre luchadores contra el franquismo que nunca lucharon contra el franquismo, o que ahora sólo luchan contra la democracia y por su jefe; entre mandados socialistas, embajadores plenipotenciarios (un poco lo que nombraron a Aldama) y hasta patriarcas ortodoxos que parecían catedráticos salmantinos para decorar algo de Begoña Gómez, Sánchez se había marcado una película antifranquista para hacer él como de Manolo Escobar antifranquista, un concepto ridículo en sí mismo. Con Franco, decía Sánchez todavía con recuerdo o reguero del taconeo de nuestros muertos folclóricos, había “ciudadanos de primera y de segunda”. No como los ciudadanos de primera y de segunda que ahora se definen por su interés o su vanidad, hasta hacerlos incluso inmunes o impunes. La verdad es que a uno le preocupa más este Sánchez tan vivo que Franco embalsamado o desembalsamado.
Al final del acto, una muchacha así como aberchándal cantó Libertad sin ira con autotune y la democracia de Sánchez sonó como nunca a cascajo y colador. Desde la calle, el edificio con sus transparencias y modernidades parecía sólo el vistoso viaducto bajo el que vive Sánchez igual que un indigente de la democracia. Justo en la entrada se posó una paloma, irónica y sucia, con las alas de hollín de Atocha y sin ninguna poesía. Aquella debía de ser la verdadera paloma de Sánchez.
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3 Comentarios
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hace 5 horas
Nadie pone en duda que desde el final de la guerra civil hasta los años 1977/78, con el inicio del reinado de Juan Carlos I, las primeras elecciones generales desde antes de la guerra y la implantación de la Constitución, España vivió una dictadura militar. Fue a partir de esos años cuando se inició la andadura de la actual democracia, con algún sobresalto como el fallido acontecimiento del 21/02/1981 y empezando a consolidarse con la victoria aplastante en las urnas del socialdemócrata Felipe González al año siguiente.Todos, izquierda y derecha, derecha e izquierda pusieron de su parte para que esa DEMOCRACIA se hiciese realidad.
Que Pedro Sánchez quiera vendernos en estos tiempos, que sin él no hay democracia, me parece un insulto a los españoles, cuando él ha demostrado con creces, que es muchas cosas menos demócrata. Además de ser indignante que quiera sacar provecho de un pasado que no vivió. Y los que sí, lo tienen en el olvido.
hace 7 horas
Recordar algo tan obvio como que tras la muerte del dictador genocida, la sociedad española decidió “apostar por la democracia y por la libertad” e iniciar un proceso “de transformación política institucional y social que terminó convirtiendo a España en un país influyente, abierto y tolerante” no debería suscitar cisma alguno, pero no es así. Todavía hay muchos casposos post-franquistas de insulto fácil y cortos de sesera. En fin…
hace 15 horas
Increíble y certero. Un placer como siempre esta lectura .