Hacía un frío glacial en Washington, cerca de 8 grados bajo cero. Es la segunda temperatura más baja en una toma de posesión en 125 años (la anterior a fue de -14 grados, con Ronald Reagan en 1985). Y las palabras de Donald Trump, aún más que como ya hiciera también hace ocho años, también han helado a gran parte de la ciudadanía del mundo, con una retahíla de quejas sobre un país que agoniza y sus soluciones para evitarlo que, en muchos casos, van a afectar de lleno a muchos otros países.
En el interior del Capitolio, resguardado del frío, Donald Trump habló durante treinta minutos, en cuatro fases. Fueron tres minutos hablando de esperanza y de alegría en el futuro; tres minutos hablando de lo mal que está el país que recibe y de la catástrofe absoluta en la que está sumido su presente; cuatro minutos hablando de él mismo como un enviado para salvar a Estados Unidos (esto sí era una novedad inesperada); y veinte minutos sobre propuestas, recopilando todas las que prometía en campaña e incluso alguna más radical. Parecía por momentos un mitin de campaña. De hecho, habló el doble de tiempo que en 2017, y superó la media de veinte minutos de la mayoría de discursos de investidura. Porque Trump tenía mucho que decir, y lo dijo.
Sin embargo, lo importante no fueron esos minutos, sino lo que le esperaba después en el polideportivo Capital One Arena, donde delante de 22.000 enfervorizados fans se sentó en un escritorio colocado en el medio del escenario y empezó a firmar órdenes ejecutivas. Todo un show para su público. Más tarde, por la noche, ya en la Casa Blanca, le esperaban un centenar de documentos más. Es esta celeridad lo que me parece más destacable del 20 de enero.
Firmar órdenes ejecutivas el primer día de gobierno no es algo usual en la historia estadounidense. De hecho, en 1993, Bill Clinton fue el primer presidente en hacerlo (en su caso fue sobre ética en la administración). Bush y Obama no firmaron ninguna y, en 2017, Trump se limitó a terminar con el plan sanitario, el Obamacare. En 2020, Joe Biden hizo lo que parecía un récord: dio luz verde a 17 órdenes. Nada es comparable a lo que hizo ayer un presidente que quiso, desde el primer momento, mostrar que va a llevar a cabo todas las ideas que propugnaba en su campaña electoral y que las va a hacer en tiempo récord.
Habrá batallas legales, oposición desde los Estados y cuestionamientos internacionales. Entrar en la Historia le va a costar"
Trump tiene prisa. Y la tiene porque solo le quedan 1.386 días, cuatro años, para poder entrar en la lista de los presidentes más importantes de la historia estadounidense. Ese es su objetivo porque también sabe, como cualquier otro presidente en su última legislatura, que a partir de ahora en realidad solo son dos años el tiempo que tiene para construirse un legado. Desde su día 693, habrá luchas intensas dentro del Partido Republicano, intentando conseguir la nominación para la siguiente elección, lo que hará que nuevas leyes y decretos sean más complicados de firmar, o que incluso opacarán a la figura del Presidente. Es lo que se llama el fenómeno del lame duck (el pato cojo).
Por eso, Trump no puede permitirse demoras. Su estrategia está clara: actuar rápido, dar resultados visibles y consolidar su influencia antes de que las dinámicas políticas típicas de una elección compliquen su gestión. Es un enfoque vertiginoso que va a tensar el mundo, pero que también quiere reflejar su estilo personal: directo, contundente y mediático. Tiene prisa, además, porque no todos sus decretos serán aceptados sin resistencia. Habrá batallas legales, oposición desde los Estados y cuestionamientos internacionales. Entrar en la Historia le va a costar.
Aún así, lo de ayer marca un inicio inusual y deja un mensaje inequívoco: Trump no está dispuesto a perder un solo día en su objetivo de transformar su visión de Estados Unidos en una realidad. Para sus seguidores, es una señal de compromiso; para sus detractores, una prueba más de su estilo polémico.
El reloj ya está en marcha. Y, como siempre con Trump, cada segundo cuenta.
Xavier Peytibi es consultor político en Ideograma, doctor en Ciencia Política y autor de la newsletter Política Creativa. Ha escrito Las campañas conectadas: Comunicación política en campaña electoral. Lea aquí todos sus artículos en El Independiente.
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