El lunes –17 de febrero– la titular del ministerio de Cultura de Francia, Rachida Dati, de origen marroquí, inicia una visita de dos días a las ciudades ocupadas de El Aaiún y Dajla. Como es sabido, el Sáhara Occidental –en su totalidad– es zona militar y de guerra; por lo tanto, la visita de la ministra francesa se limitará a las dos ciudades más importantes situadas en el litoral, alejadas de los bombardeos diarios que hostigan al ejército marroquí atrincherado en la franja minada (que abarca el 50% de la superficie del Sahara, y es catalogada como el mayor campo minado del mundo) que circunda la parte ocupada del Sahara, separándola de los territorios liberados.
Es preciso matizar este extremo, dado que el hiperactivo e insidioso aparato de propaganda marroquí (a través de mapas falsos y mensajes engañosos) se obstina en proyectar una imagen ficticia de un Sahara idílico (sometido y dominado plenamente por el régimen alauí) donde los turistas –seleccionados– pueden gozar y disfrutar de radiantes puestas de sol en las que los colores (anaranjado, lila, verde, fucsia) del atardecer crepuscular se fusionan con el ocre dorado de las majestuosas y colosales dunas, formando una apoteosis enigmática de tonalidades cálidas, que lo inunda todo y se extiende hasta donde alcanza la vista. No es así.
En una actuación teatral poco afortunada, con la que pretendía, tal vez, normalizar la ocupación
La presencia civil marroquí se reduce a áreas determinadas (cercanas al litoral) donde vive azorado por el rechazo y la repulsa de la población autóctona; y temeroso por los sobresaltos que causan los continuos ataques al muro defensivo detrás del cual se parapeta. En una actuación teatral poco afortunada, con la que pretendía, tal vez, normalizar la ocupación y, de paso, “caer bien”, la señora Dati iba ataviada con una melhfa (típica prenda de la mujer saharaui). Lo que ella suponía que era un vistoso detalle para fingir cercanía y llamara la atención, causó justo el efecto contrario.
La melhfa, al igual que la darraa (para el hombre) es un rasgo cultural propio de la estirpe saharaui. Es una seña de identidad que, si Marruecos pudiera, la prohibiría, igual que prohíbe la bandera de la RASD. Llevar darraa o melhfa en El Aaiun, sobre todo si se ostenta un cargo institucional, es como llevar la kufiya palestina (pañuelo palestino) en Tel Aviv. Es sinónimo de rechazo frontal a la ocupación.
Con esta visita al Territorio No Autónomo del Sahara Occidental, la ministra gala no solo daña seriamente la reputación y el rigor de la República francesa como Estado de Derecho, sino que la sitúa a la altura de un régimen corrupto y genocida en el que impera la ley de la selva. Un régimen que se sostiene gracias al apoyo material generoso de las tiranías árabes del golfo (Emiratos Árabes, Arabia Saudí…) y al apoyo proselitista amoral que le brindan España y Francia (promocionando actos carentes de toda ética y legalidad como el viaje de la ministra francesa del que estamos hablando).
Es un golpe más que Emmanuel Macron asesta al ya maltrecho prestigio de Paris, cuya caída libre empezó con él
Esta visita a las ciudades ocupadas de El Aaiún y Dajla por parte de un miembro del Gobierno galo, es un golpe más que Emmanuel Macron asesta al ya maltrecho prestigio de Paris, cuya caída libre empezó con él. Macron –que está con un pie fuera del Elíseo– se ha propuesto, antes de irse, reducir a cenizas la credibilidad de su país, dejando, tras de sí, una Francia defenestrada y repudiada por toda África a la que solo le queda arrimarse, paria y pedigüeña, al peor de los regímenes de la Unión Africana. Por otra parte, cabe señalar que no es la primera vez que el nombre de Rachida Dati aparece relacionado con los crímenes de lesa humanidad perpetrados por la dictadura alauí en el Sahara Occidental.
En el año 2007 el juez instructor francés Patric Ramaël firmó una orden de detención contra el general de las Fuerzas armadas de Marruecos y comandante de la Gendarmería real, Housni Benslimane, después de que la justicia marroquí optara por no cooperar (impidiendo su interrogatorio en Marruecos). Rachida Dati, que en aquel entonces formaba parte del Gobierno de Nicolas Sarkozy (hoy convicto y con brazalete electrónico) y estaba al frente del Ministerio de Justicia –amparándolo– se negó, durante dos años, a cursar la orden de detención a la Interpol.
El 1 de octubre de 2009, la Interpol dictó la orden de detención, pero 24 horas después fue retirada, alegando defectos de forma. El juez francés había ordenado la detención del general Benslimane para ser interrogado, en el marco de la investigación del “caso Ben Barka”. Esta causa –abierta desde hace décadas y aún pendiente de resolución– se inició en octubre de 1965 para esclarecer las circunstancias de la desaparición del líder opositor marroquí Mehdi Ben Barka, que había sido secuestrado en París (y posteriormente asesinado) por el servicio secreto marroquí en connivencia con la policía gala.
Pero Benslimane era intocable. Además de ser amigo personal del Rey, es el militar de más alto rango del reino. Por si esto fuera poco, también fue, en su momento (y esto es lo que cuenta para el Majzen y para la ministra de Justicia de Sarkozy) “el carnicero de Hasan II”. En 1976, fue designado para ordenar y dirigir la campaña de limpieza étnica y exterminio de los saharauis, con la que Hasán II inauguró la invasión del Sahara. Por el simple hecho de ser saharauis, miles de personas fueron encarceladas y torturadas hasta la muerte. Otros tantos fueron desaparecidos y familias enteras fueron ejecutadas sumariamente y enterradas en fosas comunes.
En octubre de 2007, Baltasar Garzón, magistrado del Juzgado Central de Instrucción Nº 5 de la Audiencia Nacional, abre una causa por el genocidio cometido en el Sahara Occidental, y se identifica a Benslimane como uno de sus principales autores. Se envían sendas y sucesivas comisiones rogatorias a Marruecos. Todas, al igual que la orden de detención (bloqueada por Rachida Dati) que emitió el magistrado francés, caen en saco roto. El 14 de enero de 2005, Zapatero condecoró a Housni Benslimane con la gran cruz de la Orden de Isabel la Católica. Esta suerte de parábola perversa e irónica en la que un expresidente devenido en lobista alauí, premia a un genocida marroquí con un galardón instituido por un traidor (Fernando VII); ilustra, por sí sola, la inmoralidad y el cinismo de los que (como Rachida Dati) apoyan la ocupación del Sahara y encubren la represión que se comete –a diario– en las ciudades que ella visitó.
Abderrahman Buhaia es intérprete y educador saharaui.
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