El auge de Alternativa para Alemania y su posible segundo puesto en estas elecciones del 23 de febrero sitúan al país ante una dura realidad: la de que un partido de extrema derecha sea ya salonfähig (aceptable socialmente), aunque se mantenga el cordón sanitario en los parlamentos, tanto en el federal, como en los de los Länder (estados federados) y no se forme gobierno con él.

La desafección y el descontento de la población con los grandes partidos, los tradicionales, ha hecho que una parte de ella busque desde hace unos años una alternativa y la haya encontrado, valga la redundancia, en Alternativa para Alemania. Este partido populista con tintes pardos ha sabido leer las preocupaciones y miedos de la gente y les ha sabido dar la medicina que buscaban, soluciones fáciles a problemas complicados que nunca son viables, ni la solución pero que sirven de placebo momentáneo.

Al fin y al cabo, a la ultraderecha le importa poco si son viables o no porque no va a llegar a gobernar ni va a tener que gestionar realmente esos retos. Lo que le interesa es que tengan que contar con ellos, formar parte de las instituciones y de la sociedad e ir permeando con su ideología a toda la población y todo el ambiente que puedan y así dificultar la gestión de gobierno de los demás para así, si se produce un colapso, hacerse con el poder absoluto. 

Tras la unificación, emergieron en el Este neonazis y cabezas rapadas. Luego, los líderes e ideólogos de los partidos pequeños de extrema derecha del oeste se trasladaron a la antigua RDA. Vieron que allí encontrarían el caldo de cultivo que no había en el oeste para ellos. Algunos llegaron a entrar en algunos parlamentos regionales del este, pero lo preocupante era la implantación de una cultura juvenil neonazi en muchos pueblos y barrios de ciudades germanoorientales.

Solo hacía falta la aparición de un partido y la alineación de los planetas en forma de crisis, desesperanza, sentimientos de ser ciudadanos de segunda para que se asentara en el Este y, desde allí, se extendiera al Oeste y, al calor de nuevas crisis, entrase, en 2017, como tercera fuerza más votada, en el Bundestag. Era la primera vez que lo conseguía una formación de extrema derecha desde el final de la IIGM. 

Desde entonces, salvo un pequeño bache durante y tras la pandemia, ha seguido creciendo. Ha ido entrando en los estados federados y, el pasado mes de septiembre, se convertía, superando el 30%, en la primera fuerza de Turingia. Fue la segunda en Sajonia y Brandeburgo, pero pisando los talones a CDU y SPD, respectivamente. Desde que se empezó a asentar y avanzar en estas últimas décadas en el Este, era cuestión de tiempo que también lo hiciese en el Oeste, si las crisis y la falta de soluciones persistían. 

La revisión histórica y la tutela de los aliados en los primeros pasos de andadura de la República Federal mantuvieron bajo control a los partidos de extrema derecha en el Oeste. 

De hecho, el partido heredero del nazismo fue prohibido en 1952. En el Este, mientras, regía el comunismo, no hubo revisión histórica porque eran antifascistas por decreto ley y también una sociedad "pura" y homogénea, en la que los trabajadores extranjeros vivían separados de los alemanes. Cuando cayó el muro, además, el sentimiento de pérdida de identidad e incluso de pasado y el de sentirse ciudadanos de segunda, son bien interpretados por la extrema derecha. Ya en los 90 hubo un verdadero problema de violencia de extrema derecha, sobre todo en el Este. Unas 100 personas murieron en ataques de la extrema derecha. 

Alemania sigue teniendo mecanismos importantes para mantener a raya a la AfD pero es imposible saber cuánto aguantarán"

La Alternativa para Alemania, que nació como un partido euroescéptico y contra el euro, de profesores, viró en muy poco tiempo hacia la extrema derecha porque ahí había un nicho por llenar, La crisis de los refugiados, la pandemia, la actual crisis económica, la energética, la guerra de Ucrania, pero también social y vital han hecho el resto. Ahora los alemanes tendrán que enfrentarse a sus propios demonios, cómo mantener el cordón sanitario a un partido cada vez más fuerte al que votan millones de alemanes, cómo volver a la estabilidad y seguridad, tan importantes para los alemanes para vivir en paz y tranquilidad, cómo aunar el miedo a los atentados con la convivencia con los refugiados e inmigrantes y mantener el derecho al asilo consagrado en la Constitución, y cómo compaginar una migración controlada y la necesidad de trabajadores en una población que envejece. 

Alemania sigue teniendo mecanismos importantes para mantener a raya a la AfD pero es imposible saber cuánto aguantarán. Hay que prestar especial atención a la educación y formación de niños y jóvenes para detener la correa de transmisión, ofrecer ilusión y perspectivas de futuro. Los partidos tradicionales han de volver a escuchar y atender a los sentimientos de miedo, pero también de frustración y rabia de una parte de su población y dejar de vivir en su urna de cristal solo pensando en el poder. Alemania lo va a tener que hacer con el fantasma de su oscuro pasado en el espejo, pero esto también es un aviso a navegantes. 


Pilar Requena del Río fue corresponsal TVE en Alemania y actualmente es directora de Documentos TV.