Hay un cuento de Dino Buzzati que trata sobre un gacetillero cuyas historias no le interesan a los lectores. El hombre vive acomplejado por su irrelevancia y cada vez más angustiado ante una realidad angustiosa: todas las ideas que presenta a sus jefes son enmendadas o descartadas. Un buen día, recibe en su despacho la visita de un tipo misterioso que le promete grandes éxitos. El individuo no aspira a cobrar por la tarea. Tan sólo a que se publiquen sus relatos.
El periodista accede y al día siguiente envía a sus jefes una de esas historias, escrita por el otro, pero firmada con su nombre. El texto es tan brillante que conquista a sus superiores y a su audiencia. La carrera del plumilla comienza a despegar gracias a los cuentos que escribe su colaborador. La venta de periódicos incrementa sustancialmente debido al interés que generan esos relatos.
Un buen día, el periodista recibe un mensaje del escritor en el que le pide una pequeña retribución dineraria por su trabajo. El protagonista del cuento acepta de buen grado, dado que le parece un trato justo. A fin de cuentas, su negro es quien pone el talento.
Unos días después, el autor le vuelve a contactar para exigir una retribución más elevada y el gacetillero se mosquea, pero vuelve a aceptar. La rutina se vuelve a repetir hasta que el escritor le exige un precio que es demasiado alto, lo que hunde al plumilla en la más absoluta miseria.
Favores envenenados
Las relaciones entre la prensa y el poder suelen funcionar así... o como las de don Vito Corleone con todos aquellos a los que concede un favor. La ayuda suele venir bien cuando quien la reclama se encuentra en apuros. El problema se produce cuando su dador es un usurero o un diablo que colecciona las almas de sus acreedores. En esta categoría entran la totalidad de los gobiernos, pese a que alguno tenga dudas, condicionado por sus filias.
Los periodistas siempre hemos sido muy permeables ante las lisonjas de los gobiernos y las empresas. Es una profesión que mezcla la ambición con el hambre, lo cual constituye una mala combinación, dado que conduce al pecado, como lo hacen la carne o el dinero. Mantener los negocios periodísticos a flote implica a veces aceptar inyecciones económicas y juegos bucales de los que generan entusiasmo en el departamento financiero, pero vergüenza en el editorial.
Esto no sólo sucede en los despachos. También en las redacciones, donde hay quien escribe tratados sobre la ejemplaridad mientras participa en determinados foros y tertulias a los que sólo se accede tras superar un test de solvencia... Es una prueba que implica guardar silencios o seguir ciertas líneas de puntos. Conozco a buenas personas en la profesión. Son muchas. Ninguna, ni las buenas ni las malas, tiene un currículum inmaculado.
Jugarse una hostia
Un grupo de ellas reclama ahora acciones para mantener el Congreso a salvo de la hostilidad de los agitadores. No comparto, en absoluto, el estilo de Vito Quiles, como tampoco el de Caiga quien Caiga o el de Bertrand Ndongo. Básicamente, porque su fin último es molestar hasta un punto de desborde tal que bien podría merecer una mala contestación o un guantazo a mano abierta. Su cuadratura del círculo pasa porque se cumpla la siguiente fórmula: pregunta molesta + insulto/golpe del entrevistado = muchas visitas. El descaro y los insultos son oro para sus canales (por eso lo hacen), pero, ojo, su espíritu no es diferente al de CQC o al del artículo incendiario de columnista dipsómano, maníaco-depresivo o revirado porque aspiraba a que le reconocieran y ha terminado de firma ilustre en un panfletillo de asociación.
Hay quien se pirra por ver cómo Quiles pone en un aprieto a José Luis Ábalos al preguntarle por Jésica. Diría que tiene más valor el hecho de descubrir que esta señora estuvo a sueldo de dos empresas públicas... a las que no iba a trabajar.
Miserias comunes
Dicho esto, tampoco es más cuestionable lo de Vito Quiles que premiar a José Luis Ábalos con un galardón de la Asociación de Periodistas Parlamentarios después de que varios medios de comunicación hubieran publicado los pufos de los contratos de mascarillas del Ministerio de Transporte que encabezaba. ¿Por qué entonces no demostraron un poco de prudencia o de vergüenza? Porque lo habíamos revelado medios y periodistas críticos con el Gobierno, ergo menos fiables para algunos de los que el otro día se manifestaron.
Quien firma estas líneas no es ejemplar, ni mucho menos. Que nadie me malinterprete. El problema es que algunos de los que otorgaron ese galardón se movilizaron este miércoles contra el periodismo mal entendido. O contra lo que consideran que no es propio de la tarea de informador. Quieren estos periodistas asociados, en cualquier caso, que retiren la acreditación del Congreso a estos ruidosos. Lo han reclamado tan fuerte y tantas veces que podría decirse que -tengan o no razón, yo creo que el periodismo macarra es penoso- lo consideran como un problema de importancia capital.
Sesgo evidente
Eso tiene un componente muy negativo. Porque mientras la 'buena prensa' apunta a las escaleras del Congreso y sus protagonistas defienden esa cuestión con tanto ímpetu y, por qué no decirlo, con un sesgo escandaloso (contra Willy Veleta ni mu), el Gobierno continúa con su campaña contra los pseudo-medios; y en este grupo introduce a Ndongo, pero también a El Confidencial, a El Mundo y a El Independiente. A algunos nos señalaba Idafe Martín -hoy un perro a sueldo- y, a otros, el propio ministro Óscar Puente en su cuenta de Twitter. ¿Es menos grave eso que lo de Vito? No lo es en absoluto, pero, contra eso, no hay grandes movilizaciones profesionales. Prefiero a un Vito que a un ministro con deje matonil que hace uso de su poder para amedrentar.
No es ni mucho menos el primer ataque de este tipo que ejecuta el Puente, el Bolaños o el Sánchez de turno. No he visto ni a una mínima parte de los periodistas del Congreso oponerse a ello. Al revés, muchos lo defienden.
Se tiene que frotar las manos el presidente en esta situación. "¿Veis como incluso los propios periodistas piden que actuemos contra los responsables de los bulos?", podrán decir en Moncloa, a la vista de la manifestación contra Quiles de sus compañeros en el Congreso. En ocasiones, es más relevante el contexto que el hecho; y esos periodistas, en su afán de señalar a los agitadores -y, reitero, no defiendo al CQC ni de izquierda ni de derecha-, a lo mejor lo que contribuyeron es a avivar la sed de castigo que ha demostrado Pedro Sánchez contra los periodistas que cuestionan sus mensajes y revelan sus vergüenzas.
Cuando uno defiende su profesión así, en este momento y de una forma tan selectiva, en realidad, a lo mejor también está haciendo política. ¿Y qué le ocurre al que cae en ese error? Que a lo mejor, Dios no lo quiera, termina como el gacetillero del principio del artículo. Todo puede ser.
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1 Comentarios
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hace 2 horas
Bien traído el cuento del gacetillero. A mi me recordaban mas a los pájaros que se van arremolinando en los cables justo antes de emigrar en masa. Y es que muchos de ellos ya barruntan el cambio de estación y van a tener que buscar el alimento en otros sitios.
Les lees, les ves, les oyes y te das cuenta de que lo suyo es un aleteo estéril por evitar la llegada del invierno. Pocos espectáculos son tan representativos de la degradación del cuarto poder como ver las ruedas de prensa en sede parlamentaria. Mas bien parecen ruedos de prensa en los que el político de turno torea a placer y por puro lucimiento a estas bandadas de pájaros y pájaras. Muchos de ellos tan groseramente engordados con el grano de la república que son incapaces de volar hasta la próxima estación.