Giovanni Sartori es un teórico de la política de origen italiano que en 1997 escribió lo siguiente: "El homo sapiens se desarrolla en la esfera de un mundus intelligibilis (de conceptos y de concepciones mentales) que no es en modo alguno el mundus sensibilis, el mundo percibido por nuestros sentidos. Y la cuestión es ésta: la televisión invierte la evolución de lo sensible en inteligible y lo convierte en el ictu oculi, en un regreso al puro y simple acto de ver. La televisión produce imágenes y anula los conceptos, y de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra capacidad de entender". 

Por sentencias como éstas, el libro Homo Videns. La sociedad teledirigida fue polémico y tuvo defensores y detractores. Para los últimos, el análisis rezumaba elitismo y falta de comprensión del papel y potencial de la televisión y de otras formas de comunicación no escrita; mientras los defensores proclamaban que, por fin, alguien había sistematizado de forma clara las causas del declive de la política.

Muchas de esas polémicas afirmaciones se entienden mejor si se toma en cuenta que el libro se escribe en el contexto del ascenso político de Silvio Berlusconi y, como era de esperarse, a un italiano ilustrado como Sartori le debía parecer tan inexplicable ver al expresidente del AC Milan presidiendo el Consejo de Ministros, que lo mejor que se le ocurrió fue tirar de argumento grueso y señalar como causa a la atrofia que la televisión había provocado en la capacidad de abstracción de sus electores, con el agravante de que Berlusconi era uno de sus dueños.

Siguiendo en Italia, Umberto Eco narró la siguiente historia para advertir del peligro que corremos como ciudadanos por estar tan pendientes de la política como reality. Cuenta que iba por un camino rural, escuchando las sesiones del Senado a través de la única emisora de radio a la que tenía acceso, cuando, al prestar atención a los debates, se sorprendió por la relevancia de las leyes que se discutían, más aun porque no se había enterado de las reformas que se pretendían hacer a pesar de ser, como él mismo señala, un hombre informado. Hizo memoria para recordar los temas que habían tratado los medios y líderes de opinión durante esos días y cayó en la cuenta de que habían estado copados por la polémica provocada por la enésima boutade de Berlusconi, lo que dejó sin espacio a otros asuntos como los que eran objeto de deliberación en el Senado. Concluía que la política, transformada en un show donde los políticos compiten por captar la atención de una ciudadanía mutada en público espectador, hace que se deje de debatir los contenidos de las políticas para centrarse en el espectáculo.

Ojo, el problema no es hablar de la última ocurrencia del presidente del gobierno o de la última performance protagonizada por una presidenta autonómica, el asunto de fondo es que sólo se hable de eso y que tanto las personas como los medios adopten el rol de sujetos pasivos que reaccionan a la agenda marcada desde las jefaturas de gabinete de los gobiernos. 

Es un hecho que la política ha cambiado con la televisión y que seguirá haciéndolo debido al impacto de las formas de comunicación que han ido apareciendo. A menos que nos pongamos nostálgicos como Sartori, lo apropiado es preguntarse sobre los aspectos negativos y positivos que tienen esas nuevas formas de comunicación. Ya en su momento la radio y más tarde la televisión marcaron el fin del mitificado partido de masas, sin embargo, la representación política y los partidos siguieron funcionando y  Europa produjo esa maravillosa mezcla de Estado del Bienestar y Democracia que caracterizó las décadas de 1970 y 1980 y que, más allá de sus fallas, posiblemente represente el momento más avanzado de la Historia en cuanto a gobiernos generando bienestar social y político.

El asunto de fondo está en lo que se cuenta o se quiere comunicar y cómo. Así, por ejemplo, el debate político en la televisión de España tiene cada vez más el formato de los programas y medios que informan sobre fútbol. Por eso no debe llamarnos la atención que dos de los referentes de esos espacios sean Antonio García Ferreras, exdirector de Comunicación y Contenidos del Real Madrid, y Eduardo Inda, exdirector del periódico deportivo Marca. Ahora hay básicamente dos modelos en los programas que hablan sobre política: 1) los que adoptan una línea editorial claramente marcada por la preferencia por un equipo, a la manera del periódico Sport y el Barcelona FC, y 2) los que reproducen el modelo del Chiringuito de los Jugones, donde cada participante va a representar y defender ciega y ferozmente a su equipo magnificando en el equipo contrario los mismos defectos y errores que relativiza o matiza en el propio. Los dos formatos se parecen en que trasmiten una visión de la política en la que desaparecen los puntos de encuentro y el reconocimiento de la pluralidad y la diferencia que fundamenta los sistemas democráticos. Y esto no es bueno para la democracia.

Espectáculos como el que protagonizó el gobierno de Colombia contribuyen a ratificar y aumentar los prejuicios contra la política, lo que no beneficia a la democracia"

Un salto cualitativo en la política televisada ha sido el Sálvame protagonizado por el presidente Gustavo Petro –convertido en una especie de Jorge Javier– y su gabinete. Lo que se suponía un ejercicio de transparencia y rendición de cuentas acabó siendo un espectáculo de reproches y diferencias entre las personas que integran el gabinete, donde, como en Gran Hermano, cada uno tiene un rol, siendo Laura Sarabia "la mala", Armando Benedetti "el malo loco" o Susana Muhamad "la sensible". Pero más que para poner en evidencia a los ministros, el espectáculo sirvió para retratar al presidente Petro y mostrar de qué lado está. Menos de lo importante, se habló de todo: de sancocho, de tipos de sancocho, de lo malos que son los gringos y de series de narcos. Solo faltaron las mariposas amarillas.

También hubo risas, sollozos, lamentos y  gratitud a dios. Se diagnosticó locura, hubo  declaraciones de amor y se entonaron mea culpa. Pero sobre todo, quedó patente el cinismo del presidente Petro cuando, por ejemplo, echó en cara al ministro de Educación la falta de puntualidad, a pesar de que él mismo es conocido por no respetar el tiempo ajeno, algo que me consta al haber estado sentado más de una hora esperando su visita a la Universidad de Salamanca, demora por la que ni hizo amago de disculpa en el momento de su intervención pública en el Paraninfo. 

Sin quitarle valor a la posibilidad de que la ciudadanía esté enterada de cómo se toman las decisiones que la afectan y reconociendo el valor de la transparencia, espectáculos como el que protagonizó el gobierno de Colombia contribuyen a ratificar y aumentar los prejuicios contra la política y las personas que están en ella, lo que no beneficia a la democracia. Además, aunque no me atrevería a señalar la involución intelectual de los electores para explicar los efectos de la televisión en la política actual, no me cabe duda de que, ahora, la política es parte del show business televisivo y de que los políticos se esmeran en alejarse de la vieja imagen de "hombre de Estado" para convertirse en actores de un espectáculo que tiene nuestra total atención. Al mismo tiempo, cada vez pasan más desapercibidas las decisiones de política pública que toman en el gobierno y pasa a segundo plano lo que es en sí la causa última para la que fueron elegidos. Y esto, tampoco es bueno para la democracia.


Francisco Sánchez es director de Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer los artículos que ha publicado en El Independiente.