El gran genio de la comunicación se sentó este jueves en el estudio de Hoy por hoy, el programa de Àngels Barceló, y realizó una soberbia defensa del fiscal general del Estado. No fue el suyo un alegato cualquiera, dado que el brillo siempre acompaña a los ilustres y sus palabras dejan en el alma un poso que perdura, escrito en tinta china. Diríase que fue una intervención sesuda y poseedora de unos altos estándares democráticos, como no podía ser de otra forma en este caso concreto.

Afirmó este ciudadano ejemplar que Álvaro García Ortiz "hizo extraordinariamente bien" en borrar los mensajes de su teléfono, "visto lo visto". ¿Y qué es lo hay que ver? Algo que no es agradable. Fango y suciedad. Un "contexto general" en el que "la derecha está llegando a unos límites" hasta ahora desconocidos por haber "judicializado la vida política" más allá de lo digno y decente.

Podría haber quedado ahí la cosa, pero no fue así. Los ejercicios pueriles de sofismo no son habituales en el gran genio de la comunicación. Al revés. Suele acostumbrar a repartir entre su audiencia reflexiones sinceras e independientes, pero sobre todo agudas y abisales. Por eso, desde la introspección, quitó hierro a la presunta revelación de secretos que se investiga en el marco de la querella de Alberto González Amador, pareja de Isabel Díaz Ayuso, por la difusión de un comunicado sobre su causa con la Agencia Tributaria. ¿Cuál es la postura del gran genio de la comunicación al respecto? Que "es un secreto que se ha demostrado que no lo era porque varios periodistas ya lo habían hecho público y era conocido por cientos de personas". Por lo tanto -intuimos-, tampoco es tan grave. Sálvese al fiscal.

La importancia de ser demócratas

A lo mejor el lector defendía una posición contraria antes de comenzar la lectura de este artículo, pero ha decidido cambiar de parecer tras conocer la argumentación de todo un catedrático de Comunicación y -obsérvese- experto en dialéctica. La democracia es sin duda eso: esforzarse por escuchar las posturas de los cercanos y los alejados para intentar comprenderlas y, una vez ahí, en el territorio del intercambio respetar siempre los consensos y los disensos.

Reconozco que en lo personal, en un principio, me pareció una tomadura de pelo que el gran genio de la comunicación apelara tantas veces a la necesidad de limpiar de fango y zafiedad el espacio público mientras defendía las tesis del Ejecutivo desde la SER, sin apenas crítica. O mientras utilizaba su influencia para vender programas a Radiotelevisión Española. Luego pensé que mi postura era demasiado radical, dado que, como empresario, también tenía derecho a participar en ese mercado, ¿por qué no? A fin de cuentas, las tramas que circulan sobre su cercanía a los gobiernos socialistas están solo compuestas de ficciones.

La realidad es que, en el libre mercado, quien puede vende y quien hace méritos con productos mejores que los de quien tiene al lado, prospera. La televisión pública invirtió 5,5 millones de euros en uno de sus proyectos, que derivó en la vuelta de Julia Otero a sus platós. Un buen día, en una muestra de independencia, invitó a José Luis Rodríguez Zapatero a su plató y a lo mejor a alguien le entró la risa floja al comprobar que, aquel día, el gran genio de la comunicación ejerció de contertulio y de coentrevistador del expresidente, a la par que de productor. Triple función. Multifacético. Un hombre orquesta.

La entrevista fue dura. Diríase que le recibieron a cara de perro, no vaya usted a pensar que una figura de esa talla iba a perder la oportunidad de preguntar al exmandatario por cuestiones chino-venezolanas. Y, si no lo hizo, fue por un lapsus o por no enfangar el debate público.

Tiene cierta deuda este país -ingrato y tacaño con sus ilustres- con el genio de la comunicación. Mientras otras productoras venden a la televisión pública productos burdos e incluso soeces, la suya, o la que era suya -ahora de Prisa- elabora programas de entrevistas, de ciencia y de debate de nivel. Lo mismo sucedió cuando el Gobierno de Zapatero -el invitado- le encargó la ímproba tarea de montar una televisión. En lugar de apostar por lo chabacano, por la telebasura, estableció LaSexta, dedicada al humor y a la información antes de que la comprara Atresmedia. Mientras Mediaset ensuciaba, el gran genio de la comunicación, junto con su antiguo socio, Jaume Roures, iluminaban el camino a los españoles. Siempre, además, sin meterse con nadie. Ni con Vasile ni con Cebrián, ni permitiendo que nadie acosara desde su canal a periodistas de la competencia. Tampoco eso sucedería jamás desde El País, donde sus no acosadores son tan ejemplares que incluso les contrata el Gobierno como asesores, como a don Idafe Martín, otro de los productos de la factoría de talentos generacionales del gran genio que nos ocupa.

Esa España ingrata

Prepara estos días nuestro genio, desde su despacho en Prisa, un nuevo proyecto que, como siempre, lanzará de forma desinteresada, fiel a su estilo, independiente e indomable con quien manda. Es un canal de televisión que será bueno, bonito y barato; y que depende de que el Gobierno le conceda una licencia de TDT, cosa que está por ver.

Cuentan desde la editora de El País que esta cadena -que dirigiría Fran Llorente- concederá mucha importancia a la información y el análisis dentro de su parrilla. Es de suponer que serán del mismo tipo que los que el gran genio de la comunicación recitó el jueves en el estudio de Àngels Barcelò. ¿Pero cómo va a ser una revelación de secretos algo que ya sabe todo el mundo? Dejen libre a ese fiscal.