El PP ya gana pequeñas votaciones en el Congreso, mientras los indepes siguen con el cálculo, el chantaje o la putadita y las propias ministronas del Gobierno se pelean como consuegras en la mesa, con dientes de la Pantoja y sin dejar de pasarse el salero. La votación era simbólica pero significativa, porque la energía nuclear es un coco de la izquierda, como Mercadona, Nacho Cano, los filetones chorreantes y las pulseritas con bandera de España, agresivas como galones de sargento o como cocodrilos de Lacoste. La petición del PP para extender la vida de nuestras centrales nucleares no es vinculante, pero además de volver a dar cuenta de la debilidad o más bien flojera de Sánchez, va abriendo el debate sobre un modelo alternativo no ya de gobierno o de país sino de mundo o de racionalidad. Es imposible extraer energía de las pegatinas, no se puede vivir del brócoli ni de dinamos de las bicis de las feministas (ahora no sé si van o pueden ir en bicicleta, como si nos lo preguntáramos de las monjas). Ni siquiera podríamos vivir de los enchufes sanchistas, esos enchufes de castillo de Frankenstein. La verdad es que del relato no se puede vivir, o sólo puede vivir Sánchez.
La energía nuclear sufre varias supersticiones amontonadas, y la primera, incluso antes que las muchas supersticiones de la izquierda, es la superstición sobre la ciencia. Quiero decir que la gente no sabe cómo funciona la energía nuclear, ni en realidad sabe cómo funciona nada, no ya su microondas sino ni siquiera la manzana de Newton, así que sustituye la ciencia por superstición. Por eso hay gente que cree que su microondas le está bombardeando de radiactividad la sopa, o que el móvil le va a provocar un cáncer en la mollera que tienen hueca, o que un alimento transgénico va a hacer que le salgan tentáculos por las narices. Igual que cree que unas piedras o una pulserita le van a dar “energía vital”, sea lo que sea eso, o que la posición en el cielo de una agrupación arbitraria de estrellas en el momento de su nacimiento determina su futuro.
Aún hay horóscopos, y videntes vestidos como sacerdotes egipcios o como medusas, y amarres mágicos, y terraplanistas con argumentos y conversaciones que parecen de Epi y Blas, y pretendemos que el personal entienda la necesidad y la seguridad de la energía nuclear actualmente. Por ignorancia científica, más la culpa de los tebeos, las pelis o los Simpson, nuclear suena a monstruo mutante, a negocio cruel, a contaminación indeleble, a fin del mundo de Terminator, a morir despellejado. Aquí además se une la propia superstición sobre la muerte, porque lo nuclear lo han convertido en icono de la muerte, el hongo atómico como la calavera de las botellas de veneno de las brujas. Y a la muerte, ya saben, ni se la mienta. Pero las centrales nucleares modernas son muy seguras, lo de Chernóbil fue más culpa del comunismo que de la ingeniería nuclear, y los nuevos diseños podrían resistir hasta lo de Fukushima.
Todavía nos queda la última superstición, la de la izquierda, que vende identidades y vende iconos, y el nuclear es uno de ellos, en este caso un dos por uno, que les entra en el pack militarismo / pacifismo y ecología / desastre
Por la ignorancia o por las pelis, lo nuclear aún nos suena a sirena de alarma y a cementerio industrial o humano, pero además de ser segura, la energía nuclear genera poca huella de carbono y la cantidad de residuos es mínima en comparación con los residuos tóxicos de otras industrias. Los reactores de última generación incluso podrían utilizar como combustible los residuos de los reactores más antiguos, cosa que no sé si dejaría antes sin negocio al señor Burns o a los de Greenpeace. Claro que todavía nos queda la última superstición, la de la izquierda, que vende identidades y vende iconos, y el nuclear es uno de ellos, en este caso un dos por uno, que les entra en el pack militarismo / pacifismo y ecología / desastre. La iconografía se mantiene por encima de la lógica y por encima del progreso, de manera que la energía nuclear sigue siendo el mal sólo por no cambiar las pegatinas o la clientela.
Por las pelis o por la izquierda, lo nuclear nos suena sucio y criminal, como todo el capitalismo sucio y criminal. Pero la energía nuclear es segura, limpia y, sobre todo, es que no tenemos otra, a menos que consigamos reactores de fusión prácticos y escalables, que no parece que sea pronto. Las energías renovables, de momento, aún necesitan el respaldo de fuentes estables y continuas. Y si no queremos agravar el cambio climático (lo siento, pero el cambio climático es cierto, es por nuestra culpa y nos puede costar la extinción), este respaldo tendrá que ser nuclear. Aunque yo creo que ya hay cierta sensación de decepción o estafa con las renovables, que hasta nos salen en los Goya, como hace unos años, causando renegridos dramas rurales: cuando el personal o el pueblito no moría por los aerogeneradores, moría por las placas solares o moría de la misma pena que sus vacas. De todas maneras, yo creo que morirían igual por las contradicciones de la izquierda.
El PP va ganando sus cositas, aunque más que abrir perspectivas legislativas se limiten a abrir perspectivas conceptuales, que no es poco para lo que le cuesta a Feijóo hacer algo. Claro que casi cualquier victoria que contradiga a Sánchez, su visión pervertida y perversa de la política, de la democracia y hasta de la lógica, será digna de aplauso. Diga lo que diga Sánchez, o precisamente porque lo dice Sánchez, si queremos sobrevivir no nos queda otra opción que la energía nuclear, aunque nuestras centrales sean ya una carraca, que es lo que suele ocurrir cuando sólo se las mira esperando y celebrando su muerte. Tendrá que ser la energía nuclear, no podrá ser ni el gas ni el petróleo ni el carbón. Ni las pegatinas, por supuesto. Ni siquiera ese pin que lleva Sánchez en la solapa, que está entre caramelo Chimos (caramelo para sus socios y para todos) y puerto de carga para el robot narcisista que es él. No, no hay otra. Para sobrevivir sin nucleares tendríamos que volver al neolítico o ser todos el presidente del Gobierno. O, al menos, familiares o colegas con puerto de carga, o sea enchufe.
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