Mientras Trump y Putin se reparten Europa o el mundo no en un vagón de tren, como en los armisticios de la Gran Guerra, sino en una cabaña de tramperos desolladores y despechugados, Macron ya ha convocado otra de sus reuniones que tienen algo de fiesta ibicenca y algo de fiesta de bebé sin bebé, porque nunca sale nada. Van a convertirse en una costumbre de fin de semana estas reuniones de gente guapa sólo para el petardeo y el escándalo, porque apenas sacan de ellas ese placer ridículo de sentirse superiores y escandalizados, como señoronas de soponcio o activistas de campus. El Nuevo Orden Mundial parece el Tratado de Tordesillas, con el que España y Portugal también se dividieron una vez el mundo entre pacíficas siestas de fraile y cantinelas lavanderas del Duero. Pero ahora, claro, los indígenas, los que no pintamos nada, somos nosotros, la orgullosa Europa, pomposa y hueca como un vals. Lo que viene no es una gran escalada hacia la guerra, sino una claudicación, y Europa parece que sólo está buscando el palacete para firmarla y el fraile para oficiar o para cocinar.

Trump ya dice que Ucrania empezó la guerra, que Bruselas ordenó atacar, que Zelenski es un “dictador sin elecciones”, y eso no es ya su posverdad para cabezas de chorlito o de bisonte allá por la América profunda del peto y la calavera de vaca, sino el argumentario de Russia Today, la propaganda de Putin. Rusia invadió Ucrania invocando el mismo principio del “espacio vital” que invocó Hitler aunque no sea suyo (Stefan Zweig se lo adjudica a Karl Haushofer, asegurando que la idea era mucho más inocente en origen y llegando a eximirlo de culpa por todo lo que causó). Apunta Zweig que Hitler tergiversó el concepto y luego lo usó, simplemente, porque le resultaba conveniente. No era tanto un principio como una excusa, que es en lo que se están convirtiendo las palabras y las ideologías. Bien lo saben Putin y Trump, que ya comparten los estribillos antes de compartir la mesa o la cama de esa cabaña de tramperos donde todos sabíamos que iban a acabar, en plan Brokeback Mountain. Lo que no sé es si Trump se da cuenta de que está encerrado o encamado no con un socio sino con un oso.

Trump, “El aprendiz”, no deja de ser un tendero endomingado, un Jesús Gil neoyorquizado que piensa en millones de calderilla, en kilos de bisutería y en billetes de manojo, no tanto como un empresario sino casi como un estríper. No creo que Trump haya empezado, solo o con Putin, una guerra global contra la democracia liberal, o sea la democracia, por principios o por ideología. Yo creo que sólo es una excusa útil, algo que le conviene, como le convenía a Hitler la mitología de los nibelungos o la mitología etnográfica. O, en su escala, como le convenía a Jesús Gil el discurso higienista, populachero y jardinero para luego poblarlo todo de testaferros, esbirros y comisionistas. Trump es Jesús Gil con arsenal nuclear, pero sigue viendo sólo solares y culos, taco y cemento. Trump no quiere guerras porque cree que se hacen mejores negocios levantando discotecas y casetas de playa, como un chiringuitero de Marbella. Putin, sin embargo, sabe que la guerra puede ser la mejor inversión si se gana.

Trump yo creo que ha salido como el vaquero bobo y zambo, fuerte y cateto, a conquistar un mundo que cree de yeguas y lazadas, en este caso un mundo de oportunidades y negocios. Trump puede ser fuerte y rico, pero no parece darse cuenta de que a Putin no le hace falta ser tan fuerte (Ucrania es la prueba) ni tan rico (Rusia tiene un PIB equivalente al de Italia). A Trump no sólo le falta experiencia, como si Jesús Gil se fuera por ahí a hacer geopolítica bamboleante, sino que le falta la sinuosidad y la mala leche de la vieja escuela de la Guerra Fría o de la guerra sin más, cosa que le sobra a Putin y hasta al que le prepara a Putin el carajillo de vodka o de estroncio. Trump ve ahora el mapamundi como un Monopoly de hotelitos, dinero de chocolate y extraños premios de concurso de belleza, mientras Putin aún conserva el hambre de las viejas potencias y aprecia la influencia y el dominio más que el mero intercambio aduanero, que el pelotazo del ferrallista o del estraperlista. O sea que Trump se conforma con vender Ucrania o toda Europa por minerales como por circonitas, y Putin yo creo que lo mira igual que al indígena que daba su oro a cambio de espejitos y baratijas. Putin, en realidad, se ha comido a Trump por el tupé, como a un mohicano aullador.

Trump no sé si se cree de verdad la propaganda de Putin, pero él sólo está pensando en dónde construir un club de campo con estatua de oro de Imperioso o con estatua de Buda de sí mismo

Trump no sé si se cree de verdad la propaganda de Putin, pero diría que eso le da igual, que él sólo está pensando en dónde construir un club de campo con estatua de oro de Imperioso o con estatua de Buda de sí mismo. Trump no es que haya traicionado a Ucrania, a Europa ni a la democracia, que él no piensa así ni le importa eso. Es más exacto decir que nos ha vendido o malvendido a Rusia, como por bisutería de suvenir, como por un llavero con ancla de Ibiza. Pero que Trump nos haya vendido significa, ante todo, que nos podía vender. Europa no se pone de acuerdo ni sobre Ucrania ni sobre nada, quizá porque no existe, es sólo una aglomeración dispareja de viejos imperios olvidados, viejos ideales decapitados de capiteles y viejos contratos mercantiles (el ideal europeísta empezó por una comunidad del carbón y del acero). Ahora, quien hace negocio es Trump y quien hace todavía mejor negocio, una ganga histórica, es Putin. Macron sólo hace reuniones de guayabera y pantalán y los demás sólo hacemos el indio. Trump nos ha vendido y / pero / porque Europa se ha rendido. Y ni nuestra propia rendición nos van a dejar firmar, ahí con el pulgar o con una equis.