Se sigue yendo gente de Vox por diferencias orgánicas, ideológicas o teológicas (Vox parece un papado, con Abascal en el trono de madera pero rodeado de un misterio o de una curia más silentes y poderosos que él). Ahora es García-Gallardo, vicebarón castellanoleonés, caballerete o gañán de domingo que se ha marchado encoloniado de honor, lealtad y otros lemas de medallón heráldico o de obrador, señalando a la “oligarquía” de Vox. De parte de esa oligarquía, suponemos, José Antonio Fúster, un tipo de apariencia cuadrangular o dolménica y orgullosa modestia, ha aclarado que “nadie es imprescindible, ni siquiera este humilde portavoz”, y ha reivindicado que lo que importa es “la marca”. Yo me acordé de Alfonso Guerra, que hablaba de las “cuatro letras” del PSOE para explicar su éxito, eso sí, antes de que se fueran cayendo todas una a una, como impúdicos velos de los siete velos (la última ha sido la P, que ya el PSOE no es otra cosa que Sánchez). VOX ataca mucho a la “partitocracia” y sus “oligarquías” pero ahí está, con la marca, la autoridad y el mazo, como todos.
De Vox aún se va la gente, lo que significa que siguen en guerra, en mitad de algún cisma, cruzada o purga, tirándose de las barbas conquistadoras o aqueas y de los santos pendones. O sea, aún no han llegado a ese beatífico estado en el que suelen quedar nuestros partidos y que se identifica rápidamente porque ya no se va nadie. Parece que el fondo de la cuestión, aunque Gallardo lo niegue en esa carta suya que está entre el Tenorio y la despedida de un marino mercante, es que todavía hay descontento en el partido por haberse ido en Europa con Orbán y no con Meloni, con las consiguientes excomuniones dictadas contra los rebotados. Yo en realidad entiendo ese alineamiento, que me parece tan lógico como ver a Abascal y a Orbán entrando juntos en un baño turco, entre afinidades, vapores y viril colegueo. Quedarse con Orbán significa quedarse con el sebo patriótico, los mostachones peludos, los pezones cortantes estilo Putin y los imperiales beatones góticos o glagolíticos que yo creo que mandan en Vox. O sea, acabar por fin con los pocos, ingenuos y ciegos liberales que quedaran. El objetivo de Vox es la pureza, pero no terminamos de saber la pureza de qué, porque siguen siendo eminentemente contradictorios, como todos los populismos.
Lo importante es la marca, y una marca es un contenedor vendible que puede cambiar la fórmula o el dogma, desde la Coca-Cola al PSOE sanchista. A pesar de que en Vox se fueron los tecnócratas y los liberales y parece que sólo quedan los falangistas con el brazalete y el pecho de lata y los señores de cocido y copazo; a pesar de que se abandona a Meloni con su cosa de madrastra liberal y se abraza a Orban como en la rozadiza lucha turca; a pesar de todo este proceso de purga o purificación, no terminamos de saber hasta dónde quiere llegar Vox porque no lo deja ver, es un partido no ya contradictorio sino quizá, simplemente, encubierto. Puede ser a la vez constitucionalista, antiautonomista, liberal, iliberal, identitario, antiidentitario, nacionalista, antinacionalista, nacionalcatólico, antisistema, monárquico, obrerista, falangista, euroescéptico, europeísta de MEGA, tecnócrata, negacionista, del campo, de los aranceles, aliado de autócratas de por allí y enemigo de autócratas de aquí (o al revés).
A Vox le gustaría poder hacer lo que hace Trump, es decir lo que hace Sánchez (con el poder, con la mentira, con las leyes, con la prensa, con los jueces, con lo público) pero mandando ellos, en el Falcon o a caballo
A mí me sigue haciendo mucha gracia que Vox pueda admirar a Trump pero no a Sánchez, que es lo más parecido que tenemos aquí, no por sus objetivos, claro, sino por sus métodos. O sea, que a Vox le gustaría poder hacer lo que hace Trump, es decir lo que hace Sánchez (con el poder, con la mentira, con las leyes, con la prensa, con los jueces, con lo público) pero mandando ellos, en el Falcon o a caballo. Todo esto de la “marca” me suena al significante vacío de Laclau, y todo eso de que el fin justifica los medios me suena no ya a Maquiavelo apócrifo sino a la hegemonía de Gramsci, con lo que al final Abascal parece más cerca de Monedero que de Orbán. Hasta ese discurso airado sobre los poderes perversos que nos manejan, sobre la democracia verdadera arrebatada al pueblo y sobre todos los elitistas enemigos que hay que combatir para salvarnos se parece al de Podemos. Son populismos especulares, lo que ocurre es que uno está muriendo y el otro asciende ahora, que es lo que ocurre con el péndulo de los extremismos, que en el caso de Vox a lo mejor es botafumeiro.
Se va la gente de Vox, a lo mejor gente que no se contentaba con eso de la marca que nos decía el señor portavoz, que parecía el portavoz de una marca lechera. Se va gente que a lo mejor sólo quería un poco de idea clara, de objetivo o de sitio. Atacan a la partitocracia, pero Vox es el partido más absolutista y vertical que tenemos, porque llega no ya a una cúpula como en la Moncloa o en Génova sino al Cielo desinfectado de los fanáticos. Se va la gente de Vox y van a quedar sólo los del Yunque, los del Valle de los Caídos y los de Amo a Laura, con mando único y el mazo orgánico, ideológico y teológico, más Abascal no de papa sino de sacristán. Por supuesto, entonces ya no hará falta que aclaren sus contradicciones ni descubran sus intenciones, que ya sabremos (ya vamos sabiendo, hace bastante) de qué van.
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