La mayoría de los europeos cree que la llegada de Trump a la Casa Blanca será un acontecimiento negativo para el mundo. Los surcoreanos piensan algo parecido. Pero en el resto del globo la opinión mayoritaria es que Trump será bueno para Estados Unidos, bueno para sus países y bueno para la paz mundial. Esta es la conclusión de una encuesta global hecha pública esta semana, realizada por el European Council on Foreign Relations (ECFR), un think tank paneuropeo fundado en 2007 y que tiene -ojo a este dato- como principal financiador al multimillonario húngaro, afincado en Nueva York, George Soros.

Aunque el ECFR está fuera de toda sospecha de pertenecer a algún lobby pro trumpista, la encuesta no ha tenido demasiada repercusión en España. Tal vez porque no cuadra con la idea oficial de que Trump es el Darth Vader de la política moderna. ¿Cómo puede ser que ni en India ni en China le vean como un malo malísimo? Eso es algo que a algunos no les entra en la cabeza.

El problema con Trump es que no responde al arquetipo de político al que estamos acostumbrados. Un ejemplo, los convocados a la ceremonia de toma de posesión que se celebra el próximo día 20 en Washington. Trump ha invitado a políticos de claro perfil liberal y ultraconservador, como Javier Milei (Argentina), Niguel Farage (Reino Unido), Eric Zemmour (Francia), Mateusz Morawiecki (Polonia), Victor Orbán (Hungría), Jair Bolsonaro (Brasil) o Santiago Abascal. Pero también ha invitado al presidente chino, Xi Jinping, o a los ministros de Exteriores de India o de Japón. Xi aún no ha confirmado su asistencia, pero, si no va, en su lugar enviará a su vicepresidente (Han Zheng) y a su ministro de Exteriores (Wang Yi).

¿Podemos meter en el saco de la extrema derecha a Xi Jimping? ¿Es el Partido Comunista chino un partido de extrema derecha o neoliberal?

No es tan simple como eso. Y sigo con los ejemplos. Trump ha invitado a la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que, por cierto, ha tenido una magnífica relación con Joe Biden, y a la líder de Alternativa por Alemania (AfD), Alice Weidel. Sin embargo, ha dejado fuera a la presidenta de la CE, Ursula von der Leyen, y, más extraño aún, a Marine Lepen.

¿La explicación? No le den muchas vueltas. Trump no ha invitado a todos aquellos que le pusieron a parir durante la campaña electoral y cuando ganó las elecciones. Como, por ejemplo, Pedro Sánchez y todo su gobierno.

La segunda victoria de Trump, a diferencia de la primera, se produce en un contexto de retroceso de los partidos tradicionales a nivel global, sobre todo los de inspiración socialdemócrata. Por eso es muy probable que en los próximos cuatro años vivamos también a nivel global un cambio de paradigma sobre la manera de concebir la política. Se romperán muchos esquemas y, claramente, Trump hará todo lo que esté en su mano para que Estados Unidos no pierda comba frente a China en la competencia por la supremacía planetaria. Europa le estorba. Por eso ayudará a todos los partidos euroescépticos. Para Trump es más fácil entenderse con los líderes de Francia, Alemania, Reino Unido o Italia por separado que con un ente supranacional como la Unión Europea.

Lo que la Unión Europa debe resolver es cómo enfrentarse a esta nueva situación. Más allá de lanzar discursos incendiarios sobre lo terrible que es Trump. Eso es lo fácil.

Escribía Ivan Krastel el pasado jueves en Financial Times precisamente sobre la posición que debía adoptar Europa en relación a Trump y recomendaba que, sobre todo, lo que la UE no tiene que hacer es mostrar miedo o recelo. Para ilustrar su tesis, se remitía a un estudio sociológico de Betty Graison y Morris Stein, quienes entrevistaron a muchos presos condenados por robos en las calles. Les mostraron imágenes de una avenida céntrica de Nueva York y les hicieron escoger uno a uno a sus posibles víctimas (era un ejercicio teórico, claro). Casi todos coincidieron en seleccionar a los mismos viandantes: los que, por sus gestos o su manera de andar, se mostraban más inseguros.

La vuelta a la Casa Blanca de Trump pone a Europa ante el espejo. Si la UE no afronta sus responsabilidades caerá en la irrelevancia

Sabemos cuál es la forma que tiene Trump de aproximarse a los asuntos, incluida la política exterior. Desestabiliza a Canadá, amenaza con quedarse con Groenlandia y con el Canal de Panamá,... Toma una posición de fuerza de partida, luego ya se verá. Una táctica muy de hombre de negocios. Lo que él es.

Europa debe saber con quién se la está jugando y pensar que, aunque no nos guste, no podemos vivir al margen o enfrentados a Estados Unidos. Lo inteligente es jugar a ser aliados pero en pie de igualdad, lo cual requiere esfuerzos económicos, inteligencia y liderazgo. Ya sé que esto es mucho pedir, pero si la UE no se pone las pilar corre el peligro de caer en la irrelevancia.

En la propaganda que fluye por estos pagos, ante la que el PP esconde la cabeza, destaca la falacia de que Trump se se ha puesto en manos de los super ricos de EE.UU. para tenerlos como aliados. Y ahí están Elon Musk (SpaceX, Tesla, X,...), Marck Zuckerberg (Meta), o Jeff Bezos (Amazon y The Washington Post).

El propio Biden se ha encargado de ponerlos en la picota en su discurso de despedida como presidente de EE.UU. al advertir de la "peligrosa concentración de poder en manos de muy pocas personas y las peligrosas consecuencias si su abuso de poder queda sin control". Pero esta "oligarquía", como la calificó, no es de ahora, sino que se ha ido consolidando durante muchos años... a la sombra del poder. ¿Qué ha hecho él contra esta concentración de riqueza?. Nada. ¿Qué hizo Kamala Harris cuando fue Fiscal General de California -donde se encuentra Silicon Valley- para reducir el monopolio de las grandes tecnológicas?. Nada.

De hecho, los golden boys de Silicon Valley apoyaron financieramente durante mucho tiempo (en las campañas de Obama o Hillary Clinton) a los demócratas.

Incluso a Harris la apoyaron multimillonarios como Warren Buffet, George Soros, Reid Hoffman (LinkedIn) o Mike Bloomberg (ex alcalde de Nueva York y fundador de la empresa de asesoría financiera Bloomberg LP).

Republicanos y demócratas han hecho uso de las redes sociales para sus intereses políticos. El primero en utilizar Facebook para localizar perfiles de posibles votantes fue Obama. Luego le imitó Trump, que recurrió a la triquiñuelas de Cambridge Analytica. Estados Unidos ha sido el gran laboratorio donde se han mezclado el poder, la riqueza y la tecnología.

Esa alianza también contribuirá al cambio de paradigma. Musk dijo que la victoria de Trump había sido la derrota de los medios tradicionales de Estados Unidos. Ahora, las redes tienen la misma o más influencia incluso que los medios de comunicación clásicos. La entrevista de Musk en X a Alice Weidel apunta en esa dirección. No basta con decir que Alternativa por Alemania es un partido pro nazi, hay que combatirlo con argumentos, con otra mentalidad y con otros medios. Nos puede parecer mal que los jóvenes sigan a Instagram o a Tik Tok, pero es un hecho que no podemos ignorar.

Hacer frente a este cambio de paradigma político a nivel global no es sencillo. Y lo peor que se puede hacer es recurrir a la demagogia. Sánchez puede pensar que arremetiendo contra Trump y los superricos como Musk le pueda dar votos en la izquierda, pero tiene que pensar que durante los próximos cuatro años le va a tener como presidente de los Estados Unidos y no va a poder estar continuamente haciéndole pedorretas. Subir un poco el nivel del discurso es algo en lo que debería estar trabajando nuestro ministro de Exteriores, pero tal vez esperar eso de Albares es pedirle peras al olmo.