Hubo un tiempo en que sus señorías se hablaban en el Congreso con refranes, coplillas y rimas, como ciegos de romance o cuarteteros gaditanos. Claro que Mariano Rajoy y Aitor Esteban tenían entonces, o tienen aún los dos, algo de compadres de barbería o de vecinos de fuente de cántaros. Y PP y PNV se entendían en aquellos tiempos bastante mejor, como a través de sus puentes romanos y sus azulejos de taberna, así que quizá no era tanto una época sino una sintonía. Era 2016, era la primera votación de la investidura de Rajoy, y él y Esteban se ofrecían o se tanteaban intercambiándose avisos de pícaro y guiños de manolo. “Si bien me quieres Mariano, da menos leña y más grano”, le decía Esteban desde la tribuna como desde un balconcillo de romería. “Si quieres grano, Aitor, te dejaré mi tractor”, le contestaba Rajoy, mal improvisador como siempre. Ahora, después de que Andoni Ortuzar se haya apartado, Esteban puede ser el nuevo líder del PNV, que es como ser rey godo, quizá un sonoro cambio en el nombre pero no en la estirpe. Después de todo, el PNV sigue mirando por su grano aunque ahora tenga otro tractor.

Rajoy y Esteban se prestaban el tractor, el borriquillo o el porrón mientras hacían rimas de molinero, pero no es que la política fuera entonces más pastoral o más galante. De hecho, ya estaba Rufián macarreando, y Podemos cambiando el lenguaje de la democracia hacia la violencia, o disimulando el lenguaje de la violencia en la democracia; y la izquierda / izquierda zurró de lo lindo a aquel PSOE que echó a Pedro Sánchez para consumar su famosa abstención. No, no eran los tiempos del Tenorio, con octosílabos para enamorar, convidar, engañar o matar. Lo que pasaba es que Rajoy y Esteban se entendían en su idioma agropecuario, ese idioma de los pactos de lindes, aparceros y esquilmos, que suelen acabar en vino y martinete. O, más bien, Rajoy se adaptaba al idioma agropecuario del PNV, que fue Esteban el que empezó a hacer romancero con los pesajes de fielato. Rajoy, sin duda, sabía que lo importante para el PNV era el grano y que le daba igual el tractor.

El PNV es ese nacionalismo como de romana, que sigue pensando básicamente en grano o en nueces, como Arzalluz, a pesar de toda la mitología y toda la craneología que le quieran meter a lo vasco. En esta Europa o en este mundo, salvo que uno coja el tanque o que Trump te conceda el paisito como una licencia de obras, igual que en Gaza, ya no tiene sentido un nacionalismo que pretenda conseguir una nación clásica, cartográfica. Lo suyo es ir consiguiendo la nación económica, si acaso con una cierta insularidad cultural, que en realidad es sólo la aspiración de un monopolio político (esos partidos que se identifican con la patria como truco sentimental infalible para asegurarse la hegemonía). O sea, el mito en los cartelones pero el grano en el bolsillo. La verdad es que también el nacionalismo catalán era así, Pujol era así, un señor que cambiaba de tractor como de calzoncillo largo, porque lo importante era el grano. Lo que ocurrió en Cataluña fue que se pasaron con el cartelón, en un intento de asegurarse la hegemonía, y los herederos de los herederos del señor del tractor y del grano ya terminaron por creerse el cuento. 

Aitor sigue siendo el del tractor, aunque el tractor que le prestó Rajoy ya se devolvió o se desguazó y ahora lleva otro, ese tractor de hortera, como el tractor amarillo de la canción, de Sánchez

El PNV va a cambiar de líder, que uno tampoco los distingue mucho, como cocineros que cambian en sus turnos de cocina. Y no los distingue uno mucho, o nadie en realidad, porque siguen estando a lo del grano. Todos los del PNV, más que con el árbol bíblico o con la antropología megalítica, se nos presentan igual de enharinados en ese grano, en lo suyo, indistinguibles, impersonales y eternos como monjas confiteras. El PNV no le ha pedido a Sánchez ninguna revolución porque están con lo del grano. No le ha pedido que se hable euskera en Europa, ni le ha pedido ningún referéndum, porque están con lo del grano. Si acaso, le pide un palacete, no como un palafito simbólico o folclórico de la patria sino como bien tangible y hasta comestible, que también parece enharinado, listo para hornear o freír. En cambio, los catalanistas, que se creyeron el cuento, ya lo quieren todo, o sea su utopía subvencionada con nuestro cereal, y no lo piden con refranes sino con chantajes chatarreros. Todos aquí se han entendido con el nacionalismo a través de ese lenguaje suyo como el de los carreteros, pero Sánchez está dando el grano y la mitología, les está consintiendo lo posible y lo imposible, y eso, como consentírselo a los niños, sólo puede terminar en ruina y en caos. 

Aitor sigue siendo el del tractor, aunque el tractor que le prestó Rajoy ya se devolvió o se desguazó y ahora lleva otro, ese tractor de hortera, como el tractor amarillo de la canción, de Sánchez. Aitor sigue siendo el del tractor, o más bien el del grano, y ésa es la fiabilidad del PNV, dentro, eso sí, de la variabilidad del tractor y del tractorista. O, al menos, ésa era la fiabilidad del PNV. Ahora que a Feijóo le basta con el arado de Vox y que la cosecha sanchista está dando lo que está dando, el PNV podría quedarse por mucho tiempo sin el tractor del PP. Ya sería sólo el tractor del PSOE o bien el hambre, que en su caso yo me imagino desconsolada y desconsoladora como el hambre de sus orondos cocineros, como el hambre de los gigantes. Más vale que vayan acumulando grano, o que vuelvan a ir ensayando rimas de cabañuelista, gracias de chispero o venganzas de don Mendo.