Espero que para cuando se vote el decreto ómnibus mutilado, probablemente a mediados de febrero, el PP haya afinado el argumento que explique por qué ha decidido votar que sí.

Entendíamos que el PP se opuso al ómnibus que fue derrotado en el Congreso -con los votos en contra también de Vox y de Junts- porque era un trágala en el que el Gobierno había mezclado churras con merinas, las pensiones con cosas que no tenían nada que ver, como, por ejemplo, la entrega de un palacete en Paris, que ahora ocupa el Instituto Cervantes, al PNV. Esto del palacete tuvo mucha relevancia y el PP lo convirtió casi en casus belli. El portavoz parlamentario del Grupo Popular, Miguel Tellado, llamó al PNV "partido aprovechategui", lo que provocó la furia de los nacionalistas vascos. Hasta el punto de que el PNV juró no volver a pactar nunca con los populares. Aunque ya sabemos que estas promesas se las lleva el viento. Sobre todo, viniendo de un partido que ha hecho del cambalache un arte.

El PP se encontraba cómodo en esa situación. El Gobierno había sido derrotado en el Congreso porque uno de sus socios, Junts, le había dejado tirado. Era la imagen de un ejecutivo débil, a merced de las exigencias de Puigdemont.

A pesar de que desde el Gobierno se negó por activa y por pasiva que el decreto fuese a ser troceado, como pidió el prófugo de Waterloo, el martes, día del Consejo de Ministros, Bolaños y Montero cerraron la negociación con Junts que, a cambio del sí, llevó a recortar el decreto de 80 a 29 artículos, además de concederle a los independentistas la tramitación de una cuestión de confianza, otra petición a la que el Gobierno había dicho que no cedería. La imagen de los ministros esperando durante dos horas a que se cerrara la negociación en una sala del complejo de La Moncloa reflejaba de nuevo de forma gráfica y un tanto humillante a lo que está dispuesto a llegar Pedro Sánchez con tal de salirse con la suya.

Pues bien, el martes a mediodía se supo que Junts votaría a favor del decreto que mantenía la subida de las pensiones, las ayudas al transporte público y las ayudas a la Dana, pero del que no había desaparecido la cesión del palacete de Paris al PNV.

¿Qué hará el PP? Esa pregunta nos hicimos todos y a casi todos los que seguimos la actualidad política nos salió la misma respuesta: o votará en contra o se abstendrá. Pero no. Núñez Feijóo, echando mano de X, despejó la incógnita: votará a favor.

Por lo que sabemos, ha sido una decisión del presidente del PP, avalado por algunos barones, como, por ejemplo, Moreno Bonilla. No es que los barones le empujaran a ello, no. Es que le dijeron que le apoyarían si lo hacía. Algunos dirigentes del PP se sorprendieron tanto como los periodistas, no digamos ya muchos votantes conservadores que todavía no se lo explican.

El PP, como cualquier partido, y aquí el rey es el PSOE, puede cambiar de opinión si considera que se ha equivocado o piensa que la rectificación le conviene políticamente. Pero lo que no puede hacer es dar una explicación que no se sostiene, que suena a improvisación o a camelo.

El viernes escuché con atención al portavoz nacional del PP, Borja Sémper, en la entrevista que le hicieron en Más de uno (Onda Cero). Sémper vino a decir que el voto a favor es "un mensaje político a los pensionistas". A saber, que ante la trampa que le había tendido el Gobierno al PP, su partido había decidido votar que sí para que ningún pensionista tuviera dudas de que el PP está a favor de revalorizar las pensiones.

El PP no ha explicado bien su cambio de opinión respecto al decreto de las pensiones.

Ese mismo argumento le hubiera servido al PP para votar a favor en el Congreso una semana antes y, así, evitar que Puigdemont demostrara que tiene a España a su merced. El PP podía haber dicho lo mismo y añadir que, aunque no estaba de acuerdo con algunos de los artículos del ómnibus, votaba a favor para que los pensionistas supieran que el PP no les iba a fallar. Incluso tragándose lo del palacete.

La falta de argumentos de Sémper para justificar el cambio de voto de su partido no es atribuible a su falta de cintura, que la tiene, ni a su torpeza oratoria, que no es ni mucho menos el caso. Simplemente se explica porque su partido carecía de un plan B. No había previsto lo que, con un político como Sánchez, siempre hay que tener previsto: que cambiase de opinión en el último momento y cediese a la presión de Junts y que, además, lo intentara vender ante la opinión pública como un éxito.

Así que lo que salió bien al PP la semana pasada, esta le ha salido mal. Espero, ya digo, que afinen en los próximos días el argumentario para no quedar como unos panolis.

Creo que, además de la improvisación, este giro copernicano se debe a un exceso de tacticismo, a un complejo de inferioridad en los temas sociales que le da toda la ventaja al PSOE para colocar siempre al PP a la defensiva. Sin razón para ello.

A Núñez Feijóo el tema de las pensiones le provoca una especial desazón. Reflejo condicionado por una metedura de pata en una entrevista en TVE con la periodista Silvia Intxaurrondo el 17 de julio de 2023, en plena campaña para las elecciones generales del 23-J. Feijóo afirmó que el PP siempre revalorizó las pensiones con el IPC, lo que no es cierto. Intxaurrondo, insistió en que no era verdad y el violento enfrentamiento ante las cámaras quedó como uno de los momentos cumbre de aquella campaña.

Pero, ese rifirrafe ocultó una gran verdad. Lo que nunca hizo el PP, ni durante la época de Rajoy, ni durante la de Aznar, fue congelar las pensiones. Cosa que sí hizo Rodríguez Zapatero. De hecho, las pensiones no subieron en 2011 fruto del ajuste que aplicó, obligado, el gobierno socialista en mayo de 2010. De esa forma, los pensionistas perdieron poder adquisitivo porque el IPC cerró en 2010 en el 3%. Zapatero no sólo congeló las pensiones, sino que también recortó el sueldo a los funcionarios.

Si esas medidas las hubiese adoptado Rajoy, no sé lo que estaría diciendo Sánchez. Pero el PP, en lugar de sacar pecho, cada vez que sale ese asunto, se arruga.

En mi opinión, el cambio de opinión del PP, ese "mensaje político a los pensionistas" votando que sí a un decreto que sigue sin gustarle está muy condicionado por ese complejo. Llamémosle, el complejo Intxaurrondo.

Feijóo tiene que hacer un esfuerzo para que su partido sea más coherente. Un poquito de disciplina no le vendría mal al PP. No puede ser que Esteban González Pons (que sigue siendo el vicesecretario institucional del PP) arremeta contra Trump en un artículo y que poco después tenga que ser desautorizado por el portavoz parlamentario del partido, Miguel Tellado.

Como tampoco se entiende que, mientras que unos le tienden la mano a Vox (vuelvo a citar a Tellado), otros vean en Abascal a un tipo del que hay que huir como de la peste (Semper). Por no hablar de la relación con Junts, un partido con el que se pueden pactar cosas (Sémper), o un grupo con el que no se puede ir ni a la vuelta de la esquina (Alejando Fernández).

Pese a todo, el PP es el único partido que puede ser alternativa de gobierno frente a la coalición que lidera Pedro Sánchez. Feijóo ha sacado al PP del abismo en el que se encontraba cuando se produjo la defenestración de Pablo Casado. Hoy es el partido con más poder territorial y local, es el partido con más diputados en el Congreso y el que lidera todas las encuestas (menos la de Tezanos, es natural). Pero, lo que no puede pensar Feijóo es que el poder caerá en sus manos como fruta madura. Sánchez ha demostrado que tiene capacidades desconocidas para mantenerse en el poder. Por eso, la coherencia no es una opción, sino una obligación. Si no quiere repetir lo que le pasó el 23-J.