Nos ha sorprendido Pedro Sánchez no con una propuesta sobre vivienda, sino con el hecho de que en España aún haya un problema de vivienda. Y eso a pesar de las ministras dedicadas al asunto como una musa, a pesar de las leyes hechas con conciencia, compromiso y complacencia, y a pesar de esos grandes anuncios como de circo ambulante en los que las viviendas parecían montarse o hincharse en una tarde, entre la magia y la acrobacia. Era 2023 cuando Sánchez nos prometió más de 180.000 viviendas, algunas por construir y otras descubiertas o inventadas entre los solares, los cuartelones, las copas de los árboles, los cobertizos o los eternos barbechos de España, que sigue en barbecho desde los romanos. En aquella campaña de 2023, cada pocos días Sánchez aumentaba el parque de vivienda flotante, vislumbrada, materializable, inminente y yo creo que hasta arqueológica, como sin nos fuera a meter en esas casas sin puertas del yacimiento de Catal Huyuk. Fueron más de 180.000, o quizá un millón, que el límite era la imaginación. Nada más supimos de ellas hasta este nuevo anuncio.

Sánchez va acumulando proyectos y ministras maternales (por lo de buscar casa como posada o pesebre para el españolito desvalido, lactante y con el culo escocido); va superponiendo propuestas y anuncios sobre la vivienda como plantas de un zigurat en el aire, pero lo que pasa es que aún no hemos visto nada muy tangible en piedra ni en papel ni en dinero. Lo único que crecía más rápido que ese parque de viviendas predichas, entrevistas, conjuradas, volanderas y desaparecidas eran los millones que Sánchez iba a dedicar a ellas o a la agonía del españolito que las buscaba, y que también se quedaron en un mero brutalismo numérico, como el brutalismo arquitectónico. Nada sabemos de esos cientos de miles de viviendas descolgadas, caedizas, aparecidas o brotadas, que tenían algo de champiñones de campaña y en las que se suponía que los españoles iban a vivir felices precisamente como gnomos de champiñón. Lo que sí tenemos es un nuevo plan para seguir mirando al aire.

Aquí, en la tierra, puede que tengamos un problema de vivienda, pero está claro que el aire está saturado de vivienda sanchista como de polen progresista. Sí, hay un nuevo plan y eso significa cientos de miles de viviendas más, con sus correspondientes millones, que ahora flotan también en el aire y que pronto empezarán a chocar con las anteriores como en un terrible, colorido y ridículo accidente en una carrera de globos. Yo creo que tendríamos que pensar en esto antes incluso de confrontar el modelo sanchista con el modelo del PP. Sí, el PP también acaba de tomar conciencia del problema de la vivienda a la vez que tomaba baños o el fresco en Asturias (Feijóo tiene iluminaciones como de pastor, adanistas y hasta tiernas, o sea que de verdad conmueve que haya esperado incluso más que Sánchez para tener política de vivienda, o política de lo que sea). Pero insisto en que quizá tendríamos que replantearnos si merece la pena considerar cualquier promesa o proyecto de Sánchez, que nos ha llenado ya el cielo muchas veces de piñatas vacías y de mentiras como farolillos.

En realidad estamos saturados de vivienda, pero de vivienda ficticia, igual que estamos saturados de política ficticia. Cada españolito podría vivir como en diez paraísos imaginados por Sánchez

En realidad estamos saturados de vivienda, pero de vivienda ficticia, igual que estamos saturados de política ficticia. Cada españolito podría vivir como en diez paraísos imaginados por Sánchez, que serían como paraísos del rey emérito o así, con barra libre y palmeral de tetas. Estamos saturados de fantasía, de relato, tanto que Sánchez pretende incluso meternos a vivir en un relato, que es casi peor que meternos a vivir en un cuchitril o con la suegra. Meternos a vivir en conceptos, en relato, es hablarnos de los “especuladores”, o de los “grandes tenedores”, que suena de verdad diabólico, a demonio afilando su tridente en el trasero, cuando él lleva varias legislaturas sin pasar de la solución más dañina y cobarde que existe, que es anunciar una solución sin que esa solución llegue nunca. El intervencionismo ya nos explica la historia que no funciona, lo que ocurre es que hay mucha gente viviendo aún de intentar repetir las cosas que nunca han funcionado. Yo creo que se aprovechan de ese efecto milagrero que parece tener en ciertos creyentes infatigables la intervención del Estado, como una intervención divina o mágica de santo con perejil. Pero esto ya sería hacer política y lo que estamos diciendo es que Sánchez no llega a la política, sólo a hacer el discurso, a soltar globos y a cobrar por el espectáculo.

Sí, tendríamos que pensar, antes que nada, si los planes, las promesas y las palabras de Sánchez valen algo todavía para alguien, incluidos sus socios, sean musas desconchadas de la izquierda o sea la arácnida derecha nacionalista. Al menos, tendría que pensarse eso el ciudadano, porque la oposición sí debe hacer política aunque Sánchez no la haga. Ahí es donde llega tarde Feijóo, tarde para pinchar los globos de Sánchez y tarde para dar la solución liberal de siempre a este problema o a los otros, que tampoco en la derecha hay mucho que inventar. O sea que a estas alturas no hay que irse a Asturias como al Tíbet, para reencontrarse o iluminarse a soplidos y campanazos.

Sánchez tiene otro plan, o sea que partimos otra vez de cero, de la tierra rasa y baldía, del capitalismo que nos ha robado el pisito, del primer día de gobierno de Sánchez y del primer socialista que se plantea la misma solución de siempre y que nunca ha funcionado. Con la diferencia de que con Sánchez ese plan seguramente se quedará también en el aire, como un zepelín con publicidad. Mañana Sánchez podría prometer otro millón de viviendas, y la semana que viene, más. Sin duda, el cielo sería un espectáculo, como el de un planetario o como el del fin del mundo. El español podría ir por la calle apagando mentiras de Sánchez como un farolero antiguo. Y yo creo que ya lo va haciendo.