"Dentro de poco, cambiaremos el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América y devolveremos el nombre de un gran presidente, William McKinley, al Monte McKinley, donde debe estar y donde pertenece. El presidente McKinley hizo que nuestro país fuera muy rico gracias a los aranceles y al talento —era un hombre de negocios por naturaleza— y le dio a Teddy Roosevelt el dinero para muchas de las grandes cosas que hizo, incluido el Canal de Panamá". Con estas palabras en su discurso de investidura, Donald Trump introducía al público a un presidente semi desconocido pero que, si se analiza su manera de gobernar, explica casi todas las propuestas en política exterior del actual líder estadounidense. 

William McKinley, presidente de los Estados Unidos entre 1897 y 1901, dejó una huella profunda en la historia del país gracias a sus políticas económicas proteccionistas, su liderazgo en la expansión territorial y su apuesta por la modernización. 

Expansionismo

En primer lugar, el expansionismo territorial. Con Mckinley se pasó de la doctrina del destino manifiesto, una idea de 1845 sobre que Estados Unidos tenía un mandato divino para extender la democracia y la civilización, y que había impulsado la expansión continental estadounidense en el siglo XIX (expansión al oeste, México, compra de Luisiana y Alaska…), a dar pasos ya a finales de siglo hacia una política imperial que quería el control de rutas comerciales y la seguridad de los intereses estadounidenses en todo el mundo. Así, uno de los eventos más determinantes de su presidencia fue la Guerra contra España en 1898.

Trump reivindica solo una parte del legado de McKinley, omitiendo su aprendizaje final sobre la necesidad de equilibrio entre proteccionismo y cooperación internacional

Como resultado del conflicto, Estados Unidos se anexionó Puerto Rico, Guam y Filipinas, consolidando su presencia global y transformándose en una potencia con intereses en todo el mundo. La adquisición de territorios estratégicos permitió a Washington aumentar su capacidad militar, proyectar poder naval y garantizar el acceso a mercados clave para su creciente economía industrial. Esta conversión encaja precisamente con las palabras de Trump en su investidura (y después) sobre el canal de Panamá, sobre Groenlandia e incluso sobre Canadá. Trump quiere hacer historia. 

Aranceles de ida y vuelta

En segundo lugar, los aranceles proteccionistas. McKinley fue un ferviente defensor del proteccionismo como congresista, como gobernador y en sus primeros años en la Casa Blanca. Como presidente, impulsó la Dingley Tariff Act en 1897, que estableció los aranceles más altos de la historia de Estados Unidos hasta ese momento, del 52 por ciento.

Su objetivo era proteger la industria y los trabajadores estadounidenses de la competencia extranjera, a la vez que fomentaba así la producción interna. Le funcionó bien: los productos externos eran tan caros que se terminaron fabricando en el país, beneficiando a empresarios y trabajadores de sectores clave como el acero, la minería y los textiles, y consolidando al país como una potencia industrial en ascenso. Por supuesto, a cambio aumentó la inflación y disminuyó el comercio internacional, ya que recibió aranceles recíprocos a sus productos. Ya en 1901, y visto lo visto, el propio McKinley se lo repensó, y escribió que "las guerras comerciales no son rentables. Una política de buena voluntad y relaciones comerciales amistosas evitaría represalias". Aunque eso Trump parece no haberlo leído. En cualquier caso, nadie pudo comprobar si esas palabras de Mckinley iban a cambiar algo las políticas estadounidenses. Un par de días después de dar un discurso donde precisamente hablaba de suavizar aranceles, fue asesinado por el anarquista Leon Czolgosz

Un legado parcial

Hoy, 104 años después, la figura de William McKinley ha resurgido en el imaginario político contemporáneo gracias a Donald Trump y a su nacionalismo económico. Pareciera que, en los cuatro años en los que ha estado en la oposición, ha estado leyendo sobre el expresidente, y que le gustó lo que leyó. Tanto como para querer imitarlo o basar su manera de hacer política en él. 

Eso sí, Trump parece reivindicar solo una parte de su legado, omitiendo el aprendizaje final del expresidente sobre la necesidad de equilibrio entre proteccionismo y cooperación internacional. Resta por ver si el actual presidente recorrerá todo el camino de McKinley o si se limitará a ser Trump. Creo que será lo segundo.


Xavier Peytibi es consultor político en Ideograma, doctor en Ciencia Política y autor de la newsletter Política Creativa. Ha escrito Las campañas conectadas: Comunicación política en campaña electoral. Lea aquí todos sus artículos en El Independiente.