Incluyó Movistar+ en su catálogo hace unos días la película El 47, que es la gran favorita a los Premios Goya de 2025, con 14 nominaciones. No suelo ser partidario de llevarme disgustos, y menos últimamente, cuando he empezado a sentir un escalofrío raro cada vez que algo me chirría, cosa que sucede varias veces al día y me ha convertido en una compañía poco recomendable. El caso es que mis amistades me emplazaron a ver el filme y accedí. "Lo vas a poder relacionar bien con la exaltación antifranquista de este año", me dijeron. No me extrañó.

La película narra la peripecia de Manolo Vital, que fue uno de los miles de extremeños que llegaron a Barcelona durante el éxodo rural, entre las décadas de 1950 y 60, en huida de la miseria y de la asfixia de una España ahora loada por los despistados. El protagonista se estableció en Torre Baró, donde los emigrantes construyeron sus chabolas tras comprar terrenos muy baratos y sirviéndose de una ley del suelo que impedía derribar cualquier edificación si al final del día estaba techada. Allí floreció uno de los múltiples núcleos marginales que surgieron en aquella época, al calor del ladrillo, el adobe y la uralita; y entre braseros, calles de tierra y carencias, dado que ni el dinero ni las infraestructuras básicas llegaban como se necesitaban.

Vital -bien interpretado por Eduard Fernández- emprendió unos años después, en 1978, una cruzada comunitaria que es la que detalla la película, y que pretendía que el autobús urbano llegara hacia la colina donde se encontraba su barrio. Ante las dificultades y excusas que encontró en el Ayuntamiento, 'secuestró' uno de ellos y lo condujo hasta la cima.

Producción de Mediapro

El filme lo produce Mediapro y eso implica que esté adobado con cierta ideología que viene muy bien en este año jubileo del antifranquismo. Es la de la reivindicación facilona, que es la que se escuchará una vez más en los Premios Goya, y que es tan valiente que no pone en apuros en ningún momento al que gobierna, lo que equivale en realidad a ser parte de la propaganda, pero sin puesto en el organigrama.

El cine suele acaparar todas las culpas, pero este fenómeno es común en la intelectualidad perezosa y zampona de nuestros días, que no desafía al poder porque no quiere meterse en problemas, pero, en cambio, se considera activista de causas tan peligrosas que patrocinan los propios gobiernos. Cuando la reivindicación se convierte en eso, en realidad lo que hace es asegurar que la despensa vive en un perpetuo octubre y, claro, ensalzar al que manda, lo cual implica transformarse en muchas ocasiones -consciente o inconscientemente- en tonto útil o en Félix Bolaños.

Mediapro peca de esa manía. En su catalogo cuenta con obras que lo demuestran, como 1-O, 20-S o -salvando las distancias- El buen patrón, que estaba bien y que era de Fernando León, el mismo a quien Netflix ha aplazado recientemente un proyecto sobre la inmigración en el Mediterráneo -cuentan fuentes del sector-, en apariencia, porque hay ciertos temas que ya no deben primar más que el entretenimiento. Ya saben. El caso es que aquella película, protagonizada por Javier Bardem, se llevó también seis premios Goya, pese a que abundaba en los mismos errores intencionados que El 47.

Películas tramposas

A lo mejor no se puede pedir que el cine comercial explore ninguna cumbre, pero quizás había que pensárselo dos veces a la hora de premiar a películas que presentan la realidad con los pocos matices de una telenovela. No quisiera ser aguafiestas, pero los personajes de El buen patrón eran planos y el argumento, maniqueo. Era una reflexión simple, con prejuicios que a lo mejor no llegan al nivel de la propaganda, pero que resultan tan falsos como paródicos. Supongo que en aquel momento el Gobierno del PSOE y de Podemos no se tomó como un reto el hecho de que la película del año abundara en los tópicos más sesgados de la lucha de clases, en los que siempre hay un explotador y un sufridor; y en los que el sueldo y las condiciones laborales se ven siempre, siempre, siempre, mermados por la ambición, las manías del patrón y el ánimo de lucro.

El 47 es un autobús y no llega al nivel del Potempkin, pero presenta una realidad que provoca carcajadas en quien no quiera que le manipulen. No sólo porque la productora barcelonesa pasa de largo sobre los desprecios a los que el nacionalismo aburguesado catalán sometió a esos inmigrantes -ojo, lo de los paletos también existió en la 'modélica y acogedora' Madrid, no ya en Bilbao-, sino porque aquí todos los personajes se mueven por buenas intenciones, lo que, de resultar cierto, hubiera conducido al éxito rotundo a los falansterios de Fourier. En El 47 se nos habla de una vecindad en la que las carencias no impiden que lo comunitario prime sobre lo individual; y en la que, sorprendentemente, la pobreza no resiente la convivencia ni el amor.

Puede que aquel lugar fuera excepcional y utópico, pero lo más probable es que se traslade una visión sesgada de lo que allí sucedió. Un punto de vista pijo. Aquí se nos hace creer que la pobreza y la urgencia sacan lo mejor del ser humano, que no lo envilecen y que no hacen brotar los peores vicios del vecino, desde la envidia hasta la desesperanza, el cinismo, el trapicheo o la mala leche con el de al lado, sin más razones. Aquí todos los pobres son buenas personas per se y sólo hay un personaje malvado, que es el policía franquista, andaluz, para más señas. Del porqué se abunda en algunos comportamientos -la nociva policía de un sistema autoritario-, pero se obvian otros -reitero, ¿qué dijo el catalanismo de la inmigración?-, poco más que decir.

El Jubileo antifraquista

La construcción de estos clichés facilones y falsarios viene al pelo para esta ceremonia de los Premios Goya, que se celebrará en un 2025 dedicado por alguna razón al Jubileo antifranquista. Podía poner la cinta el foco en la discriminación -que, repito, también se dio en otras ciudades-, en lo sencillo que es corromperse en esos núcleos marginales, ante lo asfixiantes que son y los peligros que acechan, o incluso en el día después de la llegada del autobús, cuando los habitantes de Torre Baró descubrirían que, cuando uno es pobre, cuesta mucho construir lo mínimo, pero nunca se tiene la sensación de tener lo básico ni estar saciado, ni fuera de peligro, se esté en recesión o en crecimiento; en el asfixiante franquismo o la democracia.

Lo que convenía aquí es transmitir que la unión hace la fuerza y que las causas colectivas son justas. Mensajes de primer curso de izquierdas. Engañifas, como que Pedro Sánchez -el presidente que ataca a los jueces y a los periodistas- reivindique los 50 años de libertad. O que Franco hiciera lo propio con los 25 de paz. Son los típicos errores -cuando no argucias- de quien vive alejado de lo que describe, pero pretende que la memoria colectiva se mueva en el terreno que a ellos les viene bien.