Corría hace unas décadas una leyenda urbana por Madrid que situaba a la Embajada soviética como la principal compradora de libros de España. Su gran misión desde que ambos países restituyeron sus relaciones diplomáticas fue la de oponerse a la entrada en la OTAN, así que se dedicaba a comprar los aburridos panfletos de los comunistas patrios para almacenarlos en sus sótanos. Así engrasaban sus altavoces y contentaban a las editoriales que se prestaban a publicar semejantes bodrios. Si esta historieta fuera real, deberían los rusos alquilar un complejo industrial para almacenar todos los libelos que editan los extremistas en nuestro tiempo. Porque son tiempos en los que han proliferado admiradores de las doctrinas putinejas. Lo han hecho como setas, por arte de magia, en una especie de epifanía colectiva en la que parecen ver en Moscú la Tercera Roma.
Todos ellos explotan las debilidades de las sociedades occidentales y las evidentes contradicciones de las democracia liberales. No todos se atreven a proponer la alternativa, a hablar claramente de lo que aplica en su territorio a quien utilizan de referente... o quien directamente les paga. Es el mismo -Putin- que obligó a los empresarios mediáticos Borís Berezovski y Vladímir Gurinski a vender sus medios de comunicación tras mostrarse críticos con la campaña del miedo que había emprendido el líder del Kremlin en Chechenia para que su partido subiera en las encuestas antes de las elecciones de 2000. Un poco después, en 2004, el líder ruso utilizó un sospechoso atentado contra una escuela de Osetia del Norte para prohibir las elecciones regionales. Ya entonces, desde las televisiones que 'expropió', se etiquetaba a sus críticos como “enemigos de Rusia” o “enemigos del pueblo”.
En esa época, se había iniciado un proceso de reinterpretación del pasado de Rusia con el que Putin buscaba redimir a su patria de la humillación que -considera- sufrió su país tras el desmembramiento de la URSS. Unos años después, se plasmó en el tomo académico, La historia moderna de Rusia, 1945 – 2006, en el que se define a Stalin como un líder bueno por fortalecer el poder vertical y la propiedad privada. A Gorbachov y a Yelsin se les describe como nocivos; y a Putin como el mejor de todos ellos, al condensar las virtudes de los anteriores. En 2016, el historiador Yuri Dimitrev fue detenido y condenado a 13 años de cárcel por investigar una enorme fosa común con restos del Gran Terror de 1937. En esa época, Putin ya inauguraba estatuas de Vladímir I de Kiev y avivaba un nacionalismo imperialista que considera parte de un mismo ente nacional Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Esto lo define muy bien Orlando Figes en La historia de Rusia.
Sobra decir que la historia del Rus de Kiev está más basada en la mitología que en la realidad. La recopilaron algunos monjes -Crónica de Néstor, aquí en español, infumable- y ningún historiador serio la aceptaría como fuente robusta. Básicamente, porque adereza con cantares y leyendas lo que sucedió en aquella época medieval, y es que algunas tribus eslavas pidieron a los vikingos que gestionaran su territorio. Ahí se conformó el primer rus, que los nacionalistas rusos y los ucranianos consideran como el origen de su pueblo, cada cual con su enfoque, antagonistas entre ambos.
Putin ha utilizado estos ingredientes para crear su propia visión política de la historia de Rusia -política y no real, con el mismo pecado que tantos zares- y para ejercer una forma de gobierno que es autoritaria, dado que pregona tres valores, que dejó claros en su Manifiesto del Milenio (1999), en el que no sólo defendía la integración de Eurasia, sino también el resarcimiento de Rusia a través de un Gobierno que la alejara de los errores de los 90 a partir de la defensa de los valores tradicionales frente a los liberales; y de lo colectivo y de la sumisión a un líder fuerte que guiaría al pueblo hacia altas cumbres. Todo eso lo empleó para reclamar su dominio sobre territorios históricos y para aplastar a la oposición. Incluidos a los násbol, a los que toma como referencia algún putinejo español con más ímpetu que cerebro.
Caza al disidente
No soy partidario de criminalizar a ningún país, ni mucho menos a Rusia, por el que confieso simpatía e interés. Pero conviene aclarar que está dirigida por un líder autoritario cuyo gobierno está embriagado de mitología nacionalista; y cuyas voces disidentes han sido, en buena parte, perseguidas, encarceladas y asesinadas. Desde opositores como Navalny hasta periodistas, artistas o intelectuales. La democracia liberal no es un sistema perfecto. Sostener lo contrario sería tomar por imbécil al lector. Pero hay quien estos días despotrica contra los liberalios con manía persecutoria mientras mama de la ubre de los propagandistas rusos con sumo placer, cuando no es uno de ellos.
Los patriotas de la derecha extrema se han alineado con Putin en su visión de Ucrania al igual que lo hicieron sus (aparentes) enemigos de la otra parte del segmento: la izquierda. Los correligionarios de Santiago Abascal -socios de Víktor Orban en Europa- defienden la paz para ese país y acusan a quienes no aceptan su proyecto de querer enviar a los europeos al frente ucraniano, como si disentir sobre sus planes conllevara irremediablemente ir a la guerra. Son siervos de un autócrata. De lo contrario, ¿por qué no defienden el fin del conflicto respetando las fronteras existentes antes de que se iniciara la invasión de 2022 o la anexión de Crimea? Esa pregunta no la plantean. No le conviene a Putin.
La OTAN no es una alianza de currículum impoluto. Reitero: no es este el foro en el que se tomará por imbécil al lector. La actitud expansiva estadounidense en la historia más o menos reciente también es reprobable, desde en Iraq hasta en Afganistán o en Siria. Este último punto todavía causa dolor, dado que al tirano respaldado por Putin le han sustituido por unos barbudos que amenazan con implantar un régimen del terror en ese país. Ahora bien, Ucrania es un caso singular. Citan los putinejos el Euromaidán como el origen del conflicto, en 2014, mucho antes de 2022, cuando la artillería rusa cruzó la frontera. Por supuesto, omiten que ya en el 2011, Putin dejó clara a Bill Clinton su consideración como Ucrania, a la que negó su estatus de Estado como tal. De hecho, afirmó que no estaba obligado a cumplir el Memorándum de Budapest.
El sospechoso despiste de Abascal
A lo mejor Santiago Abascal no es consciente de todos estos elementos. Tampoco es necesario que se ilustre al respecto, convertido en una especie de satélite de un nuevo movimiento internacional, el cual, por cierto, no diría que prioriza de ningún modo los intereses de España. El mensaje que escribió el pasado jueves en las redes sociales, en el que insinuó que la invasión de Ucrania no sólo es culpa de Putin, sino también de las potencias europeas y sus políticas, deja claro que el líder de Vox se ha convertido en un proxy más de la propaganda rusa. En un altavoz y en un traidor a su propio discurso. Quizás un Pétain de esfuerzos contenidos. Adulador de Trump y esclavo de sus gestos hacia Putin. Para esto hemos quedado, Abascal: para el turno de los aplausos.
Cuando uno se convierte en un guiñol, habla con la osadía del ignorante. Así lo hizo Julian Assange cuando, en 2017, culpó a España de avivar una guerra civil en su territorio por impedir la autodeterminación del pueblo catalán. En 2018, el Parlamento británico difundió un informe que contenía diferentes pruebas sobre la injerencia rusa en el 1-O, al igual que en el brexit o en el referéndum de Escocia de 2014. El empresario Albert Soler llegó a reunirse con Assange en Londres. Carles Puigdemont recibió en octubre de 2017 en Barcelona a un tipo que decía ser emisario del Kremlin y que le emplazó a declarar la independencia. Es de suponer que, si lo hiciera en 2026, Abascal se vería en una difícil tesitura. Si lo del Donbas fue consecuencia del hostigamiento de un Estado opresor... ¿qué pensar de los secesionistas catalanes, que hablan de su sometimiento a un país franquista? ¿Acaso no es igual de estúpida esa teoría que la de los nazis de Ucrania?
¿Y en caso de que Ceuta y Melilla convocaran un referéndum por su adhesión a Marruecos? ¿Quién mandaría en Abascal? ¿Todavía su patriotismo español o el de los 'Patriotas'? ¿No es su actitud la propia de quien mueve un Caballo de Troya?
Los errores de las democracias
Sobra decir que la propaganda putineja es tan efectiva porque los países europeos han cometido enormes errores a la hora de abordar las consecuencias de su decadencia económica, iniciada en 2008, con sus picos y sus depresiones. Sus sistemas democráticos han sufrido, el bienestar de una parte de sus ciudadanos ha menguado y debates como el de la inmigración lo han resuelto por la vía rápida: todo siempre era culpa del que se quejaba, que era etiquetado de xenófobo. A todo eso hay que sumarle el cóctel ideológico que elaboró la izquierda alrededor de causas como la igualdad, que extendieron una sombra de culpabilidad sobre una gran parte de la población por cuestiones biológicas o territoriales.
La propaganda rusa se ha aprovechado de eso, pero para proponer algo tétrico, y es que, frente al desgaste de las democracias liberales, hay una alternativa patriótica que, casualmente, tiene su epicentro en otro lugar del mundo, de cuyo modelo bebe. Allí se persigue a los opositores y los discordantes se caen por las ventanas. Allí se invade un país al que se niega la autonomía, mientras se inventan teorías de la conspiración sobre la desnazificación que compran extremistas aquí y allá; y algún tonto del bote, descarriado. Allí, a lo mejor, su gobierno hubiera llegado a justificar el pacto de no agresión entre Ribbentrop y Mólotov; o incluso la necesidad de firmar la paz con Alemania tras invadir Polonia. Quién sabe. A lo mejor quienes escriben en libelos pagados por partidos, y aleccionan con resentimiento a los demás, hubieran tenido que firmar esas columnas con la nariz tapada. Por su sueldo o por convicción. A saber.
Curioso que estos sean los que buscan vendidos aquí o allá.
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