Hablando desde Estados Unidos como desde el tronito de Miss Atlantic City, perfumado y ahuecado como por la misma laca de Trump, como si fuera Dolly Parton enlacada o electrificada, a Santiago Abascal sólo le faltó el acento chicano, igual que Pixie o que Aznar aquella vez que también se fue a hacer de mariachi, de betunero o de Cantinflas para un gato tejano. Pero Abascal ha fracasado en su apuesta, porque después de lo de Ucrania el trumpismo ya es inexportable e inexplicable en Europa. Ya no se trata de la guerra contra lo woke ni contra el estatalismo de relato y chiringuito, sino de la canallada y la vergüenza de darle la victoria y la razón al dictador, al invasor, al criminal, al enemigo eterno, y sólo por un serrín de miserable económico y de miserable moral. Ucrania no es sólo Ucrania, ni como mapa ni como botín ni como cementerio, sino que es toda Europa y toda la democracia. Ni siquiera se trata sólo de Putin, porque igual podría ser Mohamed VI. No hay ahora diferencia entre tomar Ucrania, Finlandia o las Canarias si el Pocero planetario ve negocio. Y a ver qué patriota de los nuestros, de ésos embuchados y encerados como salchichas, puede defender esto.

Abascal volvía a hablar en la CPAC, que se supone que significa Conferencia de Acción Política Conservadora pero sólo es una iglesia del culto trumpista como del culto a Justin Bieber, con mucho rubio imberbe y mucho virgen belicoso. Era una cosa entre circo del Oeste, con sus banderas con flecos y sus hombres bala vestidos de Tío Sam, y pregón nazareno, que en las imágenes salía ese Trump desclavado de su oreja y el personal parecía dedicarle saetas americanas, como si fueran Los Morancos. Yo creo que Abascal ya no podía retroceder una vez que había ido allí como al Rocío trumpista. Sin disimulos, sin ambigüedades y con menos vergüenza que Trump firmando órdenes ejecutivas, Abascal dijo que “el mundo es ya un lugar más parecido a lo que soñábamos”, habló de “futuro esperanzador y luminoso” y dio las gracias al vicepresidente Vance por su discurso en Múnich, todo así como una catequista ante el papa Wojtyla. Antes, algún belieber ya había dejado claro que no se puede separar la religión de la política, aunque eso no es tan espeluznante como ese tuit de Trump en el que afirmaba que el que salva a su país no puede violar la ley. 

La verdad es que ya era hora de que Abascal hablara claro, porque Vox ha estado evitando o excusando la felonía putinesca de Trump (pongámonos toledanos o cidianos como ellos). Primero, desplazando a Ucrania muy lejos, como si los marcianos hubieran invadido Venus y nos tocará llevar hasta allí legionarios con petaca. Y luego, derivando las culpas o los agravios hacia la burocracia europea o sus políticas margaritas, como si las guerras tomateras pudieran compararse a los crímenes de guerra. Pero es que la apuesta de Abascal ha sido total, una apuesta rendida, mesiánica, milenarista. Trump es el salvador que vendría después del profeta Milei, y que nos bautizará no con serrín de motosierra ni criptomonedas de Super Mario sino con fuego y Espíritu Santo. Lo que ocurre es que, en realidad, el America first no deja sitio para nada más, es el America only. No deja sitio ni para lo que ha defendido Estados Unidos incluso con Reagan o con Kissinger, al que citábamos el otro día porque comparado con Trump y Marco Rubio parecía Gandhi. Esto está costando gestionarlo hasta en Estados Unidos, incluso por parte de los republicanos, así que imaginen aquí, entre nuestros encendidos acólitos que van de soldados de Flandes o de africanistas levantiscos. Pero, claro, el America first también deja sitio para tontos útiles.

El trumpismo, su América primero como una América de zares y su América grande como la América de hamburguesota, resulta que no deja sitio para más patriotas que los estadounidenses, y eso si uno entiende el patriotismo como nuevo colonialismo sin escrúpulos, de usurpadores y negreros. Para este patriotismo, fuera de Estados Unidos ya no hay principios ni moralidad, sólo intereses, pesajes y pillajes. Ni con todo el tradicional cinismo de la política exterior (esto lo decía mucho Ramón Vargas-Machuca), y más todavía la política exterior de Estados Unidos, se entiende abandonar a los aliados históricos y reales para ponerse del lado del enemigo histórico y también real, hasta el punto de comprometer no ya un país o una región, no una economía ni unos intereses, sino la propia esencia de la democracia. O sea que los patriotas del MEGA, que suena a copia china del trumpismo, con una letra cambiada como la camiseta Nike que se convierte en Niko, ya no pueden verse como hermanos de armas de los americanos, sino como meros aborígenes explotables, expoliables y hasta exterminables. Sólo son tontos útiles, de los que Abascal era como el que llevaba en USA el cirio español.

Abascal sabe muy bien que ya no está entre los patriotas del Nuevo Orden Mundial, sino entre los productos mineros o cárnicos para Trump

Abascal en Estados Unidos era ese trumpista incondicional y casi beisbolero que, aunque intentara disimular, se ha quedado con la trompeta en la boca, un guante vacío en una mano, un #1 de gomaespuma mojado en la otra y cara de tonto. Él sabe muy bien que ya no está entre los patriotas del Nuevo Orden Mundial, sino entre los productos mineros o cárnicos para Trump. Claro que eso no puede admitirlo Abascal, menos en aquella cosa que estaba entre All Star de vendedores de coches y El cuento de la criada. Lo de Ucrania y Putin es inexplicable e intragable, y los conservadores y hasta la ultraderecha de Europa se van a dar cuenta (creo que empiezan a darse cuenta) de que no pueden ir de patriotas ni salvadores ni de vigías de Occidente admitiendo la arbitrariedad todopoderosa de un mercader que en cualquier momento los va a cambiar por mármoles o cabras. 

Con Trump, Abascal ha perdido la apuesta ideológica pero sobre todo ha perdido la apuesta moral. Hasta los más beliebers se van a tener que despegar de Trump porque aquí van a ser vistos como traidores y colaboracionistas, como burócratas de Vichy comprados o cagados. Nadie se va a tragar que los políticos europeos tengan más culpa de lo que hace Putin que el propio Putin y el que le ha dado todo lo que quería a Putin, no sólo la victoria sino la razón, como lo que hace Sánchez con Bildu o los indepes. Se lo ha dado todo, en realidad, no sólo ahora en Ucrania sino en el futuro, en toda Europa o en todo el mundo. Sí, porque sólo habrá que pagarle a Trump un peaje en latas de gasolina, en pepitas de oro o en dátiles, como a un aduanero corrupto. Y eso del peaje lo podrá hacer Putin o lo podrá hacer Mohamed VI. Esto ya no es una guerra de patriotas, sino de piratas. Abascal creo que tiene la apuesta ideológica y moral perdidas, pero quizá le queda la personal, que Trump le dé un spa en Gaza, una ínsula en Canarias o un despachito en Casablanca, cuando sea la capital de la España patriótica. Eso, si sigue siendo un tonto útil, con cirio o con guantelete, el tiempo suficiente.