A Yolanda Díaz, que era la princesa de la boca de fresa de la izquierda, igual que la de Sabina, ya le hacen ghosting hasta los muertos, o sea Podemos. Podemos ya es sólo una taberna y una radio pirata, como los anarcoporreros de mi pueblo, pero sienten que pueden vacilar a la vicepresidenta, que ahora parece una tórtola mojada o un ángel caído con todo su estruendo de túnicas y plumaje. Yo no sé si quieren hacer de esto un ciclo político o incluso biológico, como los pólipos y las medusas, de manera que
cuando sucumbe Podemos surge Yolanda, con su cosa de sirena asalmonada, y cuando sucumbe Yolanda vuelve a surgir Podemos, ahí como del termitero de serrín de sus barras revolucionarias (siempre hicieron la revolución en las barras, con el culo plano y fijo y el alma y el codo heridos por cristales y cacahuetes, reales o ideológicos). Yo creo que la culpa es de Pedro Sánchez, que está ilusionando demasiado al personal con eso de las resurrecciones agónicas y los cuerpos incorruptos o gloriosos de la política. Todo el mundo se cree que puede volver del fracaso, de la decepción, de la contradicción, de la historia o del destino y colárnosla otra vez como si nada.
Podemos ya estaba jubilado por Europa o amargado con el botellín, que quizá son dos formas equivalentes de huida o de estafa. Pero ahora parece que quieren volver a ser lo que fueron, y eso que tampoco fueron tanto. Quiero decir que su mesías de cinturilla floja, sonsonete de cura y falacias de librito rojo, Pablo Iglesias, se fue aburrido de la política (él lo que quería era azotar o quizá ser azotado, pero siempre en lugares y sueños más oscuros). Y sus sucesoras, musas entreguerrilleras y entrepijas, Irene Montero e Ione Belarra, pusieron de acuerdo a casi toda España con un par de leyes dogmáticas, absurdas y aciagas que les obligaron a emigrar, bien en funicular hacia los
gallineros del Congreso, o bien en tren inverso de suecas hacia los gallineros de Europa. En el Congreso son literalmente cuatro gatos, gatos de ojos muy abiertos o brujos. Ya no tienen poder orgánico ni estructura local, sólo han quedado conserjes que fingen ser diputados o diputados que saben que sólo son conserjes. Pero yo creo que a Podemos lo animan Yolanda y Sánchez, que los dos siguen entre el desahucio, la contumacia y la irrealidad.
Todo el mundo se cree que puede volver del fracaso, de la decepción, de la contradicción, de la historia o del destino y colárnosla otra vez como si nada
Parecía que Yolanda se había apartado por pura modestia como parecía haberse aupado por pura modestia, aunque sea raro que uno se aúpe por modestia a semejante columpio de flores. Pero seguramente eso es una ingenuidad nuestra y ella resistirá por vanidad igual que se postuló por vanidad. Yolanda parecía haber renunciado a Sumar, o Sumar parecía haber renunciado a Yolanda, con lo que los dos conceptos o personalidades se disolvían en la misma espuma de gaseosa de la que salieron, hasta desvanecerse. Pero eso no pasaba porque ahí seguía Yolanda, todavía como de boda en el Gobierno, de presentación en la televisión y de diva en los salones, donde ella sigue
colgándose como un Botticelli de la izquierda. La verdad es que Yolanda era Sumar quitando espejos y Sumar era Yolanda vestida de superhéroe color chicle. Por eso nadie entendió ni entiende esa renuncia de Yolanda a los cargos orgánicos o al liderazgo rosa de Sumar, que es como si ella renunciara a sus pulmones rosas. Y ahí está, de nuevo, llamando a la izquierda a su falda, entre migas de pájaro, con sus bucles descolgados y aparatosos como las flores de su columpio.
Lo que ocurre, claro, es que ni Yolanda ni Podemos quieren morir. Menos ahí, donde están, o sea Podemos entre sus vomitonas de serrín y Yolanda entre sus vomitonas de flores. Yo creo que si Sumar quiere seguir siendo Sumar eso significa que Yolanda quiere seguir siendo Yolanda, esa marca política personal como la marca de harina fina. Si no, no entiendo que haya seguido ahí mientras ella y su sigla se desenvolvían y se desangraban en gasa como la momia viviente de una sacerdotisa egipcia, despellejándose en cada domingo electoral. Lo que quizá no es posible es que Yolanda y Podemos vivan a la vez, al menos fuera de una covacha. Podemos ha subido a costa de Sumar y Sánchez se mantiene a costa de ambos (es el más radical cuando le hace falta), así que el equilibrio de la supervivencia se hace difícil. Ahora Yolanda vuelve a necesitar a Podemos, pero Podemos, con el botellín de los resentidos en la mano, recuerda cómo Yolanda impuso vetos y destierros igual que un ángel rubio con espada, y quizá prefiere la venganza. Al fin y al cabo, a Podemos no le interesaba tanto gobernar como tener un minarete en el altillo del bar o una mazmorra en los bajos.
La izquierda vuelve a buscar no ya la unidad, que lo de la izquierda unida es un oxímoron y un sarcasmo, sino la supervivencia. Como siempre, lo hace con recelos, ajustes de cuentas y repartos soviéticos de paraísos, miserias y frío. Y, como siempre, lo hace después del fracaso. Yolanda y Podemos son muertos que se cruzan mientras uno sube y otro baja, o quizá sólo flotan en la incertidumbre o en la arbitrariedad de Sánchez. Los dos se evalúan mutuamente los purgatorios, los pecados y las purezas, ya
transparentes para estas almas que han viajado juntas tanto tiempo, pero en realidad nada depende de ellos, sino de Sánchez, que puede designar un nuevo Podemos rosa o una nueva Yolanda amoratada para colárnosla otra vez. Sí, uno no entiende que se pueda volver de ahí, de esa muerte a pedradas que es el fracaso, salvo que uno se inspire o se obnubile con el ejemplo de Sánchez. En todo caso, el milagro de la nueva / nueva izquierda dependerá del milagro de Sánchez. Y ya van siendo muchos milagros incluso para los más milagreros.
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