Suele ser habitual que los oídos mal entrenados confundan la mer con la merde al escuchar hablar a un francés, a un valón o a un marroquí. Habrá quien piense incluso que la primera expresión, que hace referencia a 'la mar', podría pronunciarse en español con distinto significado, que es el de pasar la lengua por algún sitio. Sobre la segunda –la merde– en cambio no hay ninguna duda. Quien haya vivido en un país francófono durante unos cuantos años, sabrá de las diferencias entre la mar y la mierda; y quien sea bilingüe al español tendrá claro que a la acción de dar lengüetazos a algo o a alguien se le llama lécher, dado que la mer es eso, la mar.
También hay cierta diferencia entre lécher y laper, pese a que se traduzcan igual. Si el hablante quisiera afirmar “el gato lame su leche”, sería más correcto emplear 'laper'. Le chat lape son lait. El animal lame para beber. En cambio, si pretendiera aludir a la acción de lamer con cierta afición o insistencia, dedicándose a objetos más consistentes, lo correcto es emplear el primero. El perro lame su hueso se traduciría como Le chien lèche son os. Leo siempre a Gregorio Morán y este fin de semana ha comparado en su artículo a Idafe Martín con un jabalí. Diría que por una vez no estoy de acuerdo, dado que su labor ha sido durante este tiempo más propia de un perro guardián. Le chien lèche son os.
El perro lame y lame, quizás por aburrimiento o quizás con la esperanza de desgastar el elemento óseo que le han echado, ajeno a la opinión de quienes le rodean y se preguntan qué pretende. Desgastar un hueso a lametazos es complejo. Tarea de soñadores. Suele ser habitual a los 47 años haber visto desfilar determinadas esperanzas juveniles que, en realidad, son fantasías inmaduras, pero en el caso de Idafe hay algo que no terminó de cocinarse. Quizás por esa razón, cuando Pepa y José Miguel le pusieron el hueso delante, en lugar de aplicar la prudencia que aconseja la madurez, se dedicó a morderlo –mordre– y a lamerlo de una forma que podría definirse con lécher. Demostró pura obsesión en la tarea, que rozó incluso lo enfermizo.
Lo que sucede es que algo fallaba en su empeño porque ni desgastó el hueso ni acabó con el barro. Mientras Idafe pensaba que limpiaba la merde –¿y qué es el fango?–, el periodismo que todavía conserva cierto contacto con la realidad le veía, en realidad, lamer. Lécher, para ser más exactos.
El can está canino
No suelen afectarme los improperios de la semoviente ni los ladridos de los cánidos, así que solía reírme cuando alguien me enviaba algún mensaje en el que me informaban de que Idafe había hecho algún comentario sobre mi ideología –"ultra", "facha", "falangista", cosas que me repugnan, por cierto– o sobre mi físico. Yo mismo me metería con mi fealdad si fuera otra persona y me cruzara conmigo. Lo que sucede es que este tipejo también solía faltar al respeto a personas a las que aprecio, de las que conozco problemas, familias y desvelos, y a las que he leído bastantes más informaciones periodísticas de las que Idafe puede incluir en su escasa hoja de méritos, que no va mucho más allá de lo que definen los verbos lamer y morder. Cuando observaba los improperios que dedicaba a los otros –con insultos incluso y situaciones que rozaban el acoso– he de reconocer que me molestaba.
Lo que más sorpresa me generaba era comprobar que lugares que todavía se consideran como bastiones contra la sinrazón de los nuevos tiempos, como El País y la Cadena SER –en los que te piden suscribirte porque ofrecen lo contrario– concedieran tanto espacio a Idafe para que escupiera sus exabruptos contra unos y otros. No sólo contra los medios pequeños y plumillas irrelevantes, como quien firma esto, sino también contra primeros espadas del periodismo. Me consta que dentro de sus medios aquella permisividad causaba extrañeza e incluso cabreo.
Un tiempo después, se me iluminó la bombilla y pensé en José Miguel... y en lo que permitió con Ángel Martín en otro ámbito, otro medio, otra época y otro lugar, y entonces lo entendí todo... y, en realidad, me conmiseré por Idafe. Porque, al igual que en el pasado utilizó a personajes de este tipo para sus cuestiones empresariales, ahora hacía lo propio para echar una mano al Gobierno en su batalla contra los 'pseudo-medios', que, en realidad, estaba dirigida contra los periódicos que contaban –y cuentan– cada mañana lo del fiscal, lo de Begoña, lo de Koldo, lo de Ábalos y compañía.
"Si yo fuera él, también habría borrado los mensajes del teléfono", dijo el otro día José Miguel, refiriéndose a Álvaro García Ortiz. Creo que a estas alturas está claro en qué charca abreva cada uno. La de José Miguel... y también la de Idafe.
La ínsula
Ha provocado muchos comentarios, en días pasados, el fichaje de este último como asesor de Comunicación del Ministerio de la Presidencia, con sueldo público, mesa, boli y pin. Hay quien se ha llevado las manos a la cabeza. Yo lo veo un premio justo y merecido. Después de dos años de batalla contra la fachosfera y de tuiteo intenso –del que cuesta divorcios a cualquiera–, era lógico que Pedro Sánchez le premiara con una ínsula. Dure lo que dure, y gane lo que gane, será poco, dado que hay trabajos que no estarían bien retribuidos ni aunque se les dedicara una fortuna. Suele ser correcto, para definirlos, emplear los verbos lamer y morder. Vida perra, actividad perruna, premio al can, caricia en la cabeza y a otra cosa.
Desconozco si le habrán animado en Moncloa a que mantenga la misma estrategia desde ese departamento, desde el que tantos ataques y premios se han distribuido desde que empezó la legislatura, con actitud despótica y con una filosofía peronista y destructiva. Supongo que, una vez ha recibido el premio, le destinarán a leer la prensa, recortar artículos con tijeras de punta redonda y mandar algún correo. De lo contrario, a lo mejor el presidente caería en un renuncio y comenzaría a enmierdar –la merde– el ambiente, lo cual no ayudaría a limpiarlo de fango, que es lo que anunció que haría. ¿Acaso no sería eso una contradicción y una traición a sus principios?
Habría que advertir a Sánchez que, si quiere regenerar la democracia y limpiarla de toxicidad, le ponga a Idafe a hacer solitarios, a leer revistas o a pasar la mopa. Y que no le deje entrar en Twitter.
Disculpen por haber escrito de algo tan poco importante. No volverá a pasar.
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6 Comentarios
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hace 2 días
Me ha reconfortado después de soportar tantos años el imperialismo lingüístico de los hijos de la Gran.
De aguantar a estupidos singermornings ( Cantamañanas por sus siglas en español) meterme anglicismos en su conversa, para vestir su pobreza dialéctica, el leer algo de francés en un medio.
El fulano que cita tu artículo, ha ido bien servido y por lo visto no era necesario embellecerlo con Moliere.
Después la nostalgia me ha hecho ponerme a escuchar a Brel, Moustaki y otros cosas como: Je declare l’etat de bonnheur permanent. . .
hace 2 días
Laisser faire, laisser lêcher chez Sanchez.
hace 2 días
Yo como pertenezco a la fachosfera, pués solo leo el Independiente, escucho Onda Cero y la COPE, y de la tv clásica solo veo el informativo de Vallés, desconocía que era eso de Idafe, pensé que un estamento, una especie de instituto o algo así, pero resulta que no es eso, si no ese.
Te diría Rubén lo que decimos por nuestra tierra, » no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio «, y más con tipejos cuya calaña has descrito perfectamente en tu artículo.
hace 2 días
A gusto se quedo el can, lamido y sorbido (al subir lamer al bajar mamar), solo le queda soltar algún exabrupto al tal Idafe. Viva la calvocracia asertiva D. Ruben.
hace 3 días
Corresponde decir: Chapeau!
hace 3 días
Leí en algún medio que el tipejo tendrá su lugar de laburo (sic) en el denominado Edificio Semillas en el complejo (el tipo tiene el suyo) de la Moncloa. No imaginé mejor lugar para un roedor, para una rata de dos patas.