La paz llegará cuando un estadounidense casi todopoderoso y casi zumbado expulse a todos los palestinos y convierta Gaza en una Riviera de pueblitos alicatados, puertos de acuarela, resorts babilónicos y turistas deslumbrando con la gafota, la canilla y la vespa. Hasta ahora sólo teníamos aquella profecía cruda y no sé si esperanzada o fatalista de Golda Meir, la primera ministra israelí que hacía frases que servían igual para la diplomacia que para una lápida. Ya saben, eso tan duro como cierto de que “la paz llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros”. Nunca imaginamos que vendría Donald Trump como una especie de pocero nuclear, dirigiendo ejércitos de soldados, de millonarios, de ferrallistas, de paletos y de minions, para acabar con los esotéricos augurios y con el eterno conflicto por el resolutivo método de ocupar Gaza y plantar allí chiringuitos. Trump no ve en Gaza un cementerio, un atolladero ni una trampa, sólo un solar, que además ya está medio demolido, así como en oferta, como para el traspaso. El mundo entero es el solar de Trump ahora, apenas hay que mover alguna chatarra y algunos huesos.

Es la hora del chorrafuerismo de Trump, que como el de Sánchez no conoce límites pero esta vez alcanza a todo el planeta

Gaza será la Riviera con cráteres o Benidorm con blancas torres de nichos, una cosa que parece macabra antes que loca, imposible, ilegal o inhumana, pero en la mentalidad de Trump no es una cuestión de moral ni de legalidad sino de logística. Yo creo que todo es cuestión de escala, de que no entendemos sus escalas. Expulsar a millones de inmigrantes o a millones de palestinos para él es sólo cuestión de camiones, como si fueran grava. Es como lo de Groenlandia, que para los demás es como la luna que hay incrustada en el mapamundi de Mercator pero para Trump es sólo un cubito de hielo o un helado de menta que tiene al alcance, que quiere, que pide y que, si no se lo dan, lo cogerá porque puede cogerlo. Siente que puede hacerlo todo, un poco como Sánchez aquí. Es la hora del chorrafuerismo de Trump, que como el de Sánchez no conoce límites pero esta vez alcanza a todo el planeta. Podría ser una amenaza, como los aranceles, para forzar un acuerdo que comparado con lo loco siempre parecerá deseable. Lo que ocurre es que las amenazas se suelen lanzar para no cumplirlas, y no creo que sea el caso. Yo diría que Trump no lanza amenazas, sólo ofrece opciones.

Trump ve solares y negocios donde otros ven guerras y dioses, y la verdad es que no sé qué visión es más salvaje, aunque podrían estar a la par. Lo que ha hecho Trump es convertir una guerra santa y seguramente inacabable en una guerra vulgar, de fuerza o de dinero, con objetivos quizá ridículos pero sin duda mucho más modestos que los objetivos universales que suelen tener los dioses. Sobre todo, uno de los dioses en conflicto, que nunca quiso una tierra ni un estado, que ni siquiera quiere a sus hijos, esos hijos a los que se refería Golda Meir con su frase de humo como mármol o de mármol como humo. Como digo, los objetivos de Trump son más modestos que los objetivos universales de los dioses y hasta que los objetivos universales de los bienintencionados. El de Trump incluso puede ser un objetivo deseable, que una Gaza con terrazas y casinos, con gondoleros y ceviches, y unos gazatíes viviendo en paz en Egipto o Jordania, parecen mejor que una Gaza como una gran tumba de adobe y unos gazatíes atrapados entre las bombas de Israel y la tiranía suicida de Hamás. Pero en realidad lo de Trump parece ese plan que quería echar de su barco a Chanquete para darle un dúplex. Si Chanquete tuviera detrás a varios grupos terroristas, eso sí, y no a Julia con guitarrita. 

A lo mejor la profecía de Golda Meir, por incumplida o incumplible, es aún más cruel que la solución de convertir a Gaza en la Riviera, en Benidorm o en Verano azul con cementerio indio. La primera implica la guerra eterna y la segunda no deja de ser un crimen contra la humanidad, que así se considera el desplazamiento forzado de poblaciones, con el agravante esperpéntico de querer ponerle a ese crimen una sombrillita. La verdad es que ni los gazatíes ni los demás podremos nunca elegir si queremos una playa o una guerra, que siempre lo decidirán por nosotros. Decide Hamás por los gazatíes, sin ninguna duda, y decide Trump por el mundo. Este mundo que no ha cambiado su paradigma: cuando el derecho no tiene la fuerza, la fuerza vence al derecho. En Gaza, en Ucrania, en Groenlandia, en Somalia o en nuestra España. Todo lo demás que digamos es como si Julia con guitarrita y Chanquete con acordeón quisieran arreglar todas las guerras de los dioses y de los hombres, de los ricos y de los pobres, de los malvados y de los justos, de los cuerdos y de los locos.