Toda España está en los tribunales como si estuviera en los toros, mirando bajo nuestro sol de tortilla o de cocido, nuestro sol de Paco Gandía, a artistas y cagones, señoritos y patilleros, estraperlistas y vedetes, viudas y aguadores, asaduras y babas. Luis Rubiales, que pega besos como con desatascador quizá porque se cree un fontanero porno; Nacho Cano, que ha envejecido mal, hacia atrás, hasta hacer los 80 más antiguos de lo que son, un poco como Miguel Bosé (los dos están hostigados por sus ideas casi tanto como por su música)… Hay días en que hay atasco en los juzgados, y uno quiere escribir de un asunto y no se decide porque se encuentra con que están media España y medio Gobierno pendientes del abogado, del jurisconsulto, del perito, como si estuvieran pendientes del médico, con la mala o la buena noticia entre sus anchas mangas de mago. Luis Medina, señorito tieso con velas de mocos de velero y negocios como sablazos heráldicos; Gonzalo Boye, siniestro, escurridizo, acumulando pasaportes, peluquines, condenas y sospechas, como un pistolero… Sí, esto está lleno hoy, y eso que no cuenta uno a la cuadrilla de Sánchez.

Hay días que son de tribunales como otros son de excursión o de entierro, y nos pasamos la jornada haciendo turisteo, pícnic o hipocresía alrededor de nuestro sistema legal como alrededor de la fuente ornamental, la cerámica apícola o el muerto que casi parece una tarta. Hay momentos y personajes más espectaculares, por ejemplo cuando Begoña Gómez va a declarar como en papamóvil, con Guardia Suiza, gran distancia sagrada y largo silencio sufriente o contemplativo, entre la ostentación, el recato y el misterio. Otros, como Gonzalo Boye, siempre como reptando, como uno de esos apandadores bajitos de Tío Gilito, son bastante más oscuros, aunque éste no deje de ser un portento interesante, abogado o consigliere de Puigdemont, condenado por colaborar con ETA y redactor inverosímil o vergonzoso de leyes sanchistas. La cosa puede ser desigual, pero un día lleno de juzgados aquí es como un día lleno de procesiones.

Yo creo que nadie o casi nadie mira o busca la pureza de la ley, que es como la pureza de las artes, un parnasianismo antirromántico, una antigualla grecolatina. El juzgado español es más bien como el entierro español, algo que provoca la curiosidad, el morbo, la jindama o la parcialidad, y que da consuelo, pena, grima, indiferencia o alegría dependiendo del muerto o la familia del muerto. Hasta el juez parece, en el fondo, un cura ceniciento de encajes, infiernos y latines. Pero ya nos ha enseñado el juez del caso Rubiales, que parece el profesor Shorofsky de Fama, ignorado por clásico e irascible por incomprendido (o quizá al revés), que aquí nadie sabe qué es un tribunal, ni un juicio, ni la justicia. A estos futboleros de futbolín, tanto con el micrófono como con el cubata sólo les sale el vacile. Y eso que, como digo, pueden estar en su propio entierro, un entierro por un beso de calentura y tisis. A los políticos les pasa lo mismo, claro, porque aquí el fútbol es política o, en general, aquí todo pasa por la política, de los negocios a la gloria.

La ley va por un lado y el político o el español va por otro. Algunos, con suerte o maña, pueden vivir largamente sin que la ley les toque, que por eso se terminan creyendo intocables

La ley va por un lado, con sus códices y sus misereres, y el político o el español va por otro, con sus coleguillas. Algunos, con suerte o maña, pueden vivir largamente sin que la ley les toque, que por eso se terminan creyendo intocables (Sánchez incluso se ha atrevido a legislar para esto, para que la ley no toque a sus socios). Otros se encuentran con que la Fiscalía depende de quien depende. Y otros, como Nacho Cano, se encuentran con que la pasma (que también depende de quien depende) se ha llevado a sus becarios o querubines a las mazmorras. Nacho Cano asegura que lo persiguen por sus ideas, por ser de Ayuso como Mario Vaquerizo o como el mismo Satán, y de hecho la justicia le va dando la razón en eso de tener aquí a sus becarios con taparrabos, como cantores guaraníes de La misión. Pero ya nos damos cuenta de que, antes que la ley, se miran las afinidades y hasta las pintas. Nacho Cano no sólo es ayuser, sino que parece comido por zombis ochenteros de Michael Jackson o de Alaska. Han envejecido mal, ya digo, él y su música, que los dos se quedaron como en el musical de instituto, y estas afinidades y decrepitudes ochenteras, frikis e ideológicas enseguida nos hacen pensar en otro Miguel Bosé entre la melancolía y el cuelgue. Pero así somos los españoles, injustos en los entierros, en las bodas y en las ferias, donde por cierto parece que está siempre Luis Medina, de gorrón maqueado y de sablista de panoplia de sables.

Por los juzgados como cementerios o como corralas vamos viendo toda España como en personajes de sus sainetes y zarzuelas, y también a los españoles como morbosos mirones, rápidos enterradores y sucios matarifes. Lo que nos pasa es que no entendemos una ley para todos, ni cómo debe funcionar una ley para todos, quizá porque estamos rodeados de comadres, pícaros y ventajistas. Sánchez, el mayor ventajista de todos, no quiere leyes universales sino leyes del embudo y no quiere otros jueces que él mismo. A la ley la llamarán conspiración mientras ellos son los que conspiran, y la llamarán persecución mientras ellos son los que persiguen. Toda España está en los tribunales como en los toros, sin saber de leyes y sin saber de toros.