Hace alrededor de siete años, en una entrevista privada, un exjefe de gobierno español nos preguntó "hasta cuándo Venezuela". Nos dijo que ya había un cansancio internacional sobre el tema, y que existían otros problemas de mayor envergadura de los que Europa y Occidente tenían que encargarse. Esto fue antes de la caída de Bashar Asad, antes del ataque terrorista en Israel que desató esta nueva guerra en Oriente Próximo, antes de la reelección de Xi Jinping, antes de la invasión de Ucrania por Rusia, antes de la pandemia del Covid-19, y poco después del triunfo fraudulento de Nicolás Maduro en unas elecciones repletas de irregularidades, en las que la oposición se abstuvo de participar. En 2018, ya Maduro se dirigía hacia un gobierno de facto, consumado en enero del 2019. 

El mundo ha cambiado desde entonces, y "lo de Venezuela" sigue ahí, cansando más y sin avanzar. Al menos aparentemente. 

Pero, ¿por qué no avanza?

La respuesta corta es porque se está desafiando a una dictadura. Mientras la oposición utiliza las herramientas a su disposición, las democráticas, las que permiten la Constitución y las instituciones, el régimen chavista-madurista utiliza todas las herramientas que están fuera de la Constitución, y que caracterizan a un régimen de fuerza: violación masiva y sistemática de los derechos fundamentales de los ciudadanos (muchos de ellos calificables como crímenes penales internacionales o de lesa humanidad); concentración de poder en una camarilla con piezas claves en las Fuerzas Armadas; uso de fondo públicos para enriquecerse y mantenerse en el poder; economía basada en negocios de tráfico internacional de productos ilegales  (narcotráfico, petróleo, oro, coltán, y bandas criminales); y el respaldo nada desestimable de Cuba, Rusia, Irán y China. 

P'alante, siempre p'alante

Sin embargo, a pesar de este espeluznante escenario, es justo decir que las fuerzas democráticas han avanzado. Lo hicieron entonces en el 2018, y lo han hecho en esta oportunidad con mayor contundencia. 

En julio de 2024, bajo el liderazgo de María Corina Machado, Venezuela vivió la mayor gesta cívica de este siglo. Movilizó a millones para ejercer su derecho al voto, a pesar de las adversidades y obstáculos, y demostró, mediante actas oficiales de cada mesa de votación, que Edmundo González Urrutia, candidato designado (tras la ilegal inhabilitación de Machado) habría ganado con el 70% de los escrutinios, frente al 30% Maduro.

Con este contexto claro, podemos entonces afirmar que lo ocurrido el 10 de enero en Venezuela no es más que una puesta en escena propia de dictaduras como la cubana, rusa, o bielorrusa, destinada a tratar de tapar el sol con un dedo. Porque nada cambia la realidad: la oposición logró el triunfo y demostró el fraude electoral. Difícil entonces calificarlo de juramentación presidencial cuando Maduro lo hace sobre una Constitución que viola

El viernes 10 de enero vimos a un dictador desencajado y ojeroso juramentarse a hurtadillas en una sala protocolar del Capitolio venezolano. Flanqueado de dos colegas dictadores como Miguel Díaz Canel y Daniel Ortega, sin periodistas y sin la pompa ceremonial habitual reservada a estos actos. No sabemos a ciencia cierta quiénes estuvieron presentes, pues la opacidad del evento sólo permitió fotos cerradas por los camarógrafos a quienes sí dejaron entrar.

La Unión Europea y sus Estados miembros, así como otros países del continente informaron que no estarían presentes en el acto. Tampoco estuvieron la mayoría de los países del hemisferio americano, y los que acudieron (como México, Colombia y Brasil) no enviaron figuras de alto nivel.

La víspera de este golpe constitucional estuvo marcada por acontecimientos propios de un país sin instituciones.Vamos, de un país bananero, para decirlo coloquialmente. 

Buscando desplegar una manifestación de fuerza cívica y respaldo popular, María Corina Machado convocó la ciudadanía a las calles para ejercer presión frente a la nueva afrenta y reapareció entre las masas luego de seis meses en la clandestinidad. Poco después de su intervención pública, fue secuestrada por las fuerzas de seguridad del Estado bajo el control del hombre fuerte del régimen, Diosdado Cabello. Sin embargo, la presión nacional e internacional forzó su liberación dejando al descubierto las rivalidades internas y la debilidad del Maduro que unas horas más tarde se autoproclamaba presidente. 

Mientras tanto, el presidente electo, Edmundo González Urrutia, culminaba en República Dominicana una gira por las Américas iniciada en Argentina unos días antes. Tras reunirse con el presidente Joe Biden, su yerno fue detenido cuando llevaba a sus hijos de corta edad a la escuela, y sigue desaparecido hasta el momento de escribir estas líneas. Pese a la extorsión, González Urrutia intentó regresar a Venezuela para ser juramentado constitucionalmente, acompañado de un nutrido grupo de expresidentes. Pero el régimen cerró las fronteras y desplegó aviones de guerra dispuestos a derribar el avión en el que viniese el presidente y sus acompañantes del más alto nivel. 

Qué hacer contra la dictadura

Ante lo contemplado en las últimas horas, y ante el hartazgo lógico de la población y los aliados internacionales, cabe preguntarse entonces, ¿cómo se combate una dictadura?

Las alternativas históricas incluyen guerras civiles, invasiones y capitulaciones, procesos de negociación, plebiscitos, sanciones asfixiantes, transiciones con cohabitación, revuelta civil con un líder carismático o con una unidad de partidos, resistencia pacífica, guerrilla y lucha armada, muerte del dictador y apertura por su sucesor, huida y democratización, o huida y radicalización. Cada una es un caso de estudio, ninguna una fórmula infalible. Son ejemplos que pueden servir de orientación, de inspiración, pero poco más.

En cualquier caso, la Venezuela prodemocrática ha intentado casi todo, salvo la guerra civil, la guerrilla o la lucha armada. Los cuarenta años de democracia experimentados en el siglo XX han dejado huella en quienes desean vivir en libertad, por lo que seguiremos en la senda que nos marca la Constitución, que ampara el desconocimiento de quienes la violan y el derecho a la rebelión para defenderla. 

La comunidad internacional puede cansarse, pero no debe cesar su apoyo: Venezuela es parte del tablero geopolítico que amenaza a Occidente

La comunidad internacional puede cansarse, pero no debe cesar su apoyo: Venezuela es parte del tablero geopolítico que amenaza a Occidente. Es crucial el reconocimiento al presidente legítimo, el respaldo activo y la adopción de medidas concretas, como las nuevas sanciones individuales anunciadas por la Unión Europea y Canadá apenas horas después de que Maduro se volviera a juramentar como dictador de la República. 

No basta con declaraciones convenientes, ni con aislar diplomáticamente a Maduro. particularmente cuando por ser países petroleros se cede ante los lobbies de las grandes empresas, o si debe prevalecer el "enlightened self-interest" que priorice el retorno de la democracia, la defensa de los derechos humanos, y la prosperidad económica para que Venezuela regrese al bando geopolítico en el que siempre estuvo: con Europa y Occidente. 


María Alejandra Aristeguieta es internacionalista, ex embajadora de Venezuela en Suiza, designada en 2019 por la Asamblea Nacional.